Qué es la vida…


Qué es la vida, sin esas alegrías exaltadas
que estremecen nuestras más íntimas emociones.
Qué es la vida, sin esas exageraciones plenas
que nos paralizan frente a insolentes dificultades
y que en ocasiones son meramente nuevos aprendizajes.

Qué es la vida, sin esa tristeza tan trémula
que nos carcome cada vez que nos sentimos más solos que el mundo.
Qué es la vida, sin esas ligeras sensaciones
que nos incitan a amar y al mismo tiempo a odiar;
en las mismas dimensiones y proporciones;
eligiendo —nosotros— si odiar o amar según el contexto.

Qué es la vida, sin esos choques plenos con la muerte
que nos recuerda que esa es la única certeza para nosotros, los humanos,
y que en ocasiones sufrimos por muchas partidas involuntarias,
rechazando —categóricamente— la ausencia definitiva de quienes amamos.

Qué es la vida, sin la esencia de nuestro pasado,
que sirve infaliblemente para afianzar nuestra identidad
y sostener a las sanas incertidumbres de nuestro presente y futuro.

Qué es la vida: ¡Pues nada!
Un destello de luz, un soplo divino por el cual se nos permite vivir,
desgastar, nuestras locas y apacibles emociones
y dejar huellas indelebles de este brevísimo viaje terrenal…

El regalo


La última vez que me dijiste
que me odiabas
fue el día de tu cumpleaños.
Coincidió con una tarde azul,
o una mañana azul,
o azul era; a lo mejor, el color de tu jersey
o la goma con que te sujetabas el pelo
haciéndote una coleta
mientras me decías eso,
que me odiabas.

Pero el azul estaba allí mismo, lo recuerdo
instalado en el salón mientras el regalo
que te había comprado
permanecía a medio abrir sobre la mesa.
Estático, casi atónito.
Como si pensara en su regreso
a la tienda de regalos,
a cambio de otro artículo inútil
que se le parezca.

Blog Amenaza de derrumbe

 

Odio, dolor y sangre


Conocí a Lorenzo cuando tenía diez años. Desde entonces fue mi mejor amigo. En aquella época me gustaba andar descalza sobre la yerba verde. Me daba seguridad el olor a tierra húmeda y sentir bajo mis pies el barro haciéndome cosquillas cuando se metía entre mis dedos. Salía al campo corriendo, con la cara al viento. Cuando me detenía cerraba los ojos para escucharlo y preguntar si tenía algún mensaje para mí. Lo oía silbar contándome historias de hadas y príncipes encantados y que algún día uno llegaría a mi puerta con un zapato de cristal a pedir mi mano.

Me gustaba recoger flores para hacer una corona y ponerla sobre mis cabellos. Las olía primero y les pedía perdón por arrancarlas, pero ellas repetían que con gusto adornarían mi cabeza llena de pensamientos buenos. Una mañana, mientras hacía mi habitual paseo, encontré a mi amigo. Me sorprendió porque caminaba despacio y estaba herido. De inmediato sentí compasión por él y me acerqué sin temor alguno pues sabía que no me haría daño.

—No tengas miedo, estoy herido —dijo.

—Ya lo he notado y, además, no tengo miedo —respondí mientras me acercaba y lo tocaba con suavidad. Luego lo llevé al río para que tomara agua y para limpiar sus heridas—. ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué estás herido?

—Vengo de muy lejos, de un lugar al cual no quiero regresar.

—¿No quieres? Pero, ¿qué tiene ese lugar? —pregunté intrigada.

—Mucho odio, dolor, sangre…

—No sé de lo que hablas… —dije con sinceridad pues en mi mundo no había visto nada de eso.

—Tú no tienes edad para saber de esas cosas.

—Cuéntame, por favor —supliqué en mi curiosidad.

—No quieras saber, niña. La vida misma te enseñará.

—Pero, ¿no tienes amigos? ¿Un amo?

