El bolso verde chatre


Lucía quería comprar un bolso de marca, de esos que eran carísimos, que deslumbraban a las demás mujeres y las hacían arder de envidia. Gastaba casi todo su sueldo en ropa, maquillaje y zapatos, pero le faltaba el bolso. Su imagen era todo para ella. Se levantaba a las cuatro de la mañana, corría cinco millas y se daba una ducha de agua fría, para asegurar que su piel no se resecara. Cubría todo su cuerpo con cremas, una para cada parte.  La de la cara —que la protegía de los rayos solares—, luego la del cuerpo, la de los pies, y la de las manos. Se paraba frente al espejo para ponerse con cuidado su maquillaje, que, por supuesto, tenía que quedar perfecto. Peinaba su cabello rubio platinado —como el de Marilyn Monroe—, que teñía cada semana, pues no le gustaba que le vieran el crecimiento. Sus pestañas y uñas eran postizas. También usaba lentes de contacto azules. Sus vestidos y zapatos eran de marca también, aunque era más fácil adquirirlos en ciertas tiendas a donde iban a parar cuando había exceso de inventario en las exclusivas, pero le faltaba el bolso. No se sentía completa.

Todos los días, Lucía pasaba por una tienda exclusiva para admirar los bolsos. Buscaba en Ebay y en Amazon por una oferta. Había uno que le gustaba en particular, color verde chatre, de piel de lagarto, finísimo. Suspiraba cada vez que lo veía, pero apenas podía pagar la renta y se alimentaba con lechugas. Le decía a todo el mundo que era vegana, pero lo cierto era que no tenía para más con tanto gasto. No tenía forma de ahorrar y sus tarjetas de crédito no aguantaban más. La empleada de la tienda la miraba desde adentro, le parecía patética. Deducía que no tenía dinero para comprarlo, de lo contrario ya habría entrado hacía tiempo. Ella misma tenía una copia del bolso y estaba conforme con ello. A Lucía esto le parecía un sacrilegio, tenía que ser un original.

A veces soñaba que un millonario se enamoraba de ella y le regalaba el deseado bolso. La posibilidad de que eso pasara era mínima, pero un sueño era un sueño. Dormida pensaba en él. Despierta su mente estaba ocupada solo con la idea de poseerlo. En el trabajo pasaba horas dibujándolo, cada detalle, las líneas, el color verde que no combinaba con nada y que solo por ser original, sería perfecto para llevarlo con todo. El bolso era su obsesión.

Una noche decidió que el bolso sería suyo. Se cubrió con un pasamontaña, ocultando su rostro. Esperó a que fuera de madrugada y llegó hasta la tienda exclusiva. Arrojó una piedra destruyendo la vitrina. La alarma sonó, ensordeciéndola, pero no le importó. Ya había llegado muy lejos. Agarró el bolso, abrazándolo, acariciándolo, protegiéndolo como a un recién nacido. Corrió calle abajo, enloquecida de emoción, antes de que llegara la policía. En la mañana, cuando llegó la empleada, enseguida supo quien se había llevado el bolso color verde chatre de piel de lagarto. Nada dijo.

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Imagen: https://pixabay.com/en/fashion-model-green-handbag-1107715/

Obsesión (microcuento publicado en la Revista de Saltoalreverso)


Revista Salto al reverso julio-agosto26Leticia es muy coqueta, nunca se quita los zapatos altos, tiene más de quince pares de variados colores.  No va a ningún lado sin ellos, cocina, limpia la casa, lava la ropa, va de compra, baila, va a su trabajo, hasta hace el amor con su marido. Ella justifica esta obsesión, pues sin ellos alega que se desconecta de la ciudad encantada, donde los deseos se le hacen realidad. Sus zapatos son el puente entre la realidad y la fantasía. Ahora que está embarazada el médico le prohíbe usarlos. Leticia tendrá que recurrir al cordón umbilical del bebé para mantenerse conectada a su mundo mágico.

