Tiempo…


Tiempo que a ti no te alcanza y que a mí, me sobra.
Tiempo esquizofrénico que se inunda en mi mente.
Tiempo, solo tiempo: cárcel inmunda de los sueños,
vida corta de la vida misma; muerte prolija de los seres vivos.
El ritmo ligero de la vida,
solo es la ocupación perpetua del tiempo.
Tiempo, solo tiempo…

Tiempo que contemplo de prisa y aún con nostálgica conmoción.
Tiempo que lentamente me reparo a disfrutarlo.
Tiempo que a ti te falta para mentirme,
me sobra para creer todo lo que dices.
Tiempo que a ti te falta para herirme,
y que a mí, me sobra para sanar mis heridas.

Tiempo que a ti te falta y que a mí, me sobra.
Tiempo que hoy vivo y mañana muero.
Haz una brecha en el tiempo y tómatela para ti,
así desaparecerás de mi vida…
¡Buena suerte y adiós!

El ritmo ligero de la vida,
solo es la ocupación perpetua del tiempo.
Tiempo, solo tiempo…

Sable


Hoy encontré pedacitos de papel regados por tu habitación del tren.

Ha pasado día y medio, pero aún no llegamos al destino propuesto.

Parece un sueño y algo me dice que no todo anda bien…


La espera


Vivo por la ilusión de que algún día termine la mentira voladora y caiga el filo de la realidad sobre mis pies.

Cortando la soga que me mantiene a flote, y las cargas de vida que me obligan a ponerme de pie.

Un yunque de papel orbita sobre mi cabeza. Son responsabilidades, los exámenes y tareas que dejé a la mitad por asuntos de pereza.

La guerra contra mi enemigo no aparenta solución venidera…

El sable de la imaginación me cortará por distraído, y la canción que me guía dejará un silencio entristecido.

Aferrado a los libros, las historias sin inhibidos… me despido.

Realidad o fantasía, no estoy apto al desafío.

 

Tus mentiras


Mentiras que intoxican el alma,
mentiras que pudren el amor,
mentiras que me asfixian,
mentiras que no duelen,
matan de un solo golpe.

Mentiras que no duelen
por tu lúcida hipocresía
y por tu encantadora forma de embaucar.

Mentiras disfrazadas de vil paciencia
para hacerme sentir bien.
Mentiras que constato
y tan solo das la espalda
frente a tu leve cinismo.

Mentiras con las que me matas,
insolente.
Mentiras con las que disfrazas
mi triste realidad.
Mentiras que ahora te ayudan
y que pronto te matarán.

Las verdades de hojalata


«Una imagen vale más que mil palabras» y otras mentiras según el cristal que te pongan al frente.

No se trata del formato, sino de aquel motivo que lo construyó. Por delante y desde atrás, hay palabras que rodean a la imagen que tanto asombro produce en tu mente. Pero es así como deseamos buscar una razón para justificar lo impresionante de las realidades que a diario nos orbitan.

¡Estamos locos!, jodidamente abstractos en el espacio. Al mismo tiempo nos proyectamos concretos en un específico punto y lugar, en conjunto con otros propios similares nos debatimos la propiedad de las verdades pero nadie acepta el peso de sus mentiras.

Nuestros pensamientos surgen de bonitos lugares – inocentes acciones – innata curiosidad. Y aunque todo puede brotar de la naturaleza pura, no justifica que cada fortaleza de hierro (u otra materia) logre sostenerse firme frente a la corrupción de la maldad intangible.

Es bondad lo que se aspira, y aunque mucho terror se respira el añoro por memorias felices son las postales que llevas enmarcadas en tu armadura de hojalata, aquellas bellezas pegadas con certeza sobre la corteza de tu corazón, serán plenas por largo tiempo y un gran símbolo de admiración. Sonríe y cúbrete con la verdad porque es el único manto que te protegerá.

 

 

 

 

 

 

 

Tormenta


Llega la noche, pero la de verdad, la que te oscurece el alma mientras ni siquiera sabes que sabor tiene la tierra que pisas. Desnudo entre sombras de dolor veo caer los naipes de mi castillo de náufrago. Resuenan voces en lo que antes fue mi conciencia que recuerdan que alguna vez fui alguien. En medio de la tormenta sin barco ni patrón soy un marino de polvo. Dicen que si atraviesas la tormenta eres otra persona, no sé si aspiro a tanto, quizá lo primero sea ver gaviotas de grandes alas blancas o tal vez sea todo más sencillo. Tal vez sea solo devolverme a mí mismo y sonreír.

Una vez tuve un amigo, se fue alejando al paso de mis mentiras de color cereza. Si tan solo fuera eso, pero no es tan fácil, se fue llorando con la amargura de la pérdida y del engaño. La cadencia del tiempo repercute en mi mente, todo es infinitamente lento. Me ahogo en cada bocanada de aire que respiro pues no soporto la densidad en que he convertido todo. Miradas, abrazos, ayudas… todo pesa como el plomo y me hunde en mi tormenta. La tormenta de arena o agua, no la distingo. Solo soy un marino de polvo.

