Los peces betta


Los peces betta (se matan entre sí).

Recientemente murió mi abuelo;

la familia, antes paz y armonía, es carnicería.

A la otrora casa tranquila, un estanque sin peces koi.

Oceánica, inundadora, abismática. 

Antes carpas koi,

mutamos a peces betta,

insoportables, asesinos.

¡Que no quede nadie vivo!

El abuelo no está,

nadie estará,

la casa es mía,

el rancho también.

El Cadillac me pertenece,

las joyas mías son.

Ella no se llevará nada,

nunca quiso a papá.

Mamá se va mañana al asilo,

despediremos a doña Lupita,

que se vaya sin pensión, sin gracias,

directamente al olvido,

que no regrese jamás.

Si se acercan, los mato,

si me acerco, me matan,

nos matamos, los peces betta nos matamos.

Éramos una familia.

Ahora habitamos distintas peceras,

comunicación y «feliz navidad» detrás de cristales,

porque si me acerco, me pueden matar.

Bajo el azur infinito


¿Irán los peces al cielo? ¿Habrá un sitio allí para el loto azul? Mi mente es un cielo nublado, jamás habitó la posibilidad de no hallar espacio para un azur infinito sin nubes de algodón y sal.

Jamás se me ocurrió pensar que el agua del río se llevara consigo todo lo digno que viste mi piel. No me sumergiré en él. No. ¿Qué pasaría si mi piel mudara? Quedaría desnuda en lo ruin, desprovista de escamas, ¿descubriría que soy pez? ¿Qué pasaría si me quedara sobre la superficie? Quedaría cargando las grandes verdades del universo, ¿descubría que soy loto azul?

El amanecer surge del mar. Los peces irán al cielo y habrá sitio para el loto azul, pero aquí, bajo el azur infinito, la vida para la mujer sigue siendo difícil.

Peces


¿Cuánto quiere un pez? Yo me enamoro de ti cada tres segundos. Tengo la sensación de que cada vez que te veo es la primera, que todo comienza de nuevo. No deja de sorprenderme pero extrañamente es así. A veces pienso que lo que ocurre es que descubro cosas nuevas en ti, pero no, son las mismas que las redescubro. Debo ser idiota o algo parecido, igual es déficit de atención, no… tampoco es eso, en tal caso no me quedaría absorto en tus ojos transparentes o en el reflejo brillo cobre de tu cabello.

Llevo ya ocho meses despertándome el mismo día. Días distintos de iguales percepciones. Las farolas alumbran la calle en mi paseo nocturno. Me gustan las noches de barrio tranquilo. Hoy hay luna llena, podrían apagar las luces. Intento no pensar demasiado en mi desconcertante bucle, entonces suena el móvil, eres tú… y me vuelvo a enamorar de tu voz. Ya lo he dicho: debo ser idiota.

Mañana martes no trabajo. Hay una cafetería bulliciosa cerca. Bocadillo, coca-cola y después me perderé en el tiempo y apareceré a las once de la noche, ese es el plan y quizá se cumpla. Igual me acerco al acuario a observar a los peces. ¿Cuánto se aprende observando a los peces? Supongo que los biólogos marinos lo harán, lo de aprender, digo. Yo me conformaré con disfrutar de formas y colores.

Me encontrará Marta mientras miro detenidamente un pez globo.

—¡Matías! —dirá con un deje de asombro.
—Hola Marta, aquí… con los peces.
—Creía que no te gustaban.
—¡Ya! Pero es que creo que ahora soy uno de ellos. Por lo menos en parte.
—Distintas historias, misma locura Matías. Has pensado en normalizarte?
—En tres segundos tengo poco tiempo para nada.
—Y pensar que algún día me gustaste. No te lo tomes a mal. ¿Eh?
—No… pocas cosas me tomo a mal. Lo sabes.
—Si, en fin… me voy, tengo algo de prisa. Me alegro de haberte visto.

La gente siempre tiene prisa y el pez globo desaparecerá. Esto tal vez ocurra mañana. Mientras tanto la luna llena me recuerda a ti.