Torrefacto●●○


Era él, Fernando Alquitrán, culpable de las nubes oscuras que ahora ocultaban la escasa vida en la comunidad rural de la ciudad de Cobadía. Anteriormente plagada de bendiciones circenses que día a día columpiaban el júbilo de sus habitantes, la belleza era sello de esta modesta ciudad. Iba desde sus habitantes más humildes, por los senderos dorados con frutos de tierra, entre la más impactante arquitectura jamás vista desde las regiones porteñas, y hasta el punto más alto de la vida comercial que se ubicaba en pico Pentágono.

Al caminar por las calles de Cobadía era imposible sentir depresión, pesadez o amargura; no era difícil pensar que la ciudad estaba bajo un hechizo de buena fortuna, bonanza y hermosura perpetua, pero el escepticismo suele desgarrar la finura del velo que cubre a los conceptos de la magia en la humanidad. Claro está, que justo cuando la apertura hacia la lucidez imposible es apelada por gramos de conciencia en una balanza, es ahí cuando lo peor y poco esperado pasa.

Fernando Alquitrán no era un personaje de alta gracia ni hombre de ancha ignorancia, pero sí un ser humano lleno de mucha calamidad emocional. Maldecía, encañonaba a inocentes con fulminantes artefactos, palabras mortales, y liberaba su furia más que ninguna otra forma de energía humana. Orgulloso por sus armas como si fueran las extremidades más preciadas de su cuerpo, el señor del ego decidió un día emprender camino desde Rio Quinto a la ciudad de Cobadía.

Era la época de las flores danzantes, bailaban el rito del Bango —danza originaria de la región porteña mientras caían de los árboles y luego flotaban hacia el cielo. Un curioso caso de gravedad invertida que ningún forastero entendía, pero era cuestión única en ese gran territorio. Ya en el último mes de ese período, las flores iniciaban su decoloración y retornaban al estado de semillas, el ganado se ocultaba en lo más profundo de los graneros y cavaban agujeros para soportar los gélidos vientos que se aproximaban con el invierno. Justo en ese preludio, en la vianda de transición, llegaba finalmente la sombra del mal presagio al área limítrofe de la ciudad.

La corrupción fue la primera herramienta del caos que aplicó, ya que, por poca fortuna, los ciudadanos eran muy confiados y de un pensar casi ilógico frente a la desconfianza… porque el ser humano es «bueno por naturaleza», razón que no les llevó a ninguna buena conclusión porque a zancadas rápidas se propagó la semilla de la viveza y la mentira por los comercios de Cobadía. «¿Quien gana más, quién hace menos?» y otros estandartes se volvieron canon por las calles más populares. El rostro del ocio se empezaba a convertir en factor común de los locatarios y el papel moneda parecía caer de los árboles directo a las bocas de la gente más corrupta. El primer paso de distracción y desorden le había funcionado de miles maravillas, ya de gozo se gestaba el capitán de la nube negra que a la ciudad ennegrecía.

Ausencia había en la ciudad, en cuanto a materia de sistemas de defensa correspondía. La iglesia comunal era lo más capacitado para actuar en contra de los efectos extraños que ocurrían contra la paz de la comunidad, pero a su vez estos líderes espirituales estaban demasiado despistados en cuanto a la verdadera naturaleza de la amenaza que acontecía. El hombre Alquitrán solo reía por cada esfuerzo fallido de los maestros de ceremonia; mientras más mugre arrojaba sobre la vida de Cobadía, más dispersos y desesperados se volvían los defensores de adorno que por la ciudad rezaban cada día.

Habiendo desequilibrado la mayor parte de la comunidad en poco menos de un mes, el hombre pronto se deshizo de sus máscaras y reveló su identidad a todos, pero poco impacto tuvo; ya no había ánimos ni conciencia para darle importancia al perpetrador original de aquél declive. La maldad no necesita rostros con etiquetas ni membretes, sino una solución definitiva para la maleza que ha logrado plantar.

Fernando logró sembrar, en solo dos pasos estratégicos, el desorden público y la decadencia de valores; escalones básicos en el manual del anti desarrollo. Su tercera y última acción fue sencilla, consistía en la venta de una ideología que terminaría de hundir al capitolio mejor logrado de esta fracción del sureña del continente Aramdiano: darle a creer a los seres vivos que la luna se ubica en la frente de la tierra y el sol justo a la altura de su núcleo. Tal idea descabellada apuntaba a un solo motivo… desorientar lo suficiente a los sobrevivientes para que la nueva vida que lograra crecer tuviese los polos invertidos de raíz.

Así terminó de pasar el cometa terrestre de la ignorancia forzada, ese que trajo la nube negra que apuntó ferozmente al exterminio de la conciencia. En alquitrán todos andaremos cuando la lluvia que se precipita en el continente de Aram culmine su llegada.

Cobadía fue ejemplo de una de las últimas comunidades que vivía más al borde del avance que cualquier otra a la redonda, sin embargo, así cómo muchas, no era en su eje tan perfecta cómo se veía.

La brújula


El péndulo de la bondad,

guarda la guía segura hacia el pasaje secreto;

aquél que yace invisible ante el ego,

y se presenta sincero frente a los corazones nobles,

los que con su fuego interno ya se vuelven de acero.

Mientras la tierra continúe girando sobre sí misma,

y los imanes mantengan un ritmo seguro y cambiante,

las razones para quedarme de pie,

esperando que la gravedad me haga libre…

serán cada vez más escasas.

El eco de tus palabras interfiere con las vibraciones,

la dirección de tu brújula ha cesado de marcar el norte;

ahora vas al oeste donde las nutrias vuelan,

las ballenas caminan,

y la tierra gira en dirección contraria,

pero aun así es la correcta.