La cooperante (VII)


Nota del autor:
‘La cooperante’ es un relato que inicié con la intención de que se desarrollara a lo largo de una entrada o dos a lo sumo. Pero a medida que iba escribiendo, la trama se me iba haciendo cada vez más compleja, de manera que llegados a este punto no puedo atisbar el final. Seguiré escribiendo, pues, y aportando con la mayor frecuencia que me sea posible las siguientes entregras. Para los que no hayáis seguido la serie os recomiendo empezar por la primera y continuar con las sucesivas (II, III, IV, V y VI). Os dejo con el séptimo capítulo de ‘La cooperante’. Que lo disfrutéis.

—Buen trabajo, Sorayita. Los has dejado a todos con cara de bobos.
—Pero…
—Ni peros ni gaitas. —Era una de las expresiones favoritas del presidente— Has hecho un gran trabajo y no hay más que hablar… Bueno, sí, tenemos que decidir en qué Parador organizaremos la próxima reunión con la cúpula de la CEOE.

La vicepresidenta portavoz no daba crédito a lo que estaba escuchando. No podía creer que el presidente no hubiera visto lo que acababa de pasar en la sala de prensa, pero estaba claro que no lo había visto. Por encima de cualquier otra consideración se encontraba su lealtad hacia Mariano, pero tras lo ocurrido apenas dos minutos antes, esa lealtad adquiría la categoría de acto de fe… Y ahí estaba él, consultando la guía de Paradores mientras todos los miembros del ejecutivo corrían de aquí para allá como pollos sin cabeza…

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—Y esto es todo lo que tengo que decirles. La próxima comparecencia será…

Un sonoro murmullo, con evidentes gestos de desaprobación, inundó la sala. Sólo los “periodistas” de La Razón y el ABC permanecían impasibles en sus pupitres, aunque esta vez les iba costar lo suyo interpretar los hechos a conveniencia del gobierno.

—¡Pero no puede hablar en serio!
—¿Dónde está el presidente? ¿No piensa dar la cara?
—¡Nos están tomando el pelo!
—¿Y el ministro de Defensa?

Las preguntas se sucedían sin que nadie tuviera la más mínima intención de proporcionar respuestas. Pero cuando la vicepresidenta retiraba la silla dispuesta a abandonar el lugar intentando no perder aquella eterna sonrisa que un asesor tras otro durante los últimos años le habían recomendado adoptar se apagaron todas las luces y se encendió la pantalla de plasma que tenía a su izquierda, la misma por donde tantas veces había aparecido Mariano desde que accediera al trono de la presidencia. Esta vez también apareció él, aunque en una situación muy diferente…

La escena sucedía en el reservado de un local exclusivo, habituado a ser escenario de reuniones de alto nivel y de negocios más o menos legales pero invariablemente muy lucrativos. En el centro de la imagen aparecía una mesa cargada de bebidas y suculentas y caras chucherías, alrededor de la cual se sentaban cuatro personas: el presidente Mariano, su ministro de Defensa, Ruipérez y Cañete, dos empleados de la máxima confianza del ejecutivo.

—A ver, Pedro, cuéntame esas buenas noticias que me habías prometido.
—Todo está saliendo según lo previsto. La operación ha sido un éxito y en breve Ruipérez partirá hacia las Caimán para hacer el ingreso. —El ministro de Defensa se mostraba eufórico, ayudado probablemente por los tres combinados de whisky de los que ya había dado cuenta— Me encantaría ver la cara de pasmado del franchute ese cuando se dé cuenta de que le hemos tomado el pelo a base de bien…
—Disculpe, señor ministro, pero creo que lo más conveniente para todos es que el Conseguidor no llegue a saber nunca los detalles de la operación —puntualizaba Cañete, el experto en relaciones internacionales y estrategia del grupo.
—Lo que tú digas, Cañete, lo que tú digas… —añadía con sorna el ministro antes de soltar una sonora carcajada.
—Pedro, modérate, que nunca se sabe quién puede estar escuchando. —Ni el propio presidente se tomaba en serio sus palabras, pues acto seguido también se ponía a reír, al tiempo que encendía un habano enorme.
—Si les parece, les detallo los próximos movimientos… —se ofrecía un Ruipérez que parecía el menos cómodo de los cuatro.
—Ay, Ruipérez, usted siempre tan serio y tan profesional. —contestaba el ministro, poniendo énfasis en la última palabra, que pronunciaba marcando las sílabas para inmediatamente explotar en otra estruendosa carcajada. Esta vez el presidente no dudaba en acompañar a su ruidoso subordinado.

