Hablan de tus demonios y no
ponen cara a tu espíritu.
Hablan de tus males y no se apenan
al hacerte princesa de la miseria.
Hablan de tu cárcel, pero no de
lo sobrenatural de tu canto libre.
Hablan hablan hablan hablan
y dicen tu nombre en vano.
La angustia reina para todos,
a todos se acercan los demonios
y todos nos hacemos jaula, alguna vez.
Hablan hablan hablan hablan
pero regresas cuando pronuncio
tu nombre, Alejandra. Eres canto
en mi invocación y pájaro que migra
y cría desde mi norte hasta mi sur.
La última vez que me dijiste
que me odiabas
fue el día de tu cumpleaños.
Coincidió con una tarde azul,
o una mañana azul,
o azul era; a lo mejor, el color de tu jersey
o la goma con que te sujetabas el pelo
haciéndote una coleta
mientras me decías eso,
que me odiabas.
Pero el azul estaba allí mismo, lo recuerdo
instalado en el salón mientras el regalo
que te había comprado
permanecía a medio abrir sobre la mesa.
Estático, casi atónito.
Como si pensara en su regreso
a la tienda de regalos,
a cambio de otro artículo inútil
que se le parezca.
Allí, donde las sombras corretean hasta que
se bajan las persianas y se apura el último rayo
de sol, he visto al comentarista más especializado
en equipos y técnicas futbolísticas. Allí, sentado en uno
de los bancos de mi barrio. Porque a simple vista, mi barrio
es un extrarradio, pero ha cambiado la dirección en la que el pueblo
crece. Y hay quienes caminan sin importar si van por acera o calzada.
También ocurre que las luces de las farolas no se encienden ni todas,
ni de golpe, pero tiene luz por mitad de la manzana. Su media naranja.
Porque a simple vista, mi barrio es un extrarradio, pero cada día soy
peregrina de un camino que remato en el mismo punto. Punto brillante
en el cielo con nudo en el extremo del hilo de mi aguja.
Y allí, mi hogar. Y así, mi barrio. Allí, donde mi barrio hogar.
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