
por Reynaldo R. Alegría
A las 2:45 de la tarde del martes, 16 de septiembre de 2014, recibí un mensaje por WhatsApp.
—Compláceme y escribe sobre la lujuria del dolor y el placer. Después de todo ese gusto te lo debo a ti.
—Me vas a tener que explicar por qué ese gusto me lo debes a mí…
— Bueno hubo una noche que en el juego de cuerpos ese hombre mordió y apretó todo mi cuerpo de tal modo que mi piel blanca se volvió azul y morada. No se dio cuenta de la rabia de él sobre su cuerpo. Ella solo sintió cómo el dolor comenzó a cegarla de placer nuevo y desconocido… otro nivel para su ya conocido hedonismo… ¿entendiste?
— Perfectamente…
—¿Ahora me complaces y escribes?
—Será un placer.
—Sal de ahí… para que sepan que esta boca es mía… como dijo Sabina…
La diferencia para que dos personas tarden dos meses o dos horas para estar juntas después de conocerse depende del arrojo y la osadía con que se miren a la cara y uno de ellos le diga al otro sin tapujos, a las dos horas de haberse visto por vez primera, vámonos a mi cama. Las flores y los chocolates son grandiosos para un buen romance… y para esperar dos meses para ir a la cama.
Una noche, de niño, miraba una pelea de boxeo. ¿Has visto un boxeador herido y maltrecho, que sangrando celebra haber ganado un combate? ¿Has pensado que ese hombre tiene mucho dolor? ¿Pero vez cómo se regocija por su victoria mientras la sangre le baña el rostro? La victoria produce placer ante el dolor. Me di cuenta desde niño.
A Miraida, mi vecina de cuando era niño, le gustaba que la pincharan en el dedo y le sacaran sangre. Gritaba. Y entonces pedía que se lo hicieran de nuevo. No dolió, decía. Me gusta. Hay personas como ella y como tú, que tienen un umbral más alto del dolor. A quienes el alivio que le provocan las endorfinas que producen su cerebro ante el dolor los excita. Aquellos a quienes el dolor consentido se les redistribuye a las zonas del cuerpo que producen placer.
Que te dejaras llevar a mi conquista urgente, de dos horas en vez de dos meses… o dejarme conquistar por ti, me hizo sospechar que la falta de control te emociona. Además, tenía muy frescos esos libros del Marqués de Sade que me había prestado Teresa. Y tenía frescos sus cuentos. Esos de que le gustaba que le halaran el pelo mientras tenía sexo.
A ti te quise morder. De a poquitos. Clavar mis dientes en tu cuello. En tus hombros. Como murmurando placer. Sin la intención de marcarte, sino la de extraerte placer. Y mientras más te mordía, más te retorcías de gusto. Y estirabas el cuello hacia atrás. Te gustaba.
—¿Satisfecha?
—Pero claro. Yo soy muy sexual, sin tapujos. Mujer que tiene y le gusta el sexo.
—¿Una invitación?
—Siempre quedó algo inconcluso.
—¿Entonces?
—Me gustaría que escribieras de amigos que juegan.
—Cuéntame…
Foto: La Grande Danse macabre des vifs, Martin Van Maele, dominio público.
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