Cuando volvieron a encenderse las luces la vicepresidenta ya había tenido la precaución de escabullirse sin ser vista. Los periodistas se miraban entre sí, aún sin reaccionar a lo que acaban de presenciar. Uno de ellos, sin embargo, sí había reaccionado rápidamente y ya se dirigía al exterior del Congreso. Nadie repararía en él, pues había tenido el cuidado de que nadie pudiera reconocerlo, vestido como iba de personal de mantenimiento.

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A su llegada a la base de Torrejón de Ardoz los dos altos mandos del ejército ya estaban esperando al ministro de Defensa, pero en vez de llevarlo al jet en el que esperaba huir, lo acompañaron a un vehículo militar.

—¿Qué sucede? Creía que…
—Es por su seguridad. No se preocupe. Lo llevamos a un aeródromo más discreto.

Al ministro no acababa de convencerle la explicación, pero no opuso resistencia y se montó en el jeep que conduciría un soldado raso.

El trayecto transcurría en silencio hasta que una media hora después de iniciado el sargento Herrera pronunció un escueto “es ahí”. El jeep se desvió a la derecha, por un camino de tierra que, pasados unos 300 metros, desembocaba en un pequeño aeródromo escondido del que el ministro desconocía su existencia.

—¿Dónde coño me habéis traído? —El ministro a duras penas disimulaba su creciente inquietud.
—Acompáñenos. Su vuelo le espera.

Escoltado por los sargentos Herrera y Pérez, el ministro de Defensa accedió al aeródromo, si es que se le podía llamar así, pues apenas constaba de una única pista sin asfaltar y una carpa que tenía toda la pinta de ser desmontable.

—¿Este sitio es legal?
—No creo que eso tenga demasiada importancia ahora, ¿verdad, señor? —respondió el sargento Pérez en el momento en que el jet privado abría la puerta y se desplegaba la escalinata de acceso.
—Aquí acaba nuestro servicio, señor. Esperamos que tenga un buen viaje. —Herrera mostraba una enigmática sonrisa al pronunciar la despedida.

Justo al entrar en el avión el ministro vio cómo dos “gorilas” se echaban encima de él y lo inmovilizaban sin miramientos.

—¿Pero por qué…?
—Tenemos familias que mantener, así que no estamos para rechazar buenas ofertas…
—Cuánta razón tienes, Herrera. Con los recortes ya ni siquiera nos llega para planear un crucero decente en vacaciones…

El ministro no pudo acabar de oír la conversación de los traidores. El contenido de la jeringuilla que acababan de inyectarle en el cuello hizo su efecto casi de forma instantánea y quedó inconsciente de inmediato.

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La acción debía resolverse rápido y sin titubeos. Los hombres del Conseguidor no eran principiantes precisamente, así que reaccionarían de inmediato ante cualquier imprevisto. Laia iba en el segundo coche. Tendrían que lograr separarlos antes de intervenir. Los hombres de Michel se adelantaron hasta el cruce más próximo, a donde había muchas posibilidades de que se dirigiera la comitiva. El agente Robredo, reforzado con tres hombres, los seguiría a una distancia prudencial, a punto para intervenir en cuanto el vehículo objetivo se detuviera. Michel y dos hombres más se mantendrían a la expectativa, atentos a las incidencias y dispuestos a entrar en acción.

Efectivamente, los hombres del Conseguidor no tardaron en llegar al cruce. Moderaron la velocidad y, justo cuando el primer coche cruzaba, un aparatoso camión invadió la calzada provocando el frenazo del que llevaba a la cooperante. Durante unos segundos los tres vehículos permanecieron inmóviles, hasta que el camión comenzó a maniobrar para incorporarse al mismo carril que ellos. Aunque el primer mandamiento en situaciones como aquella era impedir que otro vehículo se interpusiera entre ellos, el cabecilla del segundo coche estimó que no había peligro y permitió que el camión acabara de maniobrar para reemprender la marcha. Así se lo comunicó a su colega del primer coche: “Puedes avanzar; enseguida lo adelanto”.

