Confesiones de un Hombre-Candado


1292_wpm_hiresOtras intentaron entrar
y no lo lograron,
Sabes, te crees la elegida
Pobres de las engreídas,
de ellas será el reino de la soledad

Me coqueteas
en espera que ceda
a tu metálica sonrisa,
casi vampiresa

Te confieso que
tiemblo al verte brillar
y soltar los destellos
de tu seductora mueca

Debo ser fuerte,
no puedo consentir
¿Por qué aceptar que
eres la única para
abrir el portal de mis sentimientos?

Eres tan fría, indiferente,
artificial, insolente,
me lastimas hasta con tu mudez

Temo que me desnudes
y luego
te jactes de tu conquista

¿Qué debo hacer?
¿El destino podrá más
qué el saber que nunca
seré feliz contigo?

Ya estás demasiado cerca
de mis secretos,
y el hueco sigue abierto
en espera que lo habites,
sin esperanzas de evitar
la embestida

Grito,
pero nadie me escucha,
¡Hasta Dios se ha quedado sordo!
irrumpes en mi espacio
más íntimo descaradamente
y rompes
todos los pliegues vírgenes
de mi orgullo

Ya parece demasiado tarde
para pedir que salgas,
el placer ha podido más
que mi dignidad.

Imagen debidamente autorizada y registrada, obtenida de Free Stock Photos.b,2

Eduardo, el breve


Bajorrelieve

Una sencilla historia para hacer dormir a niños y niñas grandes. 

Eduardo era un bravo guerrero de la corte del Rey Medao, conocido monarca del norte de la península, temido y odiado por amigos y enemigos. Su reino era ancho y eterno como el recorrido del sol en el día y la trayectoria de la luna por la noche. Este soberano era un hombre megalómano, que se rodeaba por igual en su corte, de súbditos de diversa naturaleza humana, grandes y nimios, para ocultar su oscura bajeza, ambición e ignorancia: estaba Demófacles, artista consumado y gran melómano del coro real de las vírgenes cantoras de la Sagrada Iglesia Púrpura; también, Ismejo, el filósofo misoneísta que teorizaba a los cuatro vientos sobre la cuadratura total de la tierra; y por otra parte, Alsirio, artero general de las feroces tropas del reino, colérico y falaz consejero militar del Rey Medao.

Eduardo era un leal patriota de su reino; había servido en todas las campañas de su señor, con valentía y decisión, y era aclamado en todas las latitudes del territorio por sus temerarias cargas de caballería en los distintos campos de batalla en los que había luchado. Eduardo era joven y apuesto, fuerte y hermoso, pero escondía un gran secreto: padecía de la extraña enfermedad de la misoginia, cuestión que lo hacía permanecer soltero y ajeno a todos los encantos y seducciones de las mujeres más bellas del imperio de Medao. Este secreto misterio roía las entrañas de Martín y aunque pareciera irrelevante a simple vista, también preocupaba a su Rey.

Medao no tenía descendencia alguna, puesto que una pléyade de envenenamientos, revoluciones, infidelidades y otros desastres de orden menos natural, lo habían dejado —paulatinamente— viejo y viudo, obcecado y demente; y está de más decir que según ese historial, ni la mujer más ambiciosa del reino deseaba desposarse con el déspota soberano. El Rey Medao, a espaldas de sus cortesanos, había resuelto, en caso de morir, entregar el poder total del reino a Eduardo, con la esperanza que éste continuara con la expansión y gloria de sus triunfos ancestrales, codiciando además que su estirpe se esparciera por todos los continentes conocidos.

Como las guerras exteriores habían concluido hacía años y el reino respiraba una relativa paz, Medao concibió un plan maestro: buscó a la más joven y bella concubina del reino —la hermosa y deseada Camila—, y le ordenó presentarse en la estancia de Eduardo. Obligaría a su joven guerrero a desposarse con ella y a tomar por la fuerza el trono, aún cuando ello implicara su propia y súbita muerte.

