Cada noche empeora la anterior.
Una muchedumbre descontrolada
abarrota las calles,
algunos se paran y gritan a las cámaras,
otros corren convertidos en terror.
Pero a este lado
del televisor el silencio
no muestra debilidad.
Se ensaña y no se detiene
porque el silencio aquí
es radical.
Se encierra en el salón
y como un musgo
se aferra a toda su anatomía
de cemento,
aguardando serenamente
para acorralar
cada conversación.
Incluso puede ser mucho
más cruel
y como si un esmalte
se adhiriese a una garganta
y esta garganta fuese
de porcelana,
la asfixiase.
Este silencio
no se termina
porque el silencio es el frío.
Un frío tan negro y rígido
que casi parece carbón,
Un frío inmenso
como vaciado sobre un campo
de flores, apresándolas
y manteniéndolas intactas
bajo una helada
que llega tan lejos
como una cicatriz
que aproxima tantísimo
cada palabra con su abismo.
Este silencio es tan puro
que no se mancha
jamás, como el cielo
sobre los Alpes
cayendo gélido sobre laderas
hasta llegar a mar abierto,
arrebatando todo el oxígeno
por el camino
sin dejar más opción
para salvarse
que enmudecer.
Blog Amenaza de derrumbe
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