El pecado de Milagros


Catecismo Herder 1968

por Reynaldo R. Alegría

Hurgó, una vez más, en el cajón en que su madre había guardado los recuerdos de su niñez. Entre diplomas escolares, certificados, cintas, envolturas de regalos, tarjetas de cumpleaños y medallas de todo tipo, había una selección de cuadernos que usó en diversas etapas de su vida, organizadas, más que por fechas, por tipo de letras: de la falta de dominio al control absoluto del lápiz sobre el papel. En tiempos de dudas y tribulaciones, recurría siempre a ese depósito como queriendo encontrar en un solo lugar y de una sola vez, una sola respuesta a todas las preguntas. Ahora que la tentación la abrasaba con un consumo ardiente de ganas sobre aquel hombre, que no era el suyo, trataba de recordar las lecciones aprendidas. Desbridando lo correcto de lo imprudente.

En un sobre tipo manila de color amarillo desgastado, la madre había escrito “Catecismo”. Adentro estaba el cuaderno, el certificado de Primera Comunión, el de Confirmación y el libro. Recordó su rutina. Tenía siete años. Cada sábado a las nueve de la mañana su madre la dejaba en el salón parroquial. Cada niño tenía una copia del Catecismo Católico de la Editorial Herder de Barcelona, edición 1968. Era un libro sencillo en rústica, de cartón, sin solapas, con un dibujo color verde sobre crema en la portada representando a Jesús, sin barbas ni bigote, con una aureola detrás de su cabeza, sentado con un libro sobre su mano izquierda. En la guarda anterior, tal como se le había exigido, ella había escrito su nombre precedido por el signo de una cruz: †Milagros.

La primera anotación en el cuaderno era sobre el pecado. Hay cosas que después que pasan nada puede ser igual y así había pasado con aquella lección que su maestra de Catecismo, la Madre Rosaura, les había enseñado. Años después, cuando por primera vez tiró al arco y la flecha en un campamento de las Niñas Escuchas, la recordaría perfectamente. La Madre le explicó a los niños que para los griegos y los hebreos la palabra pecado significaba errar en la meta, no dar en el blanco. Para los griegos era como el lancero que erraba en el blanco, hamartia, decía la Madre y así ella lo había escrito en su cuaderno.

—Pecas si no cumples con la meta.

—No entiendo, Madre.

—A ver, hija.  Te doy un ejemplo, es pecado tomar lo que no es de uno. ¿Te gustaría comerte el caramelo que tiene Francisco sobre su pupitre?

—¡Siiiiiiii!

—¿Te lo puedes comer sin su permiso?

—¡Nooooo!

—¿Por qué?

—¿Porque es pecado?  —preguntó, tímida.

—¡Exacto!

—Pero aquí viene la parte más importante del pecado. Escriban en sus cuadernos: el deseo de comerme el caramelo sin el permiso de Francisco, también es pecado.

Independientemente de que los pecados fueran graves o veniales, o de que en la categoría de las mentiras su abuela hubiese añadido las convenientes mentiras piadosas, que eran como las manchitas blancas que suelen aparecer en las uñas, hay cosas que marcan y esta era una. Aunque lo aceptó siempre, este asunto de que el deseo del pecado también fuera pecado, la trastornaba. Particularmente esos días que se quedaba sola y la asaltaban las ideas más desconcertantes y perplejas. Le tenía ganas a ese hombre. Muchas ganas. Ese era su pecado. Estar con él. Vestirse de ropa interior roja para otro.

Con su cuaderno del Curso de Catecismo de frente, recordó de nuevo aquel ejemplo de la Madre Rosaura: el deseo de comerme el caramelo sin el permiso de Francisco, también es pecado.

De pronto una descarga emocional se apoderó de ella. Una divertida distensión que estuvo esperando por mucho tiempo. Entendió. Era clara la diferencia, el problema no era su deseo sino la falta de permiso de Francisco. Ella tenía el permiso de aquel hombre. No estaba errando, estaba dando en el blanco, tomando lo que era de ella.

Pecado era querer actuar como los dioses, ella solamente quería ser mujer.

Foto: Catecismo Católico, Editorial Herder, Barcelona, 1968: Libros Antiguos El Tejabán.  http://librosantiguoseltejaban.mex.tl/frameset.php?url=/photo_1295232_CATECISMO-CATOLICO–EDITORIAL-HERDER–BARCELONA–1968.html’

Nanocuento: Contraste


evangelical-church-interior“Una iglesia tan vacía y mi alma tan repleta de mentiras y pecados”,  meditó para sus adentros el presidente de la república mientras visitaba un templo evangélico en una comunidad pobre antes de dictar el discurso para su reelección.

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