Nada más cortar la comunicación una explosión de respetable potencia abrió la puerta del conductor, a quien la detonación dejó inconsciente. Pese a la sorpresa, los otros tres esbirros del Conseguidor tomaron posiciones de inmediato, de forma que el ataque del comando que encabezaba Robredo no les pilló totalmente por sorpresa. Uno de los hombres del agente recibió un disparo en el brazo derecho al tiempo que su autor caía fulminado gracias a la puntería del español. Los otros dos mercenarios se atrincheraron en el interior del vehículo, conscientes de que los atacantes no se arriesgarían a perder a la que sin duda era el objeto de la acción. Laia se había acurrucado en el asiento trasero, protegiéndose la cabeza con las manos esposadas.

Poco tardaron en aparecer cuatro de los cinco hombres del primer vehículo, cosa que obligó al equipo de Robredo a centrar su atención en ellos, procurando mantener a salvo el pellejo. Durante los siguientes minutos hubo un tiroteo sin que se registraran daños personales. El momento fue aprovechado por la célula de Michel para llevar a cabo un nuevo ataque al coche que transportaba a Laia, éste sí, totalmente imprevisto. El detector de calor permitió a Michel determinar el espacio que ocupaba cada uno de los pasajeros del vehículo, cosa que facilitó enormemente la liberación de la joven. El francés disponía de un “juguetito” a prueba de cristales blindados, gracias al cual dos certeros balazos en la cabeza dejaron definitivamente fuera de combate a los captores.

Mademoiselle, je suis Michel. Venez avec moi, s’il vous plait.

Continuará…

La cooperante (VI)


Nota del autor:
‘La cooperante’ es un relato que inicié con la idea de que sería breve: una entrada o dos a lo sumo. Pero a medida que iba escribiendo la trama se me iba haciendo cada vez más compleja, de manera que llegados a este punto no puedo atisbar el final. Seguiré escribiendo, pues, y aportando con la mayor frecuencia que me sea posible las siguientes entregras. Para los que no hayáis seguido la serie os recomiendo empezar por la primera y continuar con las sucesivas (II, III, IV y V). Os dejo con el sexto capítulo de ‘La cooperante’. Que lo disfrutéis.

Aquella noche el presidente había decidido apagar el móvil. Quería tener la seguridad de que dormiría al menos ocho horas del tirón. Cuando se despertó y lo encendió, pasadas las 8.30, tenía 157 llamadas perdidas y 234 sms por leer. Todos sus ministros (menos el de Defensa) y los altos cargos que tenían acceso al grupo de whatsapp del ejecutivo lo habían bombardeado a mensajes, y 548 nuevos e-mails esperaban respuesta… “¿Pero es que ha llegado el fin del mundo?”

No había empezado a pensar aún por dónde comenzar (sólo la idea le provocaba un intenso dolor de cabeza) cuando irrumpió en la habitación su mujer con aspecto de haber corroborado que, efectivamente, el fin del mundo era inevitable…

—¡¡¡Mariano!!! ¡¿Se puede saber qué coño haces aquí todavía?!

Lo único que se le ocurrió responder fue la verdad, cosa no muy habitual en él, dicho sea de paso:

—Me he dormido…

Su esposa le plantó en los morros un iPad en el que estaba en curso la reproducción de un vídeo de Youtube que en las escasas dos horas que llevaba colgado acumulaba la nada despreciable cantidad de 1,5 millones de visitas. Un vídeo que dejaba en una ridícula nimiedad aquél de los hilillos de plastilina o el de la niña de “los chuches”.

—Quiero hablar con el señor Youtube.

No pudo evitarlo. Sabía que su marido nunca había sido brillante, pero su capacidad para resistir, para no verse afectado por nada ni nadie, era muy loable. Ella lo apreciaba por ello. No en vano le había proporcionado una vida muy cómoda. Pero acababa de ver un vídeo en el que su ministro de Defensa lo mencionaba como líder de una operación que, entre otras tonterías, incluía el secuestro de una ciudadana española, el intento de asesinato de esa misma ciudadana, tráfico de armas y el desfalco de cien millones de dólares, y lo único que se le ocurría era aquella subnormalidad… Así que no pudo evitar estamparle el iPad en la cabeza. Ya pediría a su secretaria que le proporcionaran uno nuevo.

