Todas las mañanas, a las 11 aproximadamente, viene un gorrión a mi ventana y canta. Y canta como haciendo de ruiseñor o canario. Canta torpemente. Claro, los gorriones no están hechos para cantar; los gorriones están hechos para posarse en las alambradas de espino o para acompañar a los ancianos en la espera comiendo migas. Debería salir a la calle; abrir la puerta, bajar por las escaleras-reja y dar un largo paseo hasta el parque; rozar con la palma de la mano algún arbusto ( o a alguien que pase ) y sentarme al sol en un banco cerca de su rama y preguntarle por qué ¿Por qué a mi ventana? ¿Por qué canta? Por qué de entre los cientos de ventanas-ojos de esta ciudad ha tenido que mirar los míos tristes. Por qué ( no sé ). Pero no salí. Me oculté ( como siempre ) en la terraza…
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