Como el agua
que fluye
por mi alma
las olas de tu voz
van y vienen
a mi orilla.
El cauce
se recupera
y se aviva.
La corriente
toma su curso.
Y de nuevo, tú.
Como el agua
que fluye
por mi alma
las olas de tu voz
van y vienen
a mi orilla.
El cauce
se recupera
y se aviva.
La corriente
toma su curso.
Y de nuevo, tú.
Podría ser amor
el tiempo bailando
en tu reloj.
Moviendo manijas y destinos
o recogiendo madrugadas
o piedras del río.
Acumulando historias,
lugares, cantos o mitos.
Podría ser una declaración de amor
que el tiempo transcurra
y lata el corazón.
Este sabor en la punta de la lengua,
con tacones de mandarina,
se adhiere a mi paladar
y baila por toda mi boca.
Mi pobre lengua da una vuelta ligera,
como loca, buscando la cremosidad del cuerpo
y esa fragancia tan fresca.
¿Qué ha pasado? La dejó húmeda y a secas.
Este olor en la punta de la nariz,
de nuevo el líquido negruzco,
con el aroma exacto y cafeína portable.
Este sabor en la punta de la lengua
de fragancia inolvidable
y de sentido volátil.
Dibujas la vera con la punta de tu pluma
y cuestiono si la frontera es real o hasta dónde
llega. Rechazaré todos los opuestos, incluidos a
los que me incluyen. No te buscaré para encontrarte.
No te encontraré aferrándome a ti, vida; aterrorizada
de muerte por perderte. Obsesionada a perderte, mal
de muerte. Manipulo los opuestos y controlo la frontera que
es una vera que esquiva y elude la atracción de norte y sur; de
todos los opuestos irreconciliables que viven en la luna y duermen
plácidamente en el sol. En los opuestos irreconciliables, nuestra ficción.
Recuerdo imaginarnos tras varios años de incertidumbre y ocultismo; recuerdo preguntarme, ¿y si nos volviésemos a ver?
Desafortunadamente, esto hizo que mi cabeza no parase de preguntármelo, era como si necesitase que le contase un cuento para luego irse a dormir. Así pues, tras largos días de insomnio decidí contárselo —contármelo—.
Nuestro encuentro sería en una calle cualquiera, pues visitamos cada esquina de esta, nuestra ciudad. Todo se volvería más vivo, como si el inconsciente del corazón comenzase a latir por voluntad propia y sin atender a la consciencia. Sin hablar, nos observaríamos durante unos minutos, recordando, anhelando, y detestando aquellos tiempos; luego te preguntaría qué tal te va todo, mientras nos sonreímos; yo a ti, ocultando mi tristeza, y tú a mí, con total transparencia. Te abrazaría, sintiendo tu calor, olvidado ya, no intencionadamente, pero olvidado. Viendo el tiempo pasar, continuaría hablando contigo sobre nimiedades, huyendo de la despedida, aunque a la vez la desease. Sabría desde el principio que me quedaría toda la tarde hablando contigo, invitándote así a tomar un café. Puede que en la realidad no aceptases, pero me prometí un cuento feliz.
Iríamos a un bar diferente, inhóspito, para empezar desde cero. Te hablaría de mi familia, aquella que llegaste a conocer y a la que contagiaste esa cálida simpatía tan tuya. Te hablaría sobre mis sueños de recorrer el mundo y de cómo tenía ya planeado comenzarlo en verano; vería cómo tu cara comenzaría a irradiar aquella simpatía tan dulce y viva. Comenzaría así un soliloquio contigo de invitada en el que, inconscientemente, realizaría la tentativa de recuperarte.
Acabaríamos en la barra del bar, riéndonos de nuestros tiempos, de todas las discusiones convertidas en tonterías, de todos los buenos momentos, de cómo nos conocimos, de ti. Después, soltaría la pregunta: ¿te imaginas si todo hubiese salido bien y siguiésemos juntos? Sé que te reirías y que no responderías nada, mas en tu interior, al igual que yo, no pararías de preguntártelo.
Una vez algo achispados, te hablaría de mis sentimientos y te invitaría a que vinieses conmigo a viajar por el mundo, algo que teníamos pendiente de la otra vida, de nuestra añeja relación y sus promesas. Aceptarías, y te besaría, sé que no sería lo correcto pero no siempre lo correcto es mi correcto. Te invitaría a mi nuevo piso, alejado de ti y nuestros recuerdos, impersonal, indiferente. Haríamos el amor toda la noche, alocados como adolescentes, ilustrados como adultos.
Nos despertaríamos al día siguiente vivos, felices, como si nada hubiera cambiado y siempre hubiésemos estado juntos. Acariciaría tu sonrisa, tu pelo, tu todo. Te haría el desayuno y comenzaríamos a hablar de nuevo, pero desde el romanticismo y sus caminos.
Empezaríamos de nuevo, borraría aquel punto y final, para vivir en nuestro ayer eterno.
(Lo siento…).
Dejaste las mejores sonrisas
colgando de las paredes,
en mi habitación.
Guardaste las miradas supremas
cuando bajabas por mis pirineos
—espina dorsal.
Se gastó la chispa
al girar contra mí,
demasiadas veces,
demasiada fricción.
Apretamos pulsadores,
abriendo todas las válvulas,
disipando la chispa adecuada.
La llama se mantuvo encendida
el tiempo que aguantaron nuestros dedos
—pulsadores y válvulas.
Adornos en la pared,
en mi espina dorsal
y restos en el depósito.
Ni las palabras
hacen serpentear mi lengua
como tú.
Mi corazón gotea,
cada segundo,
contigo.
Plic. Plic. Plic.
Mis pulmones soplan
aire del que le falta
a los pájaros de mi cabeza
y a las mariposas
que eché con alas en polvorosa
en alguno de mis suspiros.
Acerco mis manos
a un curso de agua fresca
y me vomita encima.
Mi glossa repta,
a través de un laberinto carnoso,
profundo y húmedo.
Gotea mi corazón.
Plic. Plic. Plic.
Hasta desaguar.
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