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El ministro Defensa, bueno, aunque no oficialmente, podía considerarse ya como ex ministro… la verdad es que le importaba más bien poco. Su mayor preocupación en aquel momento era conseguir salir del país sin ser reconocido. El hecho de que aquel maldito vídeo hubiese sido grabado de forma ilegal, mediante una cámara oculta, ya no tenía la menor trascendencia. No iba a perder tiempo y energías en defender su “inocencia”. Estaban todos de mierda hasta el cuello, él el que más, así que nada más ver el vídeo sacó de la caja fuerte los códigos de la cuenta del banco de las Caimán y 15.000 euros en efectivo, y salió por piernas hacia la base de Torrejón de Ardoz. Había un par de altos cargos del ejército que le debían algunos favorcillos y era el momento de cobrárselos. Sin duda que todos lo responsabilizarían de la operación a él en exclusiva y tratarían de atraparlo, pero no pensaba ponerlo nada fácil. Además, seguro que había más vídeos comprometedores para otros miembros del gobierno… De buena gana estrangularía al desgraciado de Ruipérez con sus propias manos.

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Que quisieran eliminar a la joven no le importaba lo más mínimo, salvo por el hecho de que le habían hecho desperdiciar recursos y tiempo en atraparla… Lo fundamental de la operación ya lo conocía. No iba a olvidar jamás que hubieran pretendido tomarle el pelo de aquella forma tan burda. Pero ver a aquella cucaracha jactándose de ello lo hizo enfurecer hasta límites que no creía posibles. Al ver a aquel gusano reírse a carcajadas a su costa el portátil voló por los aires y se hizo añicos contra la pared. A continuación, pulsó una tecla en el móvil y esperó la respuesta de su hombre de máxima confianza:

—Acelerad la operación. Los quiero muertos a todos… Espera, no. A esa lombriz podrida del ministro de Defensa me la traéis viva. Quiero encargarme personalmente de él.

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Negarlo todo. La instrucción era clara. De hecho, era la única indicación que había conseguido arrancarle al presidente.

—Es todo mentira. Un montaje. Así que tú lo niegas todo. Si preguntan por mí, estoy reunido… No, mejor: lees el comunicado y no admitimos preguntas. Así ganamos tiemp
—Pero…
—Ni peros ni gaitas. Estoy reunido y es todo mentira. No hay nada más que hablar.
—Lo que tú digas, presidente.

Sorayita (así la llamaban los amigos) estaba acostumbrada a torear a los periodistas, pero en aquella ocasión iba a tener que emplearse a fondo para contener su indignación cuando supieran que no iban a poder preguntar nada. Entró en la sala de prensa con la mejor de sus sonrisas, luciendo un esplendoroso nuevo peinado, y tomó asiento. Una vez más el marrón se lo comía ella, pero era lo que tocaba. Comerse los marrones del gobierno iba con el cargo de vicepresidenta portavoz. Era un punto intermedio necesario en el camino hacia el puesto que realmente merecía… ¿Y si Mariano realmente había dado un paso en falso?

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Robredo no era el mejor agente secreto español por casualidad. Una sólida carrera de éxitos avalaba su trayectoria intachable. Conocía todos los trucos de la profesión y, en caso de existir una clasificación mundial de los espías más precavidos, sin duda que estaría entre los tres primeros, junto al surcoreano Sun-Ho y al israelí Burstein. Los yanquis tenían mucha fama, pero a la hora de la verdad en general eran unos fanfarrones. Teniendo en cuenta los precedentes no sorprende que hubiera sido capaz de llegar al palacio del Conseguidor sin más dificultad que la de soportar el dolor de las magulladuras y arañazos. La herida de la cabeza le molestaba especialmente. Sin duda, colocar un radiotransmisor en la planta del pie de la joven había sido una buena idea. Llevaba dos más: uno en el bolsillo del pantalón y el otro enganchado en la parte interior del lóbulo de la oreja izquierda. Ésos los habrían localizado fácilmente y destruido. Pero no habían buscado con la profesionalidad necesaria, pues el de la planta del pie continuaba emitiendo señales.