Cuando Eduardo, después de una larga ausencia en las planicies altas del oeste, retornó a su hogar, se encontró con la ingrata y brutal sorpresa de la presencia de Camila, la joven caudilla enviada por el rey, desnuda dentro de su cama. Un violento ataque misógino inundó la sangre de Eduardo y, sin más provocación que su sola comparecencia, decapitó a la joven mujer, con un certero mandoble de su espada.

Aterrados, sus lacayos le refirieron la verdadera causa de la fatal visita de Camila a la estancia: el Rey Medao la había conminado a concurrir a la morada de Eduardo, quizás con qué febriles propósitos.

Eduardo, no escuchando nada más y aún con el olor de la sangre derramada en su piel, nuevamente montó en infinita cólera y montando su corcel de guerra, al centro de sus numerosas tropas de caballería pesada y ligera, cabalgó endemoniado hacia la capital del reino.

Ya al día siguiente, Eduardo asediaba la ciudad con una incesante sed de sangre y destrucción. El Rey Medao no podía creer lo que sus ojos veían: su plan, en parte en marcha, había tomado un inesperado trance que podía culminar con la hecatombe total del reino. Mandó a su guardia personal a eliminar a Eduardo a toda costa, pero tarde descubrió que ya se combatía en las propias escaleras del castillo principal de su propia fortaleza.

El Rey Medao, desesperado en su desesperanza, huyó a refugiarse en la torre más alta, aquella que cortaba el muro por medio de un foso tremendo, sin fondo, en la ladera cordillerana de la fortaleza. Eduardo le vio y con un impulso muscular sin mayor esfuerzo, corrió detrás del rey, arrasando con sus guardias, con el único deseo de ultimarlo con sus manos. El rey corría a todo el andar que permitía su anciano y lacerado cuerpo, y fue rápidamente alcanzado por Eduardo, quien, con la velocidad de un rayo, le propinó una horrible muerte.

En la cumbre, triunfante y cubierto de sangre, Eduardo se convirtió en el nuevo rey del imperio del fallecido Medao. Miraba con arrogancia todo lo que había conseguido en unas cuantas horas, cuando al mirar hacia abajo desde tanta altura —unos dos mil metros—, sintió un mareo parecido a la pavorosa sensación de la acrofobia y sin poder evitarlo, perdió el equilibrio y cayó al vacío sin que nadie pudiese evitarlo.

* * *

Esta es la triste historia de Eduardo el Breve, cuyo reinado duró tan solo los minutos transcurridos entre su asunción al poder y su caída vertical hacia el abismo provocada por su oculto temor a las alturas.

La vida en el reino, como en todas las cosas de la vida, siguió su tránsito inmutable, pero esta vez el pueblo hizo pesar su voz: no querían repetir la triste historia de ser gobernados por reyes desequilibrados, por lo que convocando un gigantesco cabildo abierto a todos los habitantes del reino, decidieron constituir una inédita senecracia como forma electa de gobierno. Restituida la paz interna, volvieron a sus casas y a sus ocupaciones, sabedores que el gobierno de los ancianos haría un justo y equilibrado papel en la nueva conducción el reino.

Lo que vino después, ya es otra historia.

Alejandro Cifuentes-Lucic © Texto original para Salto al Reverso / 2014
Fotografía: «Guerreros Griegos» – Bajorrelieve (Obra de 82 x 62 cm.) Los «Guerreros Griegos» es una composición que recrea el combate entre griegos y amazonas de Figalia, del friso del mausoleo de Halicarnaso (hoy en el Museo Británico de Londres).

@CifuentesLucic

@saltoalreverso

Esta fuga de mi mismo (2)


La idea de beber era algo alternativo, no lo deseaba. La deseaba a ella.

