No me busques, amor


Imagen: Davide Ragusa

No me busques, amor, que no te encuentro.

No susurres mi nombre,

borra de tu voz ese quejido noble,

calla esa lengua furtiva que devora.

No te pertenecen más las noches,

ni es respiro la furia de tus ansias.

No me busques, amor,

no me detengas con la piel de tu coraza.

Siénteme única, voraz, lejana.

Ya no vive mi música en tu aire,

y sin piedad te maldice mi silencio.

Deshojaste mi pasión con prisas contenidas

en un grito de dolor que ayer gritaba.

No me pidas, suplica por tu vida

que la mía se alejó por la ventana

dejando atrás tus puertas ya cerradas.

Difusa es la pintura que soñabas

envolviendo mis líneas y un aroma.

Frágil, suave y agitada

ha borrado mi pluma tu misterio.

No se muere el amor, ni la mañana.

Se ahogan los colores de dolor

y en tinta muere el alba y el deseo.

Amor, no me busques,

no dibujes con mis huellas caminos muertos.

Inventé para ti mil laberintos

y he cruzado sin tus manos

lágrimas e infiernos.

No me busques, amor, que no te encuentro.

Le pedí al espejo que te rompa

y a la luna que conjure tu veneno.

No me busques, amor,  borré tu cuerpo,

me escapé de tu beso y del recuerdo.

Reseña de la presentación del libro «Cielo de hojalata», de Gema Albornoz


Con Natalia Carbajosa. Fotos: Marcos Rodríguez

Nota del editor: Compartimos la reseña de la presentación del libro «Cielo de hojalata», de Gema Albornoz por Natalia Carbajosa, en Puente Genil, España.

Las dos primeras presentaciones las hice en dos de los pueblos que más me han visto pasear, Aguilar, mi pueblo y Puente Genil, el pueblo que me ha adoptado en sus encuentros poéticos, con la Asociación Cultural Poética y Antonio Roa, a la cabeza. Allí, Natalia Carbajosa, quien ya había escrito en el epílogo del libro, me presentó entre los asistentes, amigos y compañeros del VIII Encuentro. Durante los días previos, Natalia y yo conversamos varias veces, profundizamos en algunas cuestiones y en mi propia historia personal. Cuando llegó el momento de la presentación, no hizo falta escuchar mucho para emocionarme.

A medida que iba pasando, la emoción subía a mi garganta. Quería hablar del número de cuidadoras en la provincia, de las cifras que me había facilitado Teresa Luque de ADL, de la visibilidad de la depencia, de los cuidados , de la referencia de un libro que descubrí gracias a la escritora y veterinaria cordobesa, María Sánchez, «Tiempos de cuidados» de Victoria Camps. Tantas y tantas personas con las que me cruzo por la calle que son dependientes acompañados, tantas personas que van a cuidar. Como si dibujasen un recorrido en el suelo, durante esa mañana, se me agolparon a quienes veo, por las calles y se me rompió la voz en más de una ocasión. Tras esa presentación, realicé la lectura de algunos poemas y Antonio Roa, compartió uno de ellos. Fue conmovedor cómo cuando se acercaban a que les firmara el ejemplar, cada uno me contaba sus experiencias, como Javier o Bernardita Maldonado. Mil gracias.

————————–

Para muchos de vosotros, Gema Albornoz no necesita presentación. Sabéis que es poeta, periodista y profesora, y filóloga, inglesa de formación. También sabéis que ha sido durante mucho tiempo, con carnet que lo acredita cuidadora de su madre enferma, hoy, ya fallecida. Así lo confirma el siguiente poema de su libro Cielo de hojalata:

+CUIDADO

He recordado quién era:

un número en una tarjeta morada.

Al lado de mi nombre

se escribe «CUIDADORA».

Como una escama insípida

circula la palabra

por mi garganta.

Tu cama vacía.

Nadie mira las gotas.

Si bien esta condición que la realidad supuso a su día a día, durante 10 años, conforma el contenido del poemario de Cielo de hojalata, esto es, el acompañamiento activo por las fases de la enfermedad y la muerte, ello no justifica por sí mismo la valía del libro. La poesía, como cualquier manifestación artística, tiene que poder defenderse sola, con independencia de los motivos, emociones y reflexiones que la alumbraron.