—Un amo sí tenía, pero murió.

Ya no quiso hablar más. Cayó al suelo y se quedó dormido. No quise interrumpirlo pues se notaba que su cansancio era largo y viejo. Mientras dormía me preguntaba qué le pudo suceder. No sabía su nombre, pero enseguida empecé a amarlo.

Escuché a mi madre llamándome para cenar y corrí antes de que despertara a Lorenzo. Comí rápido. Saqué una porción de pan y frutas y regresé a donde lo había dejado. Seguía acostado, pero con los ojos abiertos.

—¿Tienes mucho dolor?

—En el cuerpo no tanto, más es el dolor que tengo en el alma.

Instintivamente lo abracé y algo dentro de mí se estremeció de puro amor.

—No me has dicho cómo te llamas —dije.

—Me llamo Lorenzo.

—¿Te quieres quedar conmigo?

 —Sí, quiero.

Caminó conmigo despacio hasta la casa. Cuando mis padres lo vieron lo recibieron con el mismo cariño que yo. Enseguida buscaron cobijas y un lugar cómodo donde se pudiera reponer. Me dediqué a alimentarlo y conversaba con él largas horas. Cuando sanaron sus heridas salíamos juntos a mi paseo de la mañana. Cabalgaba sobre él, alegre, y podía cerrar los ojos sabiendo que cuidaba de mí.

El tiempo pasó y con él me fui convirtiendo en mujer. Lorenzo era mi sombra, mi protector. Una mañana que venía de vuelta del río un hombre con armadura se acercó en un caballo. Mi amigo enseguida se inquietó y me miró advirtiéndome que no me fiara. El soldado se bajó del caballo sonriendo burlón.

—Hace rato te estoy mirando y no he podido evitar acercarme —dijo—. Desde donde estaba podía percibir el olor de tu cabello.

—¿Y qué hace un soldado por estos lugares?

—¿No has escuchado que entramos en la ciudad.

—¿Quiénes han entrado? —pregunté ocultando mi preocupación.

—El ejército más poderoso del mundo —respondió—. Y he venido a incautar las tierras en las que vives con tus padres.

—¿Cómo sabes que vivo con ellos? No les harás daño, ¿verdad? Ya son viejos…

 El hombre empezó a reír a carcajadas. Mientras más reía, más miedo sentía. De pronto vi a Lorenzo levantarse en dos patas y romperle el cráneo al soldado.

—¡Súbete! —urgió.

Cabalgamos hasta la casa y con horror vi a mis padres tirados en sendos charcos de sangre y sin vida. El dolor y la rabia se apoderaron de mí. Quería que los hombres que dañaron a mis padres pagaran por su afrenta.

—No, niña querida —me dijo Lorenzo—. Cuando me encontraste precisamente de esto huía. Al llegar a ti, toda mi vida pasada cambió con tu amor. No dejes que el odio nuble tu entendimiento ni corrompa tu corazón. El dolor poco a poco amainará y dejarás de sufrir.

Acaricié la crin de mi amado amigo y lo monté. Le pedí que me llevara a un lugar lo suficientemente lejos como para no tener que ver a mi enemigo. Lorenzo corrió hasta el lugar donde me conoció.

—Lorenzo, te dije que me llevaras lejos —reclamé.

—No importa a donde te lleve, nunca te sentirás lo suficientemente lejos si albergas malos sentimientos en el alma y nunca estarás preparada para el amor. Es aquí donde encontré paz y en donde tú la hallarás.

Enterré a mis padres y por cada lágrima que caía sobre la tierra, una rosa blanca brotaba. Me quedé en el hogar en el que crecí rebuscando los buenos recuerdos para sanar y cada mañana daba el paseo con Lorenzo hasta que encontré la paz. Ya estaba preparada para el amor. Fue entonces cuando conocí a Benjamín, un joven labrador que, aunque no traía una zapatilla de cristal, tenía —como mi padre— un alma noble y buena. Nos casamos y trabajaba la tierra que siempre nos daba de comer. Mi amigo le ayudaba en el campo hasta que envejeció.

