Las verdades de hojalata


«Una imagen vale más que mil palabras» y otras mentiras según el cristal que te pongan al frente.

No se trata del formato, sino de aquel motivo que lo construyó. Por delante y desde atrás, hay palabras que rodean a la imagen que tanto asombro produce en tu mente. Pero es así como deseamos buscar una razón para justificar lo impresionante de las realidades que a diario nos orbitan.

¡Estamos locos!, jodidamente abstractos en el espacio. Al mismo tiempo nos proyectamos concretos en un específico punto y lugar, en conjunto con otros propios similares nos debatimos la propiedad de las verdades pero nadie acepta el peso de sus mentiras.

Nuestros pensamientos surgen de bonitos lugares – inocentes acciones – innata curiosidad. Y aunque todo puede brotar de la naturaleza pura, no justifica que cada fortaleza de hierro (u otra materia) logre sostenerse firme frente a la corrupción de la maldad intangible.

Es bondad lo que se aspira, y aunque mucho terror se respira el añoro por memorias felices son las postales que llevas enmarcadas en tu armadura de hojalata, aquellas bellezas pegadas con certeza sobre la corteza de tu corazón, serán plenas por largo tiempo y un gran símbolo de admiración. Sonríe y cúbrete con la verdad porque es el único manto que te protegerá.

 

 

 

 

 

 

 

Extraños casuales


Luz azul
inercia
Luz azul
insectos bajo la piel
carcajadas y poesía en el refectorio.

Escribí una poesía en un trozo de servilleta
utilizando palabras simples y sin rima
la noche que salimos por primera vez
ambos éramos adolescentes
arriesgándolo todo a cambio de la libertad
creíamos tener el mundo en nuestras manos
experimentando con toda clase de drogas

el ambiente oscuro del bar nos agradó
anónimo, clandestino, sin nadie que viniera
a la mesa para incomodar
seguimos frecuentándolo después
hasta hacernos amigos de personas enfermas
absurdas y hostiles, como su ansiedad
siempre tuvimos una opinión sin importar el tema
hablábamos hasta el cansancio, hasta quedarnos dormidos

memorizamos la ciudad en su dimensión paralela
siguiendo el rastro a pervertidos y callejeras
a través de espejismos borrosos
recorrimos sus calles de madrugada
al lado de prostitutas y delincuentes
la cabeza dándonos vuelta

y a menudo nunca recordamos
lo que había pasado exactamente
al despertar desnudos y sudorosos
la tarde siguiente
el cabello oliéndonos aún a humo de cigarrillo
la boca reseca y marcas en la piel
para entonces ya nada nos sorprendía
nos faltaba emoción, nos sentíamos desganados y sin apetito
las horas pasaban muertas, ajenas e irreales
al mundo íntimo del conflicto necesario

una ocasión que salí a buscar comida
alcancé a ver a su madre, cruzaba la esquina en la acera opuesta
cuando regresé no dije nada
nunca fui bueno con las palabras
“Wildlife” de Single Lash en la imaginación
recostado de espalda a mi sitio del cartón
tenía una sábana raída cubriéndole la cara
comprendí que el amor nos estaba matando
el amor nos hizo ser dos viejos
rutinarios y abatidos, sin saber
qué decirse uno al otro
metí la caja de leche en el refri destartalado
cogí las tijeras que encontré por ahí
para cortarme el cabello que crecía descuidado

“hemos vuelto a ser dos extraños”, pensaba
su cuerpo desnudo ya no me causaba interés
lo había notado la otra noche
cuando esa mujer le pago por sexo
y permitió que viera el acto hasta el fin
su lengua bajó por el cuello y la espalda
hasta anclarse en el culo de ella
buscando provocarme, sabía cómo hacerlo
el recuerdo seguía presente en su memoria
subir y bajar, sodomía y pasiones
hasta acabar diciéndonos “te quiero”
ella gritaba que fuera más adentro
“no te detengas, no te detengas”

el viento que soplaba se llevó los mechones
los había observado arremolinarse hasta desaparecer
quise irme con ellos, escapar por la tubería expuesta
como excremento y orina humanos
hacia el mundo subterráneo
a la busca de emociones genuinas
grotescas como la abstinencia
pero me detuve allí, “sin ácido no voy a ninguna parte”

bebí después sorbos de café frío con gotitas de tranquilizante
él aún no despertaba
en vez de eso, dio media vuelta y ahora las yemas de sus dedos
acariciaban sus tetillas
“seguro que sueña”, balbuceé
¿con quién estará? ¿será un hombre o una mujer,
sumisa, o altanera como lo era mi madre?
pensé en matarlo, hundirle mis uñas mugrientas
en el vientre, hasta desgarrarle las entrañas
conjurar mi aflicción con su sangre escandalosa
condenarlo a quedarse conmigo, sólo como un espejismo
quería ser arquitecto como su padre
sostuve la respiración unos segundos
podría dejarlo morir y más tarde suicidarme

desperté esta mañana con una hemorragia incontenible
mi hermana mayor entró a la buhardilla para sacarme
escuché las voces sin reconocer los rostros
“puedo contarle las costillas”
“es un estado de desnutrición fatal”
“¿desde hace cuánto tiempo no se alimenta?”

él no es nadie aquí
él existe sólo como un reflejo
o una sombra evasiva
fugaz, silencioso
como siempre ha sido
escurridizo, traslúcido
un remanso de paz al final
de la tormenta
y aún podría verlo
si asomara mi cabeza
a la ventana interna del salón
entonces yo le sonreiría
y él haría lo mismo.

La tercera persona


—Tengo que —dijo él.

—No tienes que. Es solo que quieres irte —dijo ella.

Él miró brevemente a su mujer, su semblante dolido, sus ojos llorosos. No sintió nada.

Luego sus ojos se desviaron hacia la vista panorámica. Era una tarde cálida y ruidosa. Los sonidos de los autos se escuchaban incluso desde la terraza abierta del décimo piso.

Pero él realmente no veía los techos de los edificios ni oía el tráfico de la ciudad. Quien dominaba su mente era ella. Ella, la que le decía día y noche: «Déjala. Vente conmigo. Déjalo todo».

—¿Por qué quieres irte? —siguió su mujer, exigiendo su atención.

Una pausa indecisa. Un suspiro cansado.

—Es ella. —Sintió cálido en el cuerpo el alivio de la confesión.

—¿Qué…? ¿Hay otra? —La voz entrecortada—. ¿Quién ella? ¿Quién es?

Y él, sin contestar, sentía cada vez más fuerte el fastidio de oír a su mujer, el supremo cansancio de la batalla, las ganas de ceder, el llamado de ella.

—Ella, ella. Ahí está —dijo señalando a un punto vago sobre los tejados—. Allí.

La mujer, en un mutismo confuso, buscando algo que no vería.

El hombre, en el momento de decisión.

Giró bruscamente hacia el balcón.