Pero a la vez, y ahí reside su irresoluble contradicción, la poesía está en la vida, es una “fe de vida”, más fidedigna que cualquier documento oficial firmado ante un notario, incluso cuando miente (tal como nos enseña Pessoa cuando nos advierte: “El poeta es un fingidor” ).

Cuando perdemos a un ser querido, y más tras tanto años de acompañamiento en la enfermedad, de lucha y de renuncia, pasamos de uno de los actos humanos que mejor nos define como especie (el cuidado de los otros) a un vacío que, en realidad, supone una puerta hacia el cuidado de sí. Desde este umbral introspectivo se puede escribir, como desahogo, un diario, por ejemplo. Pero el poeta toma esas palabras de duelo y, con la contención de la técnica lingüística y la imaginación (No estoy seguro de nada, salvo de lo sagrado de los afectos del corazón y la verdad de la imaginación, en palabras de Keats), habita de pronto un lugar desde el que mirar al dolor con otros ojos: Gema Albornoz nos ha dibujado, incluso, el mapa imaginario que conduce a esa nueva perspectiva, como no podía ser de otra manera, desde lo alto, desde un cielo singular y personalísimo: (poema pg. 19).  

Así pues, en Cielo de hojalata, la elegía suena a ritmo de juego, de inversión de roles entre madre e hija, de ese estadio en que las madres cuiden de sus hijos cuando estos son pequeños y vulnerables. Gema Albornoz rescata el tono, el léxico, y con ellos, la sensación de un mundo eterno o más bien atemporal, un refugio de palabras a salvo de lo inevitable, aún cuando, valga la paradoja, la inevitabilidad no se escatima en ningún momento relatada en toda su crudeza:

MUCUS

Romperá la tormenta.

El mucus taponará tu garganta,

provocando el efecto mariposa.

Una pared se despega,

se amplifica el ruido

de la ruina

y la superficie quedará

 desolada caóticamente

 por un doble péndulo.

Se balancea en un columpio

gobernado por la libertad de causa.

El esputo se despega y

se expulsa. Es recibido entre

algodones, en la buena fe de un

pañuelo y su mano.

Un río fluye por tu garganta,

arrastra los sedimentos que obstaculizan

la tarde de hoy.

En este presente extraño, como entre paréntesis, en el que las palabras conjuran la acechanza de la muerte, destacan en muchos poemas, así como en la dedicatoria, la imagen de las manos y su autonomía. Por el ejemplo en el poema Pinzas de cangrejo. «Tus manos aún sujetan/ el pan».

La importancia de las manos cuando todavía son capaces de realizar actos reconocibles (sujetar el pan), me hace pensar indefectiblemente en la novela La caverna de José Saramago. En ella, otra serie de gestos normalmente cotidianos (en este caso, los de un alfarero), son así descritos:

«Lo que los dedos siempre han hecho mejor es precisamente revelar lo oculto (…) Para que el cerebro de la cabeza supiese que los dedos la tocaran, sintiesen su aspereza, el peso, la densidad, fue necesario que se hiriesen en ella (…) El cerebro se pierde perplejo (…) cuando intenta formar palabras que puedan servir de rótulos o dísticos explicativos de algo que toca lo inefable, de algo que roza lo indecible (…) que las manos y los dedos van creando y que probablemente nunca llegará a recibir su justo nombre”.

Saramago alude a una materialidad, a la vez, real y trascendida que, efectivamente, aflora en esta poesía de cuidado de G. A, entre jabones, cucharas, cremas, habitaciones, espacios urbanos insólitos y el olvido en la punta del ovillo que devanan las propias manos de su madre, Parca y sujeto del destino a la vez. Este es el material del que está hechas las personas de Cielo de hojalata.

Antes de dar paso a la poeta, quiera dedicarle aquí, públicamente, un poema de Ana Blandiana (esta escritora también pasó por esta pérdida hace unos años) que resume desde la poesía, por supuesto, esa inversión de roles madre-hija de la que hablaba anteriormente y que Gema conoce desde dentro como ha demostrado al escribir este hermoso libro lleno de sensibilidad:

DEBERÍAMOS

Deberíamos nacer ancianos,

Llegar sabios al mundo,

Capaces de decidir nuestro destino

Y de conocer los caminos que nacen del cruce original,

Y que fuera irresponsable solo el anhelo de caminar.

