La idea de beber era algo alternativo, no lo deseaba. La deseaba a ella.
Al día siguiente o quizá uno o dos tres días después la volví a ver. No vive muy lejos. Nos vimos a la hora que los mendigos se han escondido, parece que a los mendigos les gusta trabajar con el sol a todo lo que da. Las prostitutas reinan en las calles. Antes de llegar a su casa nos topamos con tres que se veían muy bien. Me pregunté: si tal vez las vería cuando fuera de regreso. Lo que vi fue un muerto. Por alguna razón los muertos no faltan en mis historias, y no puedo hacer mucho, pues siempre están en las calles, como si fueran parte de la escenografía del lugar, ese paisaje un poco triste y sin sentido. Ella estaba asustada. Yo solo bebía tequila, la cerveza no era de mi gusto. Estuvimos sentados un largo rato, nos tomamos las manos, nos dimos de besos, así como dos adolescentes que se esconden de todos y no puede frenar sus ganas por descubrir que hay más allá de los besos, debajo de la ropa. No sé cuánto tiempo paso, ni que paso después de tantos besos, me dolía tanto la cabeza que después de un rato ya estaba en casa y no tenía ni puta idea de cómo llegue.
Desperté en la madrugada, estaba junto a mi mujer, ella estaba totalmente desnuda. Me levante, tome un poco de agua; intente volverme a dormir, pero no lo logre. Me dolía todo el cuerpo y la cabeza, pensé que tendría otra de esas noches que por más que lo intento, no logro descansar. Había en la mesita de noche una buena cantidad de libros que no había podido leer y yo estaba muy desesperado. Fui a mi mesa de trabajo, la recordé a ella cuando pegaba su cara a la mesa y se entretenía leyendo algunos párrafos de mi novela, yo estaba por detrás y me dejaba acariciar por el roce de sus nalgas que para mi eran perfectas. Pensé en ponerle un nombre, algo que la hiciera especial y solo mía: Mariko. Era la mejor opción supongo, o tal vez: Em, desde luego que no lo había decidido y lo mejor era preguntarle a ella.
—Nunca me ames —dijo ella, mientras yo me deslizaba por el túnel entre sus piernas. Puedes quererme, consentirme, no olvidarte de mí y hacerme regalos, eso es algo que me gusta, pero no me ames, no vale la pena, además yo quiero al otro.
Él, seguramente se estaría retorciendo de alegría de saber que lo querían, que ella, que decía no creer en el amor, estaba perdidamente enamorada de él, enamorada y eso no se puede explicar pero es algo que le sucede todos los días.
Ella me dijo: el amor no existe, amar es cosa de tontos, llega el punto donde eso pierde sentido y entonces que vamos hacer, si sabemos que ya no podemos hacer nada más, tú o yo, nos iremos. Mejor no me ames y hagamos que esto dure lo que tenga que durar. Lo que a mí me gusta es no tener nada cierto y sentir que lo puedo perder todo, pensar en que lo puedo perder lo hace intenso y me apasiona, eso es lo que me sucede con él, tengo claro que un día ya no vendrá más, que se va a perder, que tal vez amanezca muerto en algunas de estas feas calles o se va con el pretexto de irse a estudiar y me olvida, me gusta esa incertidumbre, la rutina me da flojera y no logra excitarme nunca. El pretexto es lo que tengo, es algo desgraciado pero solo así lo puedo amar y perderme en esos deseos de estar con él. Lo explosivo no es vivir todos los días juntos. La rutina la dejo para los que no se quieren arriesgar, así que no me ames, mejor consiénteme.
No tengo claro porque ella me deseaba o si es que alguna vez siento ese deseo por mí. Solía oírme todo el tiempo y yo no hacía otra cosa que contarle mi vida una y otra vez. Ella era una mujer hermosa y quizá no tendría mucho mundo recorrido, pero había sufrido lo suficiente para entender todo lo que yo deseaba decirle. Estar cerca de ella, muchas veces era dejar que el deseo de estar dentro de ella se apoderara de mí y perdía todo sentido con la realidad, a veces creo que hasta me humillaba, pero nada de eso me importaba, si es que me importaba algo. Supongo que sí. Cuando me veían a su lado surgían comentarios, pero nadie me decía nada de frente.
