Stranger danger, STRANGER DANGER!


StrangerDangerElviraMartos

Larga vuelta a casa


Daniela salió del Aleatorio Bar apenas terminó el recital de María Sotomayor. Era jueves por la noche, entrada la madrugada, las calles parecían desiertas. Entre semana, ir a deshoras significaba alejarse del horario de trabajo. Estaba a una media hora de casa caminando, así que decidió ir paseando hasta Arapiles, su barrio, en Chamberí.

Había ido sola, como otras tantas veces, lo había comentado con amigas. No quería perderse la presentación de «Nieve antigua», en uno de sus bares preferidos. Se había enfadado y había dicho que ya no era una niña cuando sus amigas le pidieron ir informando, por WhatsApp, de la noche y de su vuelta a casa. Aunque tuvo que ceder al recordar cómo ya tenían por costumbre avisar al llegar a casa.

A diecinueve grados, no hacía demasiado frío para darse una pequeña caminata nocturna hasta casa.

Giró a la derecha por la calle Carranza, e inmediatamente, echó la cabeza hacia atrás, al escuchar unos pasos. Pensó que ahora hubiese sido útil no haber dejado las clases de karate de su infancia. Siguió caminando, frenando sus ganas de echar a correr.

Cuando llegó a la calle de Fuencarral el tránsito de vehículos era intermitente. Por aquí había más transeúntes, era una calle por la que la gente paseaba, corría y se entretenía, a cualquier hora, deambulando.

Sujetó su bolso con más fuerza. Aquella sombra, y aquellos pasos, seguían tras ella. A la altura de los Cines Verdi ya había pensado en la longitud del camino. Lo había recorrido en muchas ocasiones, pero esta vez, parecía mucho más largo.

Al escuchar unas risas a unos cuantos pasos, cogió el móvil e hizo como si hablara con alguien. El paso acelerado, como su corazón, a cada minuto aumentaba el volumen de su propia respiración, ahora más fuerte. Incluso pensó que sería difícil escuchar todo su alrededor, si su propia respiración estaba tan acelerada. Ver a un borracho tirado en un portal, mientras mascullaba palabras sueltas aletargadas por su embriaguez y sueño, no la ayudó.

Llegó al 137 de la calle Bravo Murillo y al sacar las llaves del bolso los pasos y la sombra que la habían seguido se detuvieron.  Metió la llave en la cerradura del portal y miró atrás. Un pequeño cachorro tiritaba de miedo, y frío, ante sus ojos. Daniela se agachó y acarició al labrador que la miraba con negros ojos brillantes.

—¿Tienes miedo? ¿Ha sido muy larga tu vuelta a casa? ¿Estás solo? —preguntaba mientras seguía acariciándolo. Buscó el collar que no encontró. Juntos entraron al portal. Cerró la puerta. Ya estaban seguros.

He dejado una manzana


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He dejado una manzana en el coche

porque es verano, porque

allí dentro

al sol

se cocerá como en un horno.

Era bella y roja y yo

la veré agonizar decrépita:

arrugarse, oscurecerse,

tocar pegajosa la descomposición

y pasar la lengua.

Oler su perfume como

a flor muerta. Dulce.

—Ella me dijo siempre—

Aquel gordo que conocí

también

decía querer mucho a su perro

pero se le olvidó

allí dentro

mientras se emborrachaba.

(Texto y foto: Manuel A.)

El collar del perro (2)


1

Cuando llego el forense y procedieron al levantamiento de los cuerpos, descubrieron una pequeña herida en el espacio intercostal de la séptima y octava costilla del lado izquierdo de ambos cuerpos. Del agujero no salía sangre y en el piso tampoco había rastro de la misma, a no ser por una pequeña mancha que le daba un decorado diferente al suelo; lo que hacía suponer que los habían matado en otro lugar y los habían dejado en esa casa. De quién era la casa y por qué demonios estaban ellos desnudos en ese lugar. Tal vez se trataba de una venganza, contra quién o contra qué, esas eran las cosas que me preguntaba.

Yo soy como los perros, tengo esos cuatro estados de ánimo. Contento, triste, enfadado y concentrado. Ahora estaba concentrado. Las personas que habían llegado hasta ese lugar comenzaron hablar, cada uno tenía su versión probable de la historia de lo que había acontecido en ese lugar. La gente no me suele gustar del todo, suelen odiar la fidelidad y de paso dicen muchas mentiras, si he de preferir algún tipo de gente, prefiero a los mudos. Seguir leyendo «El collar del perro (2)»