Lorenzo murió en paz una mañana treinta años después de que lo conocí. Mi esposo y mis hijos me ayudaron a enterrarlo en el lugar donde lo encontré herido de cuerpo y alma hacía tantos años. Él me protegió del mal y me enseñó a sanar cuando estuve herida. Al igual que en la tumba de mis padres, mis lágrimas se convertían en rosas al caer sobre la tierra.

No lo extraño pues en mi paseo de las mañanas lo escucho en el viento y siento su presencia en la tierra húmeda que me hace cosquillas entre los dedos. Algún día me esperará en el río y cabalgaremos juntos hasta su hogar.

 

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Imagen (CC0): https://pixabay.com/en/buy-me-a-coffee-animal-equine-2067460/

Bruja por bulerías


Soñé que me amabas,

viniste y me amaste;

soñé que me abandonabas,

de mis encantos prescindiste;

soñé que mi interior conocías,

proclamaste «a la hoguera».

Lo que quieras haz con tu vida,

nunca más bruja me llames,

es tu responsabilidad,

que siempre mis sueños,

hagas realidad.

Extraño tantas cosas…


Comparto con ustedes un viejo escrito que encontré en los archivos de mi computadora. Disculpen el tono.

Extraño tantas cosas…

Extraño esos días tan felices de la infancia. Esa vida en la que cada día era una aventura, en la que cada rodilla pelada era una nueva lección. Cada día de verdad se aprendía algo nuevo.

Extraño ir a donde mi madre cada tarde con algún nuevo invento, algún nuevo dibujo o algún nuevo cuentito y escucharla decir «¡Qué lindo mi amor!» Con ese amor que me llenaba de alegría. Me sentía invencible.

Extraño esos tiempos en los que cualquier cosa hacía orgullosa a mi familia, todos adoraban lo mucho que hacía ese muchacho. ¿Donde quedó todo eso?

Con cada paso que uno da el camino se torna más dificil, las fallas son más frecuentes, las victorias más pequeñas y aunque todos te apoyan sientes que los defraudaste, sientes que te defraudaste a ti mismo.

Sientes que puedes dar más, que puedes hacerlo mejor, pero no encuentras la manera de hacerlo.

Extraño tantas cosas…

Extraño las lindas amistades, la alegría con la que jugábamos. Esas amistades que poco a poco van desapareciendo. Cada viernes piensas en hacer algo y cada viernes ves que te quedan menos personas a quienes llamar amigos.

Extraño verte cada día y cada día odio el extrañarte. Odio recordar lo felices que eran esos días y lo distante que ahora estás. Tu indiferencia. Tu «tengo ganas de verte» y el poco esfuerzo que pones para lograrlo. Me odio a mí por no esforzarme lo suficiente para conseguirlo. Odio odiar y el saber que estoy odiando me llena de odio.

Extraño querer. Extraño amar. Extraño sentirme querido. Siento que olvidé lo que se sentía. Al parecer solo me queda lástima para compartir, solo siento lástima por las personas, todo siempre termina en eso. Me da lástima ser muy sincero, me da lástima llenar cabezas con mentiras, me da lástima ver tanto sufrir. Con la única persona con la que no siento lástima es conmigo. Ahí entramos en otros sentimientos.

Extraño ser niño. Los veo tan felices, tan inocentes y me hacen reir por un rato… Extraño jugar con mis primos, con mis amigos. ¿Quién inventó la madurez?

Extraño la humanidad antigua. Extraño los días sin dinero. Extraño los días sin ambición. Extraño estar en una canoa, pescando para la tribu. Extraño estar en un arbol siendo un simple mono. Extraño formar parte de la naturaleza.

Extraño tantas cosas…

Sígueme en Crónicas, sucesos y delirios para más entradas como esta. Y muy diferentes también…