«Las visiones de Reed» – Edwin Colón Pagán


«Las visiones de Reed» – Edwin Colón Pagán

«Las visiones de Reed» es una novela que en nueve capítulos presenta la historia de Reed Richards, joven boricua clarividente, quien cursa su doctorado en la