Al día siguiente o quizá uno o dos tres días después la volví a ver. No vive muy lejos. Nos vimos a la hora que los mendigos se han escondido, parece que a los mendigos les gusta trabajar con el sol a todo lo que da. Las prostitutas reinan en las calles. Antes de llegar a su casa nos topamos con tres que se veían muy bien. Me pregunté: si tal vez las vería cuando fuera de regreso. Lo que vi fue un muerto. Por alguna razón los muertos no faltan en mis historias, y no puedo hacer mucho, pues siempre están en las calles, como si fueran parte de la escenografía del lugar, ese paisaje un poco triste y sin sentido. Ella estaba asustada. Yo solo bebía tequila, la cerveza no era de mi gusto. Estuvimos sentados un largo rato, nos tomamos las manos, nos dimos de besos, así como dos adolescentes que se esconden de todos y no puede frenar sus ganas por descubrir que hay más allá de los besos, debajo de la ropa. No sé cuánto tiempo paso, ni que paso después de tantos besos, me dolía tanto la cabeza que después de un rato ya estaba en casa y no tenía ni puta idea de cómo llegue.

Desperté en la madrugada, estaba junto a mi mujer, ella estaba totalmente desnuda. Me levante, tome un poco de agua; intente volverme a dormir, pero no lo logre. Me dolía todo el cuerpo y la cabeza, pensé que tendría otra de esas noches que por más que lo intento, no logro descansar. Había en la mesita de noche una buena cantidad de libros que no había podido leer y yo estaba muy desesperado. Fui a mi mesa de trabajo, la recordé a ella cuando pegaba su cara a la mesa y se entretenía leyendo algunos párrafos de mi novela, yo estaba por detrás y me dejaba acariciar por el roce de sus nalgas que para mi eran perfectas. Pensé en ponerle un nombre, algo que la hiciera especial y solo mía: Mariko. Era la mejor opción supongo, o tal vez: Em, desde luego que no lo había decidido y lo mejor era preguntarle a ella.

—Nunca me ames —dijo ella, mientras yo me deslizaba por el túnel entre sus piernas. Puedes quererme, consentirme, no olvidarte de mí y hacerme regalos, eso es algo que me gusta, pero no me ames, no vale la pena, además yo quiero al otro.
Él, seguramente se estaría retorciendo de alegría de saber que lo querían, que ella, que decía no creer en el amor, estaba perdidamente enamorada de él, enamorada y eso no se puede explicar pero es algo que le sucede todos los días.
Ella me dijo: el amor no existe, amar es cosa de tontos, llega el punto donde eso pierde sentido y entonces que vamos hacer, si sabemos que ya no podemos hacer nada más, tú o yo, nos iremos. Mejor no me ames y hagamos que esto dure lo que tenga que durar. Lo que a mí me gusta es no tener nada cierto y sentir que lo puedo perder todo, pensar en que lo puedo perder lo hace intenso y me apasiona, eso es lo que me sucede con él, tengo claro que un día ya no vendrá más, que se va a perder, que tal vez amanezca muerto en algunas de estas feas calles o se va con el pretexto de irse a estudiar y me olvida, me gusta esa incertidumbre, la rutina me da flojera y no logra excitarme nunca. El pretexto es lo que tengo, es algo desgraciado pero solo así lo puedo amar y perderme en esos deseos de estar con él. Lo explosivo no es vivir todos los días juntos. La rutina la dejo para los que no se quieren arriesgar, así que no me ames, mejor consiénteme.

No tengo claro porque ella me deseaba o si es que alguna vez siento ese deseo por mí. Solía oírme todo el tiempo y yo no hacía otra cosa que contarle mi vida una y otra vez. Ella era una mujer hermosa y quizá no tendría mucho mundo recorrido, pero había sufrido lo suficiente para entender todo lo que yo deseaba decirle. Estar cerca de ella, muchas veces era dejar que el deseo de estar dentro de ella se apoderara de mí y perdía todo sentido con la realidad, a veces creo que hasta me humillaba, pero nada de eso me importaba, si es que me importaba algo. Supongo que sí. Cuando me veían a su lado surgían comentarios, pero nadie me decía nada de frente.

—Yo también he pensado que no vale la pena amar, al menos no amarte a ti —le confesé y quede en silencio.

