La puta pedaleaba en la bicicleta dejando caer una cascada de lunas diminutas sobre la calle. Al rozar el suelo, las lágrimas se desnudaban, mostrando sus siluetas como manzanas rojas en mitades. Danzaban llorosas marcando la ruta de su huída.
Un ángel recogía y examinaba la multitud de fragmentos rojos. Mientras un joven sorprendido por la estela que alumbraba el camino, la seguía con ilusión.
El serafín identificó entre las desnudas lunas fragmentadas, la que se ajustaba a la perfección con el corazón herido del joven. Puso el pedazo de llanto en la flecha. La lanzó. Y atravesó su corazón.
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