Nunca hasta ahora


Apenas han pasado unas pocas horas desde que te fuiste, sin embargo, ya me parecen años. Quizás haya perdido, al fin, el sentido del tiempo y con él, la cordura de mis ojos al ver las manecillas de cualquier reloj como enemigo, puesto que siempre me han llevado la delantera en tu despedida.

La última vez que estuve a tu lado, estaba tumbada a tu vera. En tu cama, tu calor rezumaba por todo mi cuerpo. Entonces, respiraba tu paz y tu expiración entrecortada. Mirando tus manos, mis ojos acumulaban unas lágrimas que no han querido brotar desde entonces, así como así, así como todos lo han hecho desde esa tarde de sábado en la que me marcas a fuego una fecha. Nunca hasta ahora había tragado tantas. Una cascada de ellas, que no para de fluir y salir hasta calmarse levemente.

Personas se acercan a mí, yo sonrío mientras me dan sus respetuosas condolencias. Qué ironía. Sonrío cuando tengo ganas de llorar. Otro día que odiaré. Otro día en el que me quedé sin darte un abrazo. Aunque esta ocasión sea la última y definitiva. Nunca hasta ahora lo podría haber imaginado. Ahora. Ahora que los busco desesperadamente.

Aquella noche, me hablabas susurrándome cariñosos motes, apenas dos palabras, cada cierto tiempo, cuando parecías volver en ti y a mí. Mientras te rogaba callar para evitar que forzaras más tu voz, esa que parecía desvanecerse con el paso de las horas.

Vi en ti tu vela y su llama apagarse lentamente. Mi corazón no rugió. Fuiste ejemplo de luz y de oscuridad, cuando te apagaste. Todo se quedó manchado con un negro crudo dispuesto a devorarme.

Volví al bicolor haciendo vivo tu recuerdo en mi interior y desde entonces, aquello que me rodea es una estampa de cualquier escena compartida contigo.

Bruna


Bruna comienza el día contándose no sé cuántas mentiras. Algunas se las cree y a otras les hace oídos sordos.

—Hace buen tiempo. Está soleado y corre un poco de brisa. Seguro que viene directamente del mar —se dice—, porque es fresca y humedece mis mejillas —relata tocando sus dos carrillos rosados.

Tiene la belleza precisa, la que invita a mirar un poco más y saborear durante otro par de minutos.

—Mi mente está casi en blanco, no puedo dejar un único pensamiento en mi masa blanca, sin que resbale por ella.

Tira a canasta las dificultades y se ríe cuando se quedan rodeando el aro, infinitas veces. Y se felicita por ello.

Hasta cuatro veces se levanta del sillón.

—Si en algún momento me llega la relajación, me incorporo agresivamente. Si lo hago soplando, expiro suspiros hasta llenarme de polvo. Serán los residuos del aire quienes completen la nada ruidosa acumulada sobre los muebles, con intención de protegerlos y darme abrigo —asegura con la firmeza que acostumbra.

Se toca la nariz, los ojos y la boca, haciendo un recuento de las partes de su cara, aprendiéndolas.

—Como alguna vez hice de bebé. Aunque, ahora, intente estrujar pesos y daños hasta escurrirlos goteando por mi barbilla —narra orgullosa.

Recorre las calles flotando. Un fantasma más que no toca el suelo. Estira cualquier línea horizontal y la hace tierra firme por la que caminar. Captura pizcas de cielo y las añade como granos a la senda que la invita. Elige cuántos cuerpos debe unir para derribar cualquier muralla, en lugar de levantarla.

Bruna termina el día como comienza, pero el sueño acude a ella tres minutos después de tumbarse bocarriba.