Obviamente yo prefería amarla, pero no tenía ningún sentido decirle, era claro que ella nunca más se volvería acostar conmigo y eso me dolía, no puedo decir cuánto, pero me dolía todos los días. Ella era morena, porque las morenas siempre me han gustado y no solo las blancas son hermosas.

Había tenido una puta pesadilla. Le conté a mi mujer que había soñado que me hicieron unos análisis y que salí positivo para la prueba del papiloma, eso más que un sueño era algo tormentoso. La ilusión de todo el mundo es tener una amante, es algo esencial y que nos conduce a realizar los sueños, pero si esos sueños se convierten en pesadillas, la cosa se complica. Yo me veía todo putito a la hora de dormir, me imaginaba que hablaría dormido y que confesaría mis andanzas, pero lo que más preocupo fue haber soñado que tenía el virus del papiloma y esa la forma más tonta de ser descubierto.

Si tenía un virus.

Nos despedimos fríamente, a la puerta de su casa. Ya lo habíamos hecho antes. Ella dice que su madre me vio cuando nos besamos y para mí fue como el pretexto ideal para que todo tuviera un fin, no por parte mía, sino por parte de ella.

El virus me mantuvo sentado en mi sillón-sofá por más de quince días. Me la pasaba sudando y con dolores de cabeza tan intensos que no quería saber nada del mundo. Todos esos días me olvide del trabajo, era como no tenerlo. Me acercaba un libro, pero no era capaz de leerlo, de escribir nada. Mi vida estaba fastidiada. El virus era algo temporal, algo que se curaría con reposo y tomando mucha agua.

En mi cuerpo su olor me estaba jugando momentos imposibles. Recordaba el sabor de sus labios y la cadencia con la que suele besar, mi vida se estaba tambaleando y eso me servía para regalarme otra noche más sin dormir, como si alguien más le importara eso.

La vida era intensa y con olor a pólvora, Em no deseaba perder en mi amor, tal vez era muy temprano para eso. Mis labios querían contarle todas las historias que estaba por escribir, aunque nunca fui bueno contando nada. Yo lo que deseaba era habitar en su cuerpo y me veo corriendo por todos los caminos, escondiendo mi erección y mi pasión por ella. Yo también tenía un amor, un imposible, un sueño que nunca se lograría y mientras me curaba de eso, me bebía todo el tequila que estaba a mi paso, el tequila era para los hombres, y la cerveza para los que no saben nada de la vida. Por instinto me refugiaba en mi lugar de trabajo, no dejaba de ver la mesa y de inmediato sentía su cuerpo. Yo montado en ella, de pie, mientras hacíamos el amor. Me venía un gemido incontrolable, una sensación donde yo no era dueño de mi cuerpo y veía sus pezones que era la imagen perfecta de la creación y sus tetas no tan grandes que me gritaban su nombre pero que yo no podía recordar, me pregunte: que tal que sus tetas son Marico y Em, eso sería perfecto. Nunca la había más que aquella noche.

Salía a la calle, no quería despertar a mi mujer y me perdí en los límites de la noche y por primera vez en mucho tiempo sentí miedo, un miedo irreparable, encendí un cigarrillo y me espere un rato para ver si se me pasaba. Yo sabía que ella no vendría más, pero me hacía falta creer que eso estaba por pasar, me hacía falta creer que éramos cómplices de los mismos deseos y fantasías. Esa noche ella traía un brasier negro. Yo sabía que cada noche despertaría en otra parte.

—Cógeme aquí —dijo ella— mientras cerraba los ojos. Métemela más adentro, hasta el fondo.

Nanocuento: CONFUNDIDA


joven desesperadaA Margot la razón le enmudeció el corazón, la dejó sin palabras desvaneciendo cualquier vestigio de pasiones descontroladas e inconclusas, ella tuvo que borrar hasta la memoria de sus sueños cuando Mario, su mejor amigo, regresó con su esposa.

http://www.mirartegaleria.com/2012/07/pinturas-al-oleo-de-mujeres.html