Estaba cruzando la avenida cuando casi me pisa un auto. Fue un poco culpa mía y un poco de él, yo venía distraído y él venía pelotudo.
Por suerte no me pisó y lo único que sentí fue el ruido y una brisa en la nuca.
Lo que no entiendo es por qué, cuatro meses después, todavía me siento muerto.
Etiqueta: nanocuento
Peripecias de la cama a la ducha
El día había empezado raro. Mi cuerpo parecía no poder resistir la fuerza de atracción que me ejercía la cama.
Iba saltando entre lecturas, Graham, Cortázar, un libro sobre la física cuántica y Borges. Terminé cayendo en Carver, y finalmente me atrapó. O me atrapé, quizás.
El relato empezaba con una conversación entre una mujer y un panadero, alrededor de las 4 o 5 páginas, me di cuenta de que el panadero iba a tener cierta trascendencia llegando al final, porque Carver parecía querer esconderlo. Parecía querer que me olvidara de su malhumor injustificado.
En fin, niño adorado fallece en circunstancias extrañas, padres contrariados vuelcan su furia hacia panadero que insiste en llamar a la casa, reunión en panadería y luego tranquilidad, porque hablando la gente se entiende.
Todo eso estaba muy bien. Bien escrito, bien pensado, se volteaba la expectativa de un final violento de una manera súbita pero bien preparada. Todo estaba genial. Pero a mí no me cerraba. Yo sabía que era mi culpa, que algo me había perdido, porque no entendía como Carver había logrado esa atmósfera de inquietud en el hospital, cuando todo había sido de lo más normal sacando a esa familia negra en el lobby.
Como veinte minutos después seguía sin entender, decidí irme a duchar.
Me levanté de la cama[1] e instantáneamente me sentí mal. Estaba tan mareado que me costaba un poco mantenerme en pie. Después de un esfuerzo no menor, caminé hacia el baño[2] y prendí la ducha. El agua empezó a correr. Yo me metí.
El mareo no se iba, al contrario, parecía aumentar con el agua caliente. Pensé en poner solo agua fría, pero mi brazo derecho a esta altura parecía obedecer más el zigzag de las gotas de agua que las órdenes de mi cerebro. Puse mis manos en las rodillas y me agaché, intentando tomar aire, pero era imposible.
Mi cuerpo era un motín, un montón de extremidades comandadas por un invasor. Un invasor que me era imposible detener.
Hasta que entendí. El doctor estaba totalmente informal, luciendo una camisa y un inquietante bronceado. Esa era la clave, ¿por qué estaba así el doctor? ¿Por qué mierda no se cambiaba la ropa para hablar con los padres de un niño muerto?
El agua siguió corriendo.
[1] Finalmente
[2] Lentamente
Meditaciones mundialistas
El mundial nos hace olvidar.
Que bien que se mueve Cristiano, que cagado que está Messi, ¿que era lo del F.M.I?
Nos desconcentra.
Como hizo para clasificar Polonia, que asco que es Sampaoli, que lindo ese islandés, ¿guerra con quién? ¿en donde?
Nos enoja.
Pero corré fracasado, ¡corré! México de mierda, me cagó la penca, que traigan el muro.
Sin embargo, también nos une. Nos hace sonreír con el gol de Panamá en un grosero 6 a 1. Hinchar por países por el simple hecho de ser latinoamericanos, tener tema de conversación con el tachero, juntarte con tus amigos y tirar estadísticas haciéndote el que sabés.
Incluso me hace escribir esto, mirando un Japón-Senegal, aburrido hasta los huevos mientras un japonecito intenta una moña y se tropieza.
El día del portero
Un día todos, cansados, se fueron. Incontable fue la gente que se quedó encerrada y llegó tarde al trabajo, lo que supuso un golpe brutal a la economía. La bolsa cayó en picado. Infinitas doñas se quedaron sin su psicólogo low cost, la inseguridad tuvo picos históricos; nadie estaba dispuesto a salir de su casa por miedo a que lo roben. Así se generó una sociedad ermitaña y aislada. Cada uno en su hogar, protegiendo lo suyo. Y así seguimos. Y así nos fue.
El mundo simplemente no estaba preparado para el día del portero.
Azul
Azul. Todo es azul. Mis ojos se van para atrás, fugaces, esquivos. Siento la victoria, el éxtasis puro reservado casi exclusivamente a reyes e idiotas.
El fluido me posee y me lleva a ese lugar donde solo estoy yo, y estando así de solo, no puedo sentirme más acompañado. Azul, todo-sigue-azul.
De pronto salgo, lo miro a él. Él ríe. ¿Y, cómo te estás sintiendo, pibe? Y yo quiero decirle, quiero decirle que el ser está ahí, escondido entre esos pastitos, al alcance de cualquiera. Pero le digo bien. Bien de bien. Porque decirle otra cosa no tendría sentido, porque el lenguaje es nada más que un manotazo de ahogado, un intento inútil de comprensión.
Andá al kiosco, que falta Sprite, le digo.
Cuestión de óptica
Él corre. Conociendo su crimen, corre. Lo vemos como si fuera una hormiga colorada, gracias a su gorro rojo, distintivo hermosamente idiota si una piensa rapiñar a una señora matándola de un culetazo.
En fin, lo vemos. Vemos como corre y sale a una calle chica. Lo vemos dudar. ¿Izquierda o derecha? ¿Realmente importa? Él no tiene ni idea, pero nosotros sabemos que sí. Vemos que por la izquierda, en menos de veinte segundos, llegarán los policías. También vemos que si él elige la derecha y sube por el tejado de esa casa azul, logrará escapar.
Lo vemos tomando la izquierda, chocando directamente con los policías. Lo vemos arrodillarse y tirar su arma.
Por último vemos al policía enfrente de él. Lo vemos desenfundar su arma y apuntar. Este es el momento en el que decidimos dejar de ver. Este es el momento donde no quieren que veamos.
Otro día feliz en el mundo
Siempre me gustó la teoría del caos. No por su lado científico, el cual no logro terminar de comprender, sino por su forma poética.
«El aleteo de una mariposa en no sé dónde puede causar un huracán en no sé dónde, pero más lejos». Siempre el mismo ejemplo. Siempre. Pero, qué desperdicio, che, pudiendo decir: «Las pisadas de un trabajador en Frankfurt pueden hacer caer el pote de dulce de leche de mi mesada», ¿en serio nos vamos a quedar con la mariposa? Estética nomás, pero qué importante que es la estética hoy. Basta con mirar a los costados. Lamentablemente la mayor arma de muchas mujeres no es sus cerebros ni aptitudes, son sus tetas (o culo, dependiendo de la preferencia del consumidor y la/el/los consumidos). Y eso a la sociedad no le preocupa. Es muchísimo más importante concentrarse en la teoría del caos, o en cómo si hacemos zoom (palabra insertada artificialmente en nuestro idioma, el cual tampoco nos preocupa, pero es que se dice así, qué le vas a hacer, es que aumento queda tan feo…), a la foto de un muñequito se repite el mismo patrón hasta el infinito.
«Solo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana» – Einstein (o no sé si es Einstein, en realidad lo leí en internet, pero qué importa si al fin al cabo está por ahí, y por lo tanto alguien tiene que haberlo escrito). No sé si el universo es infinito. Infinitas son las excusas, infinitas son las miradas para otro lado, e infinitas son las razones que tengo para escribir esto y no algo como: «El sol brilla y los pájaros cantan, otro día feliz en el mundo».
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