Entra al cuarto. Observa con deseo mi virginidad. Soy el manjar más apetitoso para la duquesa. Sin terminar de quitarme la ropa empieza a chuparme. Se desespera. Pretende arrancarme las entrañas. Intento gritar. El mar de saliva me ahoga. Sudo. Succiona tan fuerte que se atraganta con mi jugosa pulpa. Escupe el líquido viscoso con rabia. Sobrevivo satisfecho. Apruebo mi examen de ingreso. ¡Eureka! Ya soy empleado del prostíbulo más famoso de la comarca.
Etiqueta: Pobreza
El limpiabotas
Carlitos llega a su esquina para hacer lo de siempre, brillar las sonrisas de sus clientes. Solo trae su banquito y su arca de sueños. Labora más de ocho horas, tres días a la semana en la placita del mercado. El cajón de madera incluye el betún, los cepillos, los trapos y un frasco de anilina. Este cofre de lustrar está repleto de secretos: de su idea sencilla de la felicidad, del suicidio de su padre, un pasado de orfandad cargado de pólvora de alfabetismo, atiborrado de perdigones de rencor ante un futuro incierto.
Ahí llega el exjuez a las siete de la noche. Se miran a distancia. El jubilado se sienta en un banco de cemento y el chico inicia el proceso para lustrar los zapatos del caballero. Él paga por su servicio el doble de la tarifa. La labor a este cliente distinguido es especial. Por fin termina de trabajar entre música de salsa, jolgorio y bebidas a su alrededor. El limpiabotas guarda sus materiales y ganancias en su alcancía de madera. Se despide sonriente de sus amigos y camina con júbilo hasta la calle lateral de la plaza.
En una mano lleva el banquito y en la otra su pesado cajón de tragedias. Entra a un carro lujoso donde inicia su segunda jornada de trabajo para empatar la pelea y completar el pago de las deudas. Su amigo el magistrado está demasiado borracho. No permite que Carlitos abandone el auto. A los veinte minutos se abre la puerta del vehículo. El limpiabotas sale satisfecho de cumplir con el pedido. El cajón ahora le pesa menos. El magistrado tendrá que regresar mañana a limpiar sus zapatos deslustrados. Como de costumbre, le dejará una propina envidiable.
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