Lo difícil llegaba ahora… ¿Cómo entrar en aquella fortaleza sin ser descubierto? Ni aun contando con la ayuda de Michel (que por fin había dado señales de vida) y su equipo tenía garantías de éxito. Sin embargo, no tuvieron que esperar mucho para obtener una respuesta: no haría falta que entraran.

Dos coches completamente negros salieron del recinto del palacio. La señal del radiotransmisor no dejaba lugar a dudas: Laia iba en uno de ellos.

Continuará…

La cooperante (V)


(Si te apetece, puedes leer antes la primera parte, la segunda, la tercera y la cuarta)

—Así que tú eres la causante de tanto revuelo…

Laia había despertado en el interior de un helicóptero que acababa de tomar tierra. La condujeron, amordazada, a través de un inmenso jardín rodeado de murallas al interior de un palacio que custodiaban numerosos hombres armados de cara inexpresiva. Pese a notarse todavía bajo les efectos del narcótico con el que la habían dormido pudo reparar en el lujo ostentoso de las instalaciones, decoradas con todo tipo de obras de arte, que no parecían baratijas precisamente.

La llevaron hasta una gran sala diáfana al fondo de la cual había una mesa de madera con una silla a un lado y, al otro, una gran butaca que casi parecía un trono. La sentaron en la silla, le quitaron la mordaza, y la dejaron sola. No tuvo tiempo ni de preguntarse qué hacía allí porque enseguida apareció de detrás del “trono”, diríase que surgido de la nada, un hombre elegante, de unos cincuenta años, que irradiaba seguridad en sí mismo. No había duda de que se trataba del amo del lugar.

Se sentó frente a ella, la examinó durante unos instantes con expresión mezcla de curiosidad y fastidio, y empezó a hablar:

—No entiendo, ni en verdad me importa, por qué el gobierno de tu país se ha tomado tantas molestias por alguien tan insignificante, pero lo que sí sé es que a mí me están causando muchas más, y eso sí que me importa.

El tipo hablaba un castellano perfecto que apenas dejaba entrever un leve acento francés, y hacía gala de una autosuficiencia bastante despreciable; sobre todo teniendo en cuenta el lamentable aspecto que presentaba la joven.

Robredo (“¿Qué habrá sido de él? ¿Estará muerto?”) le había explicado algunas cosas sobre su secuestro y posterior liberación. Todo había sido una comedia organizada con el único propósito de desviar una ingente cantidad de dinero público hacia negocios muy turbios. Aquel tipo sería muy importante y sin duda estaba muy cabreado con el gobierno español, pero estaba claro que no conocía los detalles de la operación. Laia no sabía si eso tenía trascendencia alguna ni si era bueno o malo para ella.

—Debes estar preguntándote qué haces aquí… Tranquila, tu vida no corre peligro… de momento.

“Muy tranquilizador, desde luego”, pensó Laia, que había optado por no abrir la boca mientras no le hiciera una pregunta directa.

—Tienes que saber que tu gobierno ha pretendido tomarme el pelo y ha creído que se me pueden estafar unos cuantos millones sin que tome represalias por ello… Jamás me había topado con unos seres tan estúpidos.

“Vale, ¿y qué pinto yo aquí?” Laia no estaba tranquila; sentía el peligro. Sin embargo, tras haber superado dos años de un secuestro infernal, durante los cuales deseó la muerte a diario, su situación actual no era ni remotamente comparable.

—Evidentemente, pienso cobrarme la deuda, y con intereses. No sé por qué, pero tú pareces ser una mercancía muy preciada, así que lamento comunicarte que vuelves a estar secuestrada. Por tu bien, y por el de tu país, confío en que los inútiles que os gobiernan accederán a mis condiciones para tu liberación.
—Pero si quieren matarme…

El Conseguidor no pudo evitar que, al oír aquellas palabras, un casi imperceptible gesto de sorpresa le cruzara el rostro, pero se repuso al momento:

—Pues entonces te espera un futuro funesto. No tengo intención alguna de mantener a una invitada en mi casa de forma indefinida.