Los invito a visitar la revista de Saltoalreverso. Es sensacional, repleta de creatividad, talento y sensibilidad de artistas de diversas partes del mundo.  Aquí le dejo este enlace para que lo disfruten:

Me obsesiona tu nariz


 

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por Reynaldo R. Alegría

 

Cuando Alice salió de su clase de Antropología la obsesión se había apoderado de ella.

Desde entonces fue imposible mirar a un hombre sin enfocarse en el triángulo de hueso tapizado de cartílago, y de músculos, y de piel, que corona el centro de su rostro.  Hasta ese día, los hombres tenían su olor particular en el centro del pecho.

Pero a partir de ese día.  A partir de ese día jueves.  A partir de ese día en el que, como todos los jueves a las 2:50 de la tarde, llovía en la universidad.  Ya nada fue igual.  Desde entonces solo fue el asedio de que los secretos más íntimos de los hombres se advertían en su nariz.

—Desde tiempos inmemoriales, aunque sin testigos o documentos fehacientes que lo puedan confirmar (y por eso inmemoriales), sabemos que ha habido un gran aprecio por la belleza de la nariz y lo que ella pueda significar.  Esas fueron las primeras palabras del profesor.

Alice caminó por la Plaza Antonia Martínez, el cuadrángulo que vive entre el Teatro y la Torre donde vive el carrillón.  Mirando la nariz de todos los hombres.  Incluida la que surgía de los bustos de bronce que se incrustan en los jardines de las plazas.

—Se dice que Sushruta, el médico indio a quien se le atribuye uno de los tres textos que dieron origen a la ayurveda, practicó la cirugía plástica de la nariz llevando a cabo las primeras rinoplastias de las que tengamos conocimiento 600 años a.C.

Su formación de estudiante de filosofía la había preparado para investigar.  Hallar.

En el ordenador, observó una vez más el video del Presidente Clinton mientras negaba haber tenido sexo con Mónica Lewinsky.  Se rascaba.

—Cuando mentimos, vertimos catecolamina al torrente sanguíneo.  Una sustancia que nos produce picor en la nariz.  El llamado efecto pinocchio.

—Desde hace varios siglos, se ha creído que el tamaño de la nariz guarda relación con las obsesiones sexuales.  Y con el tamaño del miembro masculino.

Alice hizo una lista mental de sus amantes.  Hurgó en su memoria para recordar el tamaño y la forma de sus narices.  Los clasificó.  Por su índice nasal.  LeptorrinosMesorrinosPlatirrinos.

Era cierto.

Repasó las virtudes de sus hombres.  Las clasificó.  El cariño.  La palabra dulce.  Su inteligencia.  El uso de las manos.  Y de la lengua.  Su color.  Su sabor.  Subsumió las descripciones físicas con las virtudes morales.  Y las físicas.

Entonces se detuvo en el brillo de la nariz.  El brillo en la nariz de Freud.  Glanz auf der Nase, había dicho el profesor.  Era el brillo lo que le daba calor a este sentimiento contaminante.  Este pensamiento continúo.  Excesivo.  Irracional.  Repetitivo.  Inacabable.  Esta deliciosa angustia de querer ver una y otra.  A la vez.  Aunque no pudieran estar al lado.  Era el brillo de la nariz de los hombres lo que la obligaba sin control a concentrar su atención en sus ganas imparables de posesión.  De una nariz grande y brillante.  Como un glande.

 

Foto por Einsamer Schütze (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html), via Wikimedia Commons

Os lo he escuchado decir


Esto es importante,
¡ATENCIÓN! …nunca tuve audiencia en este circo,
sólo estoy otro día aquí sentado en el comedor,
y aunque me parece imposible estoy seguro,
alguien se ha llevado algo de mi habitación.

Lo que me han robado no me pertenece,
ni siquiera sabía que estaba ahí.
¡Es importante! ¡Es importante!
En aquella mesa, os lo he escuchado decir.

Nadie me contesta, con toda esa empanada en la boca,
ni en la mesa en que susurran ni en las de alrededor;
y aunque me revuelvo e insisto en que alguno lo devuelva,
nada me quedaba antes y sé que ahora es peor.

