Tenemos que mirar a las copas de los árboles para comprobar que el cielo sigue allí, donde lo dejamos. Es peligroso suponer que, contando en segundos o en lo que haga falta el tiempo que llevamos mirando el suelo, el cielo no se nos haya perdido. ¿Cuánto hace que lo dejamos allí? No hemos llevado la cuenta del tiempo. ¿No hemos querido llevarla? ¿O no podemos? No sabes si nuestro tiempo se puede medir, si es como el del resto de la gente, si las horas del mundo duran lo mismo que las tuyas y que las mías. Asumes que las mías duran lo mismo que las tuyas. Si las mías durasen un minuto cada una, ¿supondría para ti algún problema, cuando llevamos tanto tiempo compartiéndolas? Es probable que sí. Especialmente si tenemos en cuenta que nunca me he preocupado por llevar la cuenta ni por saber si tus fracciones de tiempo se correspondían con las mías. Nunca me ha importado. ¿Te enfadas? Pues rabia, me da igual. Yo miraba el suelo, no te miraba a ti y ahora puede que se me haya perdido hasta el cielo, imagínate. No sé lo que es para ti el cielo, pero me dices lo que soy para ti. ¿He de suponer que es más importante lo que sea yo para ti que lo que sea el cielo? No sé si tu respuesta indica lo que soy yo o lo poco que es el cielo. Al fin y al cabo y pensándolo bien, lo entiendo. Vas a estar en lluvia y vas a estar en relámpagos y en sol y en nubes si estás en mí. Pero yo. No quiero estar en una noche como la que tú me ofreces como cielo contrapuesto al cielo del que hablamos, si es que sabemos de lo que estamos hablando. No quiero noche perpetua sin nada que alumbre más que una farola perdida en una carretera sin asfaltar. Especialmente si tenemos en cuenta que nunca me han gustado las referencias a la luz de las farolas. ¿Es luz? Mira, lo que sea. No me gustan. Deberíamos mirar a las copas de los árboles, solo por si acaso.
Ambos miran y se quedan mirando. La persona que hablaba tanto se aferra al barro con las uñas, porque no ve el cielo, no logra ver el cielo y solo ve el despreciable verde ceniciento de las jacarandas y sus flores de falsa lavanda apestosa. Los dedos se le incrustan hasta los nudillos en el cenagal de pringue fangoso. Tierra, trágale. Trágate las piernas que se apoyan en ti y no dejes de engullirla hasta que solo quede asomando su último suspiro volatilizado en la brisa del bosque. Ahora solo es vergüenza y arrepentimiento por haber pasado tanto tiempo mirando el suelo. Le dice que rabie, pero rabia, en cambio. Y si. Y si hubiera. Y si no. Y si sí, pero y si no. La persona que escuchaba demasiado está tranquila, porque no esperaba ver el cielo. Está contenta con estar y con poder ver. Le basta con el verde intenso de las jacarandas, con sus flores que parecen de lavanda. Hinca los dedos en la suave arena húmeda, emocionada. Tierra, trágale. Despacio, ve consumiéndola poco a poco, deja que su última exhalación se aleje flotando como un pétalo de lavanda que no es, pero qué más da lo que sea, si lo parece.
Escucha, eso son los pájaros, creo. Estuvo bien que mirásemos a las copas de los árboles para ver si estaba el cielo. Estuvo bien que tuviéramos que. ¿Qué deberíamos mirar ahora? ¿Has visto que las flores de las jacarandas parecen lavandas puestas del revés? Es como otra tierra que florece desde el cielo. No, no vi el cielo. ¿Sigues buscándolo? No creo que se haya perdido. Solo tendremos que esperar a que las copas de los árboles se abran. Será en otoño, ¿no? No sé cuánto queda. Tú sabes que no suelo saber mucho, me basta con saber que no sé mucho. ¿Te has dado cuenta de lo suave que está la arena junto al río? Ojalá toda la tierra fuese tan blanda y tan suave y tan espumosa. Todo sería más fácil. ¿Cuánto habrá caminado el mundo desde que estamos aquí juntos? Años, quizá. Sí, quizá años. El mundo va muy rápido. ¿Quieres que sigamos mirando a ver si está el cielo? ¿No te basta con saber que una vez estuvo y que pudiste verlo y que ahora tienes la memoria suficiente como para poder recordarlo? Siempre tienes que hacer lo mismo. ¿Cómo que el qué? Pensar en el tiempo y en el cielo como si, cuando se fuera el cielo, se perdiera el tiempo o como si, cuando se acabase el tiempo, el cielo no fuese nada. Pensar en el tiempo y en el cielo. Pensar. ¿No te basta solo con saber que, si quisieras, podrías pensar en eso? En cualquier momento. Mientras, podemos seguir disfrutando de las jacarandas. ¿Te has dado cuenta de su verde? Casi parece que sea un color y no un sabor, imagínate. Sí, aquí en la lengua. ¿Tú en los ojos? Qué raro. Mira, ahí tienes el cielo. Ya te puedes calmar un poco.
Ambos miran y se quedan mirando. Un pedazo de cielo aparece en escena, aprovechando que una ráfaga de brisa mueve las ramas de una acacia. Para la que escuchaba ahora, ver un pedazo de cielo no es suficiente, porque quiere verlo entero, aunque sepa que no puede, aunque, a veces, le ataque la pesadilla de ver una noche hasta la última estrella escondida tras la última nube oscurecida. Para la que hablaba ahora, ver un pedazo de cielo es más que suficiente, porque puede ver los árboles al mismo tiempo que ve el cielo y porque ver un pedazo de cielo es como verlo entero, aunque, a veces, le asalte la noción de que no es lo mismo y se asuste. Los mismos juegos de siempre. Aunque cambien las palabras, el orden de las frases, el cielo o las jacarandas, aunque no haya ni cielo ni jacarandas ni lavanda falsa. Aunque cambien las personas, aunque sean las mismas que han cambiado. Los mismos juegos de siempre, si es que sabemos de lo que estamos hablando. Si es que hablar de lo que estamos hablando no es el peor de los mismos juegos de siempre.
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