
«Existe una piedra que no es tal piedra.
Un objeto precioso que carece de valor.
Un ente multiforme que no tiene forma.
Una cosa desconocida que todos conocemos».
La muerte llegó.
La sangre fluía y mi vista se nublaba.
Era cierto. Era mi fin.
Un fantasma blanco apareció.
Se veía como yo y me tomó la mano.
El fantasma me dijo que era mi alma.
Y mi alma, el fantasma, me preguntó:
«¿Quién eres y qué necesitas?».
Y no supe responderle quién soy.
Él me envolvió en una bola de neblina plateada.
Y durante un período sin tiempo
se dedicó a sanarme.
Salí de aquel capullo etéreo
y vi con nuevos ojos el mundo.
Y al fin estaba listo para responder.
Le respondí:
«No recuerdo quien soy.
Pero sé lo que necesito».
El fantasma dejó de ser una bola de niebla
y me preguntó:
«¿Qué necesitas?».
Le dije con urgencia:
«Una ventaja, un arma, algo con que ganar.
Un talento, un poder, algo con que proteger
todo aquello que amé».
Mi alma me tomó de las manos
y empezó a llorar sangre sobre ellas.
El fantasma se desvanecía conforme lloraba.
La sangre no podía derramarse de mis manos.
La sangre se convirtió en una piedra roja.
El fantasma se convirtió en una piedra roja.
Y dijo sus palabras finales, antes de irse por completo:
«Yo soy tu alma, tu ventaja, con lo que vas a ganar.
Soy tu talento, tu poder, con el que protegerás
todo aquello que amé».
Y lloré, y entendí. En practicante me convertí.
Ese día volví a nacer. Ese día volví a ver.
Y solo vi dos palabras: Opus Magnum.
Debe estar conectado para enviar un comentario.