Pereza


Dulce Pereza, ilustrada como una hermosa y voluptuosa mujer hedonista en un formato cubista con una pincelada tosca e impresionista (o perezosa) cayendo sobre un espacio verde esperanza… esperando nada más, sin hacer nada. Mente vaga y perezosa, pensando que las cosas vendrán por su positivismo, sus dioses o porque sí.

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«Pereza», acuarela. Pincelada impresionista. Por Blacksmith Dragonheart.

 

El pecado de Milagros


Catecismo Herder 1968

por Reynaldo R. Alegría

Hurgó, una vez más, en el cajón en que su madre había guardado los recuerdos de su niñez. Entre diplomas escolares, certificados, cintas, envolturas de regalos, tarjetas de cumpleaños y medallas de todo tipo, había una selección de cuadernos que usó en diversas etapas de su vida, organizadas, más que por fechas, por tipo de letras: de la falta de dominio al control absoluto del lápiz sobre el papel. En tiempos de dudas y tribulaciones, recurría siempre a ese depósito como queriendo encontrar en un solo lugar y de una sola vez, una sola respuesta a todas las preguntas. Ahora que la tentación la abrasaba con un consumo ardiente de ganas sobre aquel hombre, que no era el suyo, trataba de recordar las lecciones aprendidas. Desbridando lo correcto de lo imprudente.

En un sobre tipo manila de color amarillo desgastado, la madre había escrito “Catecismo”. Adentro estaba el cuaderno, el certificado de Primera Comunión, el de Confirmación y el libro. Recordó su rutina. Tenía siete años. Cada sábado a las nueve de la mañana su madre la dejaba en el salón parroquial. Cada niño tenía una copia del Catecismo Católico de la Editorial Herder de Barcelona, edición 1968. Era un libro sencillo en rústica, de cartón, sin solapas, con un dibujo color verde sobre crema en la portada representando a Jesús, sin barbas ni bigote, con una aureola detrás de su cabeza, sentado con un libro sobre su mano izquierda. En la guarda anterior, tal como se le había exigido, ella había escrito su nombre precedido por el signo de una cruz: †Milagros.

La primera anotación en el cuaderno era sobre el pecado. Hay cosas que después que pasan nada puede ser igual y así había pasado con aquella lección que su maestra de Catecismo, la Madre Rosaura, les había enseñado. Años después, cuando por primera vez tiró al arco y la flecha en un campamento de las Niñas Escuchas, la recordaría perfectamente. La Madre le explicó a los niños que para los griegos y los hebreos la palabra pecado significaba errar en la meta, no dar en el blanco. Para los griegos era como el lancero que erraba en el blanco, hamartia, decía la Madre y así ella lo había escrito en su cuaderno.

—Pecas si no cumples con la meta.

—No entiendo, Madre.

—A ver, hija.  Te doy un ejemplo, es pecado tomar lo que no es de uno. ¿Te gustaría comerte el caramelo que tiene Francisco sobre su pupitre?

—¡Siiiiiiii!

—¿Te lo puedes comer sin su permiso?

—¡Nooooo!

—¿Por qué?

—¿Porque es pecado?  —preguntó, tímida.

—¡Exacto!

—Pero aquí viene la parte más importante del pecado. Escriban en sus cuadernos: el deseo de comerme el caramelo sin el permiso de Francisco, también es pecado.

Independientemente de que los pecados fueran graves o veniales, o de que en la categoría de las mentiras su abuela hubiese añadido las convenientes mentiras piadosas, que eran como las manchitas blancas que suelen aparecer en las uñas, hay cosas que marcan y esta era una. Aunque lo aceptó siempre, este asunto de que el deseo del pecado también fuera pecado, la trastornaba. Particularmente esos días que se quedaba sola y la asaltaban las ideas más desconcertantes y perplejas. Le tenía ganas a ese hombre. Muchas ganas. Ese era su pecado. Estar con él. Vestirse de ropa interior roja para otro.

Con su cuaderno del Curso de Catecismo de frente, recordó de nuevo aquel ejemplo de la Madre Rosaura: el deseo de comerme el caramelo sin el permiso de Francisco, también es pecado.

De pronto una descarga emocional se apoderó de ella. Una divertida distensión que estuvo esperando por mucho tiempo. Entendió. Era clara la diferencia, el problema no era su deseo sino la falta de permiso de Francisco. Ella tenía el permiso de aquel hombre. No estaba errando, estaba dando en el blanco, tomando lo que era de ella.

Pecado era querer actuar como los dioses, ella solamente quería ser mujer.

Foto: Catecismo Católico, Editorial Herder, Barcelona, 1968: Libros Antiguos El Tejabán.  http://librosantiguoseltejaban.mex.tl/frameset.php?url=/photo_1295232_CATECISMO-CATOLICO–EDITORIAL-HERDER–BARCELONA–1968.html’

El blues del enterrador


Algo se retuerce ahí afuera,
huele a podrido hasta aquí…
Algo conspira en silencio ahí afuera,
huele a podrido hasta aquí…
Cada noche trepa el muro y resopla,
me observa intrigante, asquerosa,
una rata enorme en mi jardín.

El viejo Ares salió al porche,
pidió lumbre en la oscuridad…
Se calzó las botas y salió al porche,
pidió lumbre en la oscuridad…
Con un fogonazo prendió el cigarro; Seguir leyendo «El blues del enterrador»