Dejo caer todo:
mi cabeza,
mis hombros,
mi pecho.
Entrelazo mis dedos
y acaricio el cielo.
No abro los ojos.
Nunca abro los ojos.
Me dejo caer…
Me entierro en el suelo.
Soy una muñeca de trapo.
Me pesa todo.
No abro los ojos.
Nunca los abro.
Siempre duermo.
Y me mandan,
me sugieren,
que mis párpados se abran;
y salgo
con las lágrimas quemándome en el alma.
Y ando como si me hubiese quitado de encima
la parte de muñeco de trapo
que creo que era lo mejor de mí,
la mejor parte de mí,
al menos,
para el resto.
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