Una cabeza rodó por la colina
¿Será la mía? ¿Será la mía?
Cayó a los pies de las nuevas crianzas
¿el fin de mis días?
Siempre pensé en todo y en nada a la vez.
Siempre quise ser insigne sin pecar de absurdo
excluirme de la tempestad y su frenesí,
hacían temblar mi voz.
El silencio obsesionó mi casta de observador
me llenó de ruido los adentros y de dudas los cimientos,
la sed no pausó mi cauce, seguí corriendo
aun cuando ya no fuese necesario.
Escribí ciento tres cartas y no las envié. Me rehusé de inmediato.
Extenue quedó mi voluntad ante sus saberes,
miradas inequívocas, anacrónica sumisión.
Dos pasos más hacia la cima
¿Dará alegría? ¿Dará alegría?
Llegando a la parte más llena y más vacía
¿sobreviviría?
Cánticos y poetas, insonoras eran mis palabras,
en tierras donde se cuantifica lo vivido
yo no tenía siquiera para pagar mi fianza.
Fui un preso en las afueras del mundo
sin necesidad de abrir mis alas.
Juntos mantuve mis pies,
les enseñé que el suelo era una trampa
los aires albergaban en mis sueños la esperanza.
Clávese en mi sien la espina, fruto y lastre, paloma blanca,
comprendiendo los olvidos: creyente.
Madre hay una. Mis manos sanan.
Jugar dormido y soñar despierto
¿Habrá ironía? ¿Habrá ironía?
Ser quien quiero y quien detesto
¿me mataría? ¿Quién lo diría?
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