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Aquella información era una bomba que muchos preferirían no tener en sus manos. Lo que acababa de leer, y tanto la grabación de audio como la de vídeo que acompañaban al dossier, eran material suficiente para hacer caer al gobierno en pleno. El mayor escándalo desde la instauración de la democracia. Por supuesto, los documentos carecían de validez ante un juez por la forma ilegal en que, sin duda, habían sido obtenidos, pero bastaba con publicarlos para dictar sentencia… El problema era que no estaba nada seguro de que algún medio se atreviera a difundirlos. Había en juego demasiados intereses… “Pronto me pondré en contacto con usted”, le anunciaba el anónimo que había dejado el paquete en su buzón.

Ya estaba amaneciendo. Había dedicado toda la noche a estudiar aquel material… Como trascendiera que estaba en su poder podía darse por liquidado… El secuestro de la joven cooperante en Palestina había sido obra del propio gobierno. El jefe de la trama era el mismísimo Ministro de Defensa, si bien el informador anónimo no descartaba que estuviera implicado incluso el presidente. Habían adquirido armamento por valor de 50 millones de dólares a un traficante ruso para entregarlo como rescate a los supuestos secuestradores, que en realidad eran agentes de la inteligencia española y mercenarios contratados para la ocasión. El negocio de la operación residía en el hecho de que ese mismo armamento posteriormente había sido vendido de forma clandestina a señores de la guerra del Sudán por 100 millones, y el dinero convenientemente invertido en algún paraíso fiscal. Para no dejar cabos sueltos, la operación debía concluir con la muerte “accidental” de la cooperante, si bien el anónimo aseguraba que hasta el momento había logrado ponerla a salvo…

—¡Buuufffff! ¿Y qué hago yo con esto?

Luis, veterano periodista, con un gran prestigio en la profesión ganado a pulso destapando varios casos de corrupción política y empresarial, no se encontraba sin embargo en su mejor momento. Su intachable trayectoria les importaba un pimiento a los inversores del periódico en el que trabajaba, que sólo querían resultados empresariales. En los últimos meses otros profesionales tan intachables como él habían sido puestos de patitas en la calle sin miramientos, y sentía que su continuidad pendía de un hilo… Aquella historia era demasiado buena, demasiado trascendental como para obviarla. Había caído en sus manos el material que todo periodista soñaba… pero no sabía por dónde empezar.

……………………………………………

Aquella mañana hacía más frío del normal para mediados de septiembre. La humedad del suelo calaba hasta los huesos y las hojas de las plantas y arbustos estaban cargadas del agua del rocío de la noche. Nubes grises recorrían el firmamento empujadas por un suave viento del norte que, sin embargo, a quien permanecía en el suelo, expuesto a los elementos, con la ropa destrozada, y varias heridas abiertas, no le parecía tan suave. Robredo sentía un dolor intenso en varias zonas del cuerpo. Tenía la cara manchada de sangre seca que había manado de una herida en la cabeza. Intentó incorporarse. Pese al intenso dolor, comprobó que las piernas le funcionaban. Notaba una fuerte opresión en el pecho. Se deshizo de lo que le quedaba de americana, se levantó el jersey y por fin pudo aflojar el chaleco antibalas que le había salvado la vida.

Continuará…

La cooperante (IV)


(Si te apetece, puedes leer antes la primera parte, la segunda y la tercera)

—Nos bajamos.

El anuncio de Robredo devolvió a Laia al tren que estaba a punto de dejar España. Por primera vez desde que en Sants no respondiera al teléfono, había dedicado unos minutos a compadecerse de Aleix. El pobre no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Se había quedado sin piso y probablemente creyera que su novia había muerto calcinada. No responder a su llamada había sido una decisión acertada, pues a buen seguro aquella gentuza ya se habría encargado de invitarlo amablemente a que los acompañara. Sabía que habría seguido intentando comunicarse con ella, pero no tendría ocasión de comprobarlo, pues lo primero que hizo el agente especial Bond al encontrarse con ella en el andén fue lanzar el móvil a las vías. Sin duda, lo mejor para Aleix era que la creyera muerta… Laia se avergonzaba interiormente al ser consciente de que “librarse” de él le producía, por encima de cualquier otra sensación, alivio… ¿Cómo podía alegrarse por perder de vista a alguien que se había portado tan bien con ella?

El tren había aminorado la marcha. Robredo se asomó fugazmente por la ventanilla para confirmar que, efectivamente, tal y como vaticinara, la estación de Portbou, a la que se estaban acercando, estaba tomada por la policía. No podían ser menos discretos: las luces de las sirenas se veían a kilómetros de distancia.

