La historia se mueve


Más que vivir la historia, ella es como un tren enorme que a veces nos envuelve con su ruido, y empequeñece las imágenes que realmente nos pertenecen: El contrato de trabajo, las horas entre apuntes de la universidad, el adiós a una ciudad, las vacaciones entre grandes montañas. No, eso no es lo más profundo de la historia. Es la inmensa barbarie que se esconde cuando sólo importa lo que se mide con riqueza y pasión ciega, y comienza a gritarse con descaro que deseas degollar la garganta de tu educado vecino. Es cuando la historia decide moverse sonriendo a vivos y muertos.

 

(Foto del autor)

La soledad del escritor


Se nota en las ojeras,

en el rostro pálido

rozando cetrino;

en el andar encorvado

con los omóplatos saliendo

como crestas

de alas cortadas.

Se nota en las manchas de la cara

porque piensas

que el sol no te toca;

en la mariposa que nace en tu frente

con más apariencia de polilla.

Se nota en las uñas

blandas,

amarillas,

gastadas

de fumar un cigarro tras otro

alternando sorbos de café

descafeinado.

Se nota en el callo del dedo

corazón

cuando explota

y se asoma la carne roja

confundiéndose con la tinta de tu pluma

—demasiados errores—.

Se nota en el pecho que,

no late,

galopa

y en la mente

que intentando huir,

ausente,

no ceja en el empeño de exigir su dosis diaria

de expresión,

ya que no hablas.

Opuestos irreconciliables


Dibujas la vera con la punta de tu pluma
y cuestiono si la frontera es real o hasta dónde
llega. Rechazaré todos los opuestos, incluidos a
los que me incluyen. No te buscaré para encontrarte.
No te encontraré aferrándome a ti, vida; aterrorizada
de muerte por perderte. Obsesionada a perderte, mal
de muerte. Manipulo los opuestos y controlo la frontera que
es una vera que esquiva y elude la atracción de norte y sur; de
todos los opuestos irreconciliables que viven en la luna y duermen
plácidamente en el sol. En los opuestos irreconciliables, nuestra ficción.

Mi padre solía decir que la vida es riesgo


 

(A riesgo de empezar muy alto el poema) A veces la vida es eso:

Una niña se mira en un charco

y juega

a pisar nubes con sus botitas rosas.

Y luego se mira y mira

las nubes

—de cuclillas— las mira reflejadas

cómo pasan.

Otras veces (a riesgo de ser monótono) la vida es una anciana

que se sienta junto a la parada del bus a ver

pasar a la gente al sol —después de la lluvia—.

Y les mira y mira como si les conociera a todos

para que no sepan de su olvido.

La vida es injusta —me dice una amiga. Tenía solo

38 años y una lágrima y una nube en una iridiscencia suceden.

—No sé cuál es cuál—

La vida es agua —leo en una revista: Somos

un 80 por ciento agua (a riesgo de copiar)

que pasa río —como dice Manrique— río

hasta dar en la mar

que se pierde en el tiempo —como dice Roy—

como lágrimas en la lluvia.

Agua en un charco. Agua en un 80 por ciento nube.

Agua niña anciana.

Agua

Agua.

niñaanciana

Sombras


Sombras al mirar tu noche,

sombras al mirar el espejo.

De esas sombras nunca acaban las lanzas

de hundir en la carne sus voces intranquilas.