—Yo también he pensado que no vale la pena amar, al menos no amarte a ti —le confesé y quede en silencio.
Obviamente yo prefería amarla, pero no tenía ningún sentido decirle, era claro que ella nunca más se volvería acostar conmigo y eso me dolía, no puedo decir cuánto, pero me dolía todos los días. Ella era morena, porque las morenas siempre me han gustado y no solo las blancas son hermosas.
Había tenido una puta pesadilla. Le conté a mi mujer que había soñado que me hicieron unos análisis y que salí positivo para la prueba del papiloma, eso más que un sueño era algo tormentoso. La ilusión de todo el mundo es tener una amante, es algo esencial y que nos conduce a realizar los sueños, pero si esos sueños se convierten en pesadillas, la cosa se complica. Yo me veía todo putito a la hora de dormir, me imaginaba que hablaría dormido y que confesaría mis andanzas, pero lo que más preocupo fue haber soñado que tenía el virus del papiloma y esa la forma más tonta de ser descubierto.
Si tenía un virus.
Nos despedimos fríamente, a la puerta de su casa. Ya lo habíamos hecho antes. Ella dice que su madre me vio cuando nos besamos y para mí fue como el pretexto ideal para que todo tuviera un fin, no por parte mía, sino por parte de ella.
El virus me mantuvo sentado en mi sillón-sofá por más de quince días. Me la pasaba sudando y con dolores de cabeza tan intensos que no quería saber nada del mundo. Todos esos días me olvide del trabajo, era como no tenerlo. Me acercaba un libro, pero no era capaz de leerlo, de escribir nada. Mi vida estaba fastidiada. El virus era algo temporal, algo que se curaría con reposo y tomando mucha agua.
En mi cuerpo su olor me estaba jugando momentos imposibles. Recordaba el sabor de sus labios y la cadencia con la que suele besar, mi vida se estaba tambaleando y eso me servía para regalarme otra noche más sin dormir, como si alguien más le importara eso.
La vida era intensa y con olor a pólvora, Em no deseaba perder en mi amor, tal vez era muy temprano para eso. Mis labios querían contarle todas las historias que estaba por escribir, aunque nunca fui bueno contando nada. Yo lo que deseaba era habitar en su cuerpo y me veo corriendo por todos los caminos, escondiendo mi erección y mi pasión por ella. Yo también tenía un amor, un imposible, un sueño que nunca se lograría y mientras me curaba de eso, me bebía todo el tequila que estaba a mi paso, el tequila era para los hombres, y la cerveza para los que no saben nada de la vida. Por instinto me refugiaba en mi lugar de trabajo, no dejaba de ver la mesa y de inmediato sentía su cuerpo. Yo montado en ella, de pie, mientras hacíamos el amor. Me venía un gemido incontrolable, una sensación donde yo no era dueño de mi cuerpo y veía sus pezones que era la imagen perfecta de la creación y sus tetas no tan grandes que me gritaban su nombre pero que yo no podía recordar, me pregunte: que tal que sus tetas son Marico y Em, eso sería perfecto. Nunca la había más que aquella noche.
Salía a la calle, no quería despertar a mi mujer y me perdí en los límites de la noche y por primera vez en mucho tiempo sentí miedo, un miedo irreparable, encendí un cigarrillo y me espere un rato para ver si se me pasaba. Yo sabía que ella no vendría más, pero me hacía falta creer que eso estaba por pasar, me hacía falta creer que éramos cómplices de los mismos deseos y fantasías. Esa noche ella traía un brasier negro. Yo sabía que cada noche despertaría en otra parte.
—Cógeme aquí —dijo ella— mientras cerraba los ojos. Métemela más adentro, hasta el fondo.
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