Después, deberíamos ser más y más jóvenes para llegar

Maduros y fuertes ante la puerta de la creación,

Cruzarla y entrar adolescentes al amor.

Deberíamos ser niños cuando nazcan nuestros hijos,

Para entonces serían más ancianos que nosotros,

Nos enseñarían a hablar, nos acunarían para dormirnos,

Y nosotros nos encogeríamos hasta desaparecer

Como una uva, un guisante, un grano de trigo.

(“Primera persona del plural”, Editorial Visor.)

De ese grano de trigo, Gema has amansado tú este libro que hoy es tu madre.

Natalia Carbajosa.

31 octubre 2021/ Biblioteca Ricardo Molina Puente Genil

                                                                                              VIII Encuentro de Poesía, Música y Plástica organizado por el Ayuntamiento de Puente Genil, Asociación Cultural Poética y Fundación Juan Rejano.

Emociones encadenadas

Con Natalia Carbajosa. Fotos: Marcos Rodríguez

Las dos primeras presentaciones las hice en dos de los pueblos que más me han visto pasear, Aguilar, mi pueblo y Puente Genil, el pueblo que me ha adoptado en sus encuentros poéticos, con la Asociación Cultural Poética y Antonio Roa, a la cabeza. Allí, Natalia Carbajosa, quien ya había escrito en el epílogo del libro, me presentó entre los asistentes, amigos y compañeros del VIII Encuentro. Durante los días previos, Natalia y yo conversamos varias veces, profundizamos en algunas cuestiones y en mi propia historia personal. Cuando llegó el momento de la presentación, no hizo falta escuchar mucho para emocionarme.

A medida que iba pasando, la emoción subía a mi garganta. Quería hablar del número de cuidadoras en la provincia, de las cifras que me había facilitado Teresa Luque de ADL, de la visibilidad de la depencia, de los cuidados , de la…

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Sonidos


Ph: Verónica Boletta

Puse cascabel a los silencios
para interrumpir esta calma desusada,
¡menuda esperanza tanto acorde!

Ahora no llaman
ni el viento
ni la trama
ni tu nombre.

Historia de un concierto fallido de cumpleaños


A quienes están

Y llegó el día.

Durante la semana se habían alineado

todos los planetas. El universo escribió

en el horizonte más cercano, con tinta

índigo. El día olía a tierra y agua.

El petricor caló las ropas y el cuerpo.

Era el momento de engrasar las botas,

vestir el cuero y saltar hasta la mañana.

Era el momento de la cerveza sobre la ropa

y la batería marcando el eco. Era el momento

de celebrar la música y que bailaran todas

las estrellas de la galaxia.

Pero ni su voz marcó el compás,

ni la niebla empañó el día de pizza italiana

con trufa y brindis de las copas de vino.

Un café y una sonrisa (2ª parte)


(Lee aquí la primera parte)

You look so fineI want to break your heartand give you mineYou’re taking me over

—Cantas muy bien. —Raquel mira a Luis con una sonrisa sincera pero cansada mientras él da otro trago al botellín de cerveza—. Tu sonrisa y tu voz me llevan a un lugar donde me gusta estar —añade en un murmullo, lo bastante apagado como para que ella pueda disimular no haberlo escuchado.

—Cuando estaba en el grupo, me fijaba mucho en Shirley Manson…, la cantante de Garbage —aclara ante la expresión ignorante de Luis—. You Look So Fine es uno de mis temas favoritos.

Sentados en la misma terraza de los últimos días, contemplan el mar en silencio. Raquel se retira de la cara un mechón agitado por la brisa y lo coloca detrás de la oreja.

—Podría pasarme la vida así, viendo las olas romper contra la orilla.

—Y yo.

Intercambian una mirada cómplice, y enseguida ella vuelve a desviarla hacia el azul inmenso.

—Es curioso cómo nos empeñamos en hacernos las mismas preguntas, una y otra vez, aun sabiendo que no vamos a encontrarles respuesta.

—¿Eso haces al cantar, preguntarte sobre el pasado? —A Raquel le sobresalta la deducción de Luis, y lo mira con sorpresa. Él apura la cerveza—. Yo prefiero no hacerme preguntas, pero es difícil resistirse. La autocompasión resulta tentadora cuando mirar adelante es como hallarse en medio de un desierto y buscar un oasis; sabes que lo máximo a lo que puedes aspirar es a encontrar un espejismo.