Lo que me han robado no me pertenece,
ni siquiera sabía que estaba ahí.
¡Es importante! ¡Es importante!
En aquella mesa, os lo he escuchado decir.

Cuando volví a mi cuarto, caída la noche más triste,
cuando cerré esa puerta a oscuras al final del corredor,
pude ver una sombra que jugaba conmigo al despiste,
se movió un instante y luego desapareció.

Lo que me han robado no me pertenece,
ni siquiera sabía que estaba ahí.
¡Es importante! ¡Es importante!.
En aquella mesa, os lo he escuchado decir.

-Gabriel K.

 

Nota: hay que tener las gónadas muy grandes para ignorar un poema de Bob Dylan y escribir otro encima, si además se trata de una canción como I shall be release es aún peor (la mejor versión es la primera de estudio, de 1967 (sólo dos estrofas y el estribillo)). Ha sido como si se pusiera a gritar. El doctor Castillo está tomando las medidas pertinentes. ¡Saludos desde el frenopático!

El que habita en las sombras


Él esta ahí, lo se, observándome, estudiándome, en las sombras.

Todo comenzó un día en que fui a visitar a mi vieja tía. Ella vive en el campo, vivía, mejor dicho. Todavía no me acostumbro a la idea de que este muerta. Era el único pariente vivo que me quedaba. Mi familia se extinguió hace tiempo, yo era el mas joven, ahora soy el único. Ella tenia 93 años, se llamaba Francisca, descendiente de españoles, vino a vivir a Argentina cuando era una niña de 7 años. Su familia eran judíos ortodoxos, respetaban todas las fiestas, el shabbat, no comían cerdo, ni mezclaban carne con leche. La religión en la familia murió hace tiempo ya, con mis padres, dando paso a un completo ateísmo. Mis padres no creían en nada, tan solo en la ciencia y los hechos factibles. Yo nací un 25 de septiembre, a las 14:50 horas. Fui educado en las más caras escuelas privadas. Fui a la universidad. Me gradué como ingeniero. Ahora, hasta el momento del incidente, estaba haciendo una carrera. De chico era muy imaginativo, siempre creando amigos invisibles. Nací enfermo. Mis padres me sobreprotegían. Ellos murieron un 12 de agosto a causa de un accidente de autos. Un conductor borracho los mató. Por suerte, o por desgracia, el también murió. Heredé una fortuna enorme que me ayudó a solventarme durante años. Luego de la muerte de mis padres sólo quedábamos mi tía Francisca y yo. Siempre fui tímido con las mujeres. Tuve mis novias, pero hace tiempo que me di por vencido. Recorro el mundo solo. Así, mi corazón no vuelve a sangrar.

Ese día, en la casa de mi tía, di con unos documentos de mis bisabuelos. Eran unos manuscritos llenos de formas geométricas, ángulos, e inscripciones al pie de pagina. Ése fue el primer escalón en el descenso de mi mente hacia lo oscuro. Esos manuscritos me fascinaron. Las lineas eran perfectas, los círculos también, los ángulos. Los dejé donde los encontré, en un baúl de la casa, pero no podía sacármelos de la cabeza. No sé porque produjeron tal impacto en mí, al fin y al cabo eran viejos e inentendibles.

Al caer la noche volví a mi casa. La autopista estaba desierta y no me llevó más de media hora llegar a mi hogar. Prendí la televisión y abrí una cerveza. De pronto sentí que me observaban, me di vuelta pero no había nadie, nada, estaba solo en las sombras de mi casa. No le habría dado mas importancia a no ser por un ruido que me pareció oír, como un murmullo. Prendí las luces pero estaba solo. Me fui a dormir con la mente intranquila. Esa noche tuve los sueños mas raros, pero al despertar se disiparon de mi mente. Algo me decía que tenia que traer los viejos manuscritos a casa y tratar de darles una explicación.

Volví a la casa de mi tía en busca de los papeles. Seguir leyendo «El que habita en las sombras»