Llega moribundo el querubín de ojos azules. Los padres están de camino. Los abuelos irrumpen con el nieto en la Sala de Emergencias. El dolor espantoso de la abuela queda encapsulado en un vídeo casero que de inmediato es trasmitido por la Web. Los vecinos acompañantes inundan las redes sociales y envían texteos a granel. La desesperación domina la sala que se achica ante el llanto desgarrador del abuelo.
Las enfermeras y médicos se desviven por atender al bebé. Lo entran rápido a la sección de resucitación. El equipo es conectado de inmediato al cuerpo agonizante del infante. Las máquinas parecen llorar desconsoladas insinuando el desenlace.
Llegan los padres. El abuelo se desmaya al discutir con su hija. Sufre un infarto. Su cuerpo hace un brinco involuntario y se desploma sobre el suelo. El niño y su abuelo mueren como si el relojero mayor hubiese sincronizado sus partidas. El internista busca todas las formas para resucitar a Pablito. El niño revive ante la insistencia del galeno.
Es un milagro. El nene estuvo muerto por más de un minuto. Qué pena que el abuelo no pudo resistir la presión. Dentro de la tragedia Elena da gracias a Dios por recobrar a su retoño. La dejan pasar a la sección de cuidado intensivo. Corre inquieta a su encuentro, lo abraza sobreexcitada. Ella palidece al descubrir que el ojo derecho de Pablito había cambiado de color. La mirada del niño la estremece. El ojo marrón es idéntico a los ojos almendrados de su difunto padre.
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