—Cuando estaba en el escenario, me sentía viva, libre, llena de energía. Cantar y dejarme llevar por la música era lo que daba sentido a todo.

Vuelven a quedar en silencio. Luis la observa y ve cómo sus ojos se tiñen del azul oscuro del mar al atardecer.

—Si alguna vez te apetece, puedes contarme lo que pasó.

Raquel gira la cabeza y le regala la enésima sonrisa.

—¿Nos bañamos?

Sin esperar respuesta, se levanta de la silla, salta a la arena y se aleja por la playa casi desierta. Al llegar a la orilla, se da la vuelta y saluda a Luis con una mano. Entonces, se quita el vestido y, despacio, se mete en el agua.

…..

Raquel ríe. Es la risa de una niña entregada a la diversión. Le transforma la cara, porque no tiene que hacer ningún esfuerzo consciente por sonreír, y a Luis le encanta; tanto, que durante las dos horas que llevan bailando ha olvidado qué es lo que provoca su desazón permanente. Están sudando a mares, apretujados contra otros cuerpos sudorosos que también ríen y se dejan llevar por la música. La atmósfera invita a la desinhibición, a entregarse sin reparos a la alegría de vivir.

Con los últimos acordes de Song 2 de Blur, Raquel se lleva una mano al cuello para indicar que está sedienta, y ambos se dirigen a la barra. Aprovisionados de cerveza, salen a tomar el aire a la terraza.

—Lo estás pasando bien, ¿eh?

—Me estoy quedando afónica, y mañana voy a tener unas agujetas…

Brindan con los botellines y beben en silencio, aunque enseguida Raquel reconoce el Stone Cold Crazy de Queen en la versión de Metallica y se pone a cantarla.

Tiene las mejillas encendidas y los ojos le brillan, como la piel de la cara y del cuello, perlada de gotitas de sudor.

—Me gustaría besarte —susurra Luis.

Raquel deja de cantar y lo mira con una expresión encendida que él todavía no había tenido el placer de contemplar. Con la mano libre, lo agarra del cuello de la camiseta, lo atrae hacia ella y, con la nariz a un milímetro de la de él, se detiene para saborear ese instante de deseo máximo, justo antes de meterle la lengua ardiente en la boca.

…..

Al alba, el mar y el cielo se confunden en el horizonte, pero poco a poco se dibuja la línea que anuncia la llegada del sol. Raquel y Luis asisten al proceso sentados en la orilla, dejando que la lengua tímida del mar les acaricie los pies. Ella apoya la cabeza en el hombro de él, y él aspira el aroma del sudor, el perfume y la sal que emanan del pelo de ella. No recuerda un olor más delicioso. Tienen las manos entrelazadas sobre la arena húmeda.

—Nunca había visto el amanecer en la playa tan bien acompañado —anuncia Luis.

Ella sonríe relajada. El sueño empieza a reclamar su botín tras una larga noche de bailes, sudor y besos.

Presiento que tras la nochevendrá la noche más largaQuiero que no me abandones, amor mío, al alba

Luis siente una presión en el estómago. Raquel le agarra la mano más fuerte, y él le acaricia el pelo y le besa la cabeza. Ella no puede seguir cantando, ni siquiera en un susurro, las lágrimas y el nudo en la garganta se lo impiden.

—¿Qué te pasa?

—Nada, no te preocupes. —Se separa un poco de él y hace el esfuerzo por sonreír—. Me lo he pasado muy bien, pero estoy muerta y necesito dormir.

En el horizonte, el cielo empieza a adquirir un tono anaranjado.

…..

Luis aparca frente al portal. En la calle se mezclan los jóvenes que regresan de fiesta con quienes salen a comprar el pan y churros para el desayuno, a pasear el perro o a correr.

Raquel mira por la ventanilla, pero lo que ve se oculta en su memoria. En la radio suena Heroes.

I, I will be King… —Luis se atreve a acompañar a Bowie—. And you, you will be QueenThough nothing will drive them awayWe can be heroes just for one dayWe can be us just for one day

La interpretación consigue atraer la atención de Raquel, que sonríe sin ocultar su tristeza.

—Just for one day —repite, como diciéndoselo a sí misma.

—Si quieres, subo contigo.

