Tan bello, que lo soñamos; tan poderoso que asusta. Aunque sentirlo nos gusta, muchas veces lo alejamos cuando entero lo observamos. Y, si ya nos emociona, más de un caso no funciona de la forma que esperamos. Pero algo de él nos quedamos, más cuando nos disecciona.
Porque tras examinarnos así, minuciosamente, —haciendo a un lado la mente— y en ese espejo observarnos ¡podemos reencontrarnos! Este es un recordatorio o, más bien, un rogatorio: al pulsar, al habitarnos, podemos ser y sanarnos… ¡Dejemos nuestro envoltorio!
Eso aplica con parejas, profesiones, pasatiempos… y hasta con los contratiempos. Ante escenas disparejas, ¿ver las flores o las rejas? Creo que de ambas se recibe si realmente se percibe lo que tienen para darnos: tras desestabilizarnos, nuestro pulso se concibe.
Pulula prudentemente, buscando almas, bocas, manos; a aquellos seres humanos cuya esencia, cuerpo y mente la implementen hábilmente. Pues, para lograr trascender y su gran poder encender debe, con actos u objetos, llegar hasta otros sujetos y alguna emoción conceder.
De aceptar y abrirle paso, si algún resultado es cierto, es lo que llaman fracaso. Pero transcurrido el caso habrá luz tras el ocaso. Y, gracias a esa oscuridad, potenciará su intensidad mientras nos deje enseñanzas para futuras andanzas: resiliencia y humanidad.
¿Por qué atrevernos a hacerlo? Porque cuando intentemos crear nos permitiremos recrear —sin buscarlo, sin saberlo y aunque no podamos verlo—, la libertad original de aquel estado virginal en que a este mundo llegamos. Si en la Gran Magia confiamos, ¡todo vuelve a ser marginal!
Inspirado en el libro “Libera tu magia”, de Elizabeth Gilbert.
Inventé una nación entera,
en la frontera de mi corazón y de mi alma,
con sus montañas, edificios y sellos postales.
Un lugar en el que las sombras no existen
porque nos reflejamos gatos.
Donde besamos tu mano
todos los hombres y sus reflejos-gato,
para rendirte culto,
para obsequiarte flores.
Una nación para tu principado,
donde por siempre seamos gatos,
donde por siempre seas (mi) princesa.
Una lámpara expulsa su atmósfera luminosa sobre el cuarto. Arredrado junto a la ventana, un hombre, el que abrió los ojos, pensativamente observa como las gotas de lluvia unen sus pesos y tamaños para llegar hasta la parte baja del marco de madera de la ventana, se funden en pequeñas venas; y otra historia empieza, y otro río vital debe nacer. Fuera, entre las gotas líquidas, como un espejo reflejándose, dentro de su propia mente, otras gotas se unen como si fueran sus neuronas, alguien medita, llega hasta el interior de una hipótesis de la vida y se da cuenta de que existe mucho más.
Conforme se termina el otoño, siento unas ganas efervescentes de empezar una aventura en un barco bucanero —si hay barcos bucaneros cargados de libros, o que pasen por la puerta de casa— sería una aventura solo para empezarla sin prisioneros o islas donde beber ron, ya que no creo en milagros pasada una hoja del calendario, ni deseo acabar bailando en un carnaval con una capa negra de terciopelo.
Este año, la presencia del otoño está absolutamente expuesta al desasosiego. Mientras las heridas son siempre ojos mirando sobre una tela.
Avanzamos entre rescoldos de pérdida, vacío, juegos y consternación en estas tardes de calles vacías.
Fotografía: Belgravia Studios, Londres. Versión modificada por Klelia Guerrero García.
Al definir una pausa, ¿qué se les viene a la mente? Diría que, comúnmente, sin mayor prueba, sin causa aquella idea se encausa. Se percibe como falta, como México sin palta, como estado carente… Pero, de forma silente, su influencia puede ser alta.
La música, por ejemplo, del silencio necesita. Hasta una pieza exquisita no llega a ser contraejemplo: sin contraste no contemplo la belleza que contiene; si nunca se la detiene, bajará eventualmente su impacto en cuerpo y mente. ¡Pierde la magia que tiene!
¿Y qué pasa cuando llega una pausa a nuestras vidas? Esas aguas removidas que el día a día relega y coberturas desplega, al fin pueden ubicarse y, con suerte, disfrutarse. Con tanto entretenimiento viene bien un vaciamiento, aunque eso implique pararse.
Dijo Cage: para un humano el silencio real no existe puesto que, aún subsiste, tras acallar lo mundano el latido —y no en vano—. Y Pradas, más adelante, con su visión “discordante” mostró que cualquier sonido puede dejar de ser ruido si se atiende vigilante.
La desnudez de la pausa, más que vulnerabilidad, es apertura y realidad; sea una u otra su causa, de amar y ser es concausa. No es fácil, pero es posible. Descubrir hace visible la belleza y la pureza de lo que llaman rareza; lo inicial, lo imperceptible.
Este es un recordatorio para mí y otras notas ya sean radiantes o rotas de qué no implica mortuorio la desnudez, sino ofertorio. Aunque eso me exponga al frío, o a la corriente de un río —físico o de preconceptos—, más allá de los adeptos, por mis pausas, hoy sonrío.