—Tendremos que saltar en marcha. Vamos.

Laia sabía que no tenía sentido objetar. No había alternativa posible. Sin embargo, se atrevió a preguntar:

—¿Y luego?
—Nos recogerá una limusina que nos llevará a un aeródromo cercano donde nos espera un jet privado de lujo con champán en la cubitera y caviar iraní…

“Vale, lo he pillado.”

—¿Tú que crees que nos espera? Pues varias horas de caminata en plena noche por la montaña, evitando caminos transitados y zonas pobladas. Si logramos llegar a Francia es posible que encontremos alguna ayuda.

Sin duda, la llamada que había hecho justo antes de anunciar que debían abandonar el tren tenía algo que ver con ello… Un panorama muy alentador…

“En fin, parece que voy a tener que seguir haciendo de Lara Croft. Ahora toca saltar de un tren en marcha…”

……………………………………………

Javier Guzmán, alias Víctor Shervenadze, el nombre que había adoptado durante los dos últimos años, era el segundo agente especial del grupo de asalto K9 que moría en extrañas circunstancias en las últimas 48 horas. El anterior había sido Julián Savall, alias Shasha. Un inoportuno resbalón en la ducha había acabado con su garganta atravesada por unas tijeras abiertas que, inexplicablemente, habían aparecido justo en el punto donde cayó.

El Conseguidor no pudo ocultar una sonrisa de satisfacción al recibir las novedades.

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Laia estaba exhausta. Llevaban horas caminando campo a través. Había estado a punto de quedarse dormida varias veces, aun sin dejar de andar, pero los zarandeos de Robredo la devolvían a la pesadilla en que se había convertido su vida. Estaba amaneciendo cuando desde lo alto de una colina divisaron un pequeño pueblecito francés.

—Bajemos. Allí podremos descansar un rato.

Robredo volvió a mirar la pantalla del teléfono y Laia, a pesar de su estado semicomatoso, percibió la cara de preocupación de su acompañante. Sólo unos segundos después el agente especial cayó fulminado y, ante la cara de asombro de la joven, que no entendía nada, rodó ladera abajo. No tuvo tiempo de pensar. Inmediatamente se vio inmovilizada por dos hombres corpulentos, vestidos de negro de la cabeza a los pies. Unas gafas de infrarrojos impedían que se les vieran los ojos. Sintió que una mano enguantada le tapaba la boca… y quedó inconsciente.

……………………………………………

El Ministro de Defensa se subía por las paredes. El maldito Ruipérez iba a desear no haber nacido. Lo que se suponía había sido una operación impecable se había transformado de golpe en una bomba que estaba a punto de estallarles en los morros. Dos agentes muertos y otro desaparecido, igual que el enviado del gobierno y la chica… Aquel desgraciado que se hacía llamar Conseguidor estaba demostrando ser una amenaza muy seria, pero él, mano derecha del presidente, no podía permitir que un tipo despreciable pusiera en jaque a todo un gobierno. Tenían que acabar con aquello de inmediato, antes de que el control de la situación se les escapara definitivamente de las manos… Por lo menos el dinero estaba a buen recaudo.

……………………………………………

Luis regresaba por fin a casa tras un día asqueroso asistiendo a ruedas de prensa, tomando declaraciones y grabando crónicas que, al fin y al cabo, no hacían más que dar vueltas a lo mismo sin acabar de aclarar nada. Estaba asqueado por la táctica del “y tú más” a la que los políticos de uno y otro partido no dudaban en recurrir para eludir su responsabilidad. Echaba de menos el periodismo de verdad, iniciar una investigación seria a partir de un indicio e ir indagando hasta destapar algún asunto turbio… Imposible. La actualidad mandaba; ir de aquí para allá a tomar las mismas declaraciones una vez tras otra y asistir a comparecencias patéticas que no aceptaban preguntas… Tras el último ERE la situación había empeorado. Treinta compañeros a la calle y el resto de la plantilla a asumir la misma carga de trabajo. Estaba hasta los huevos de hacer horas extra sin cobrarlas, sabiendo como sabía que en cuanto quisieran se lo quitarían de en medio sin pestañear…

Abrió rutinariamente el buzón… y allí estaba el paquete, sin señas, sin remite, sin inscripción alguna.

Continuará…