—Es mejor que no. Además, me voy a quedar frita en cuanto me tumbe.

Luis se inclina hacia ella y la besa. Raquel lo abraza, y piensa que le gustaría prolongarlo, porque nunca había abrazado a nadie que lo necesitara tanto como ella. Cuando sus labios se separan, permanecen abrazados. En la radio, Little Wing de Jimi Hendrix toma el relevo de Bowie, y Raquel piensa que es una de las canciones más bonitas que se han escrito. La canta al oído de Luis, y él siente un escalofrío.

When I’m sad, she comes to me, with a thousand smiles she gives to me freeIt’s alright, she says, it’s alright, take anything you want from meAnything… —A Raquel se le escapan las lágrimas—. Aquel hijo de puta… cogió lo que quiso, sin preguntar…

Luis escucha tenso al principio, pero enseguida la abraza más fuerte y le acaricia el pelo.

…..

Durante los días siguientes, Luis no encuentra a Raquel en la cafetería. Le dicen que no saben nada de ella. No puede llamarla ni escribirle porque no han intercambiado sus números de teléfono, así que se acerca a su casa, pero no contesta al timbre. Pregunta a un par de vecinas que salen del portal, pero ni siquiera parecen conocerla.

Se repite a sí mismo que esta vez no ha hecho nada para cagarla, pero no logra sacudirse el sentimiento de culpa. «Me tendría que haber conformado con el café y la sonrisa reconfortante. ¿Dónde voy a refugiarme ahora?», se reprocha desolado.

…..

Raquel regresa a la cafetería una semana después. Ha estado enferma, un catarro que la obligó a quedarse en cama y que, en realidad, ha sido la excusa perfecta para no salir de la cueva. Ahora el catarro casi ha remitido del todo, pero el mal que de verdad le duele continúa ahí, crónico, enmascarado con una sonrisa.

Se pone la gorra y la chapa y se incorpora al trabajo. Y cada vez que la puerta se abre, el corazón se le acelera, deseando que sea y a la vez que no sea Luis. Se siente mal por haberse escondido de él, pero se dice a sí misma que es lo mejor, que quizás no tendría que haber aceptado aquel café, porque así ahora seguiría viéndolo casi cada tarde y hablarían de libros.

—Hola, Raquel. —Es Gina, toca cambio de turno; la jornada ha pasado rápido—. Me alegro de que ya estés mejor.

—Hola. —Se saludan con dos besos. Gina es lo más parecido a una amiga que se puede tener en el trabajo—. El resfriado me ha dejado hecha polvo, pero sí, ya estoy bastante bien.

—Por cierto, ayer un cliente dejó algo para ti. —Raquel da un respingo. No puede ser otro que Luis—. Espera un momento, que lo guardé en la taquilla. Me cambio y te lo traigo.

Raquel nota cómo se le acelera todo el organismo. Se pone a ordenar el mostrador y le pasa la bayeta; luego sigue con las tazas y las cucharillas, que ya había ordenado previamente.

—Toma.

Raquel recibe el paquete envuelto. Es evidente que se trata de un libro. Rasga el papel sin reparar en Gina, que la observa con curiosidad. «Locuras de Brooklyn, Paul Auster». No lo ha leído.

—Joder, ojalá a mí me hicieran regalos así. Un día un tío me dejó un paquete de chicles. El muy gilipollas había apuntado su número de teléfono en el envoltorio.

Raquel no la escucha. Abre el libro y, como intuía, Luis ha escrito algo en la primera página. Lee con ansia y temor.

«No creo en las segundas oportunidades. Sin embargo, sí creo que existen personas capaces de sobreponerse al pasado, con la fuerza suficiente para convivir con él y seguir adelante. Tú deberías ser una de ellas. Hay que tener mucha fuerza interior para vestir esa sonrisa tan reconfortante para quienes tienen la suerte de contemplarla.

Espero que te guste el libro. Es una historia optimista. Tiene partes angustiosas, pero el conjunto deja buen sabor de boca. A pesar de esos personajes llenos de cicatrices, Auster sí cree en las segundas oportunidades.

Gracias por estos días. No dejes de sonreír.

Luis».

Raquel cierra el libro y lo aprieta contra el pecho.

—Que tengas una tarde tranquila —le desea a Gina, con una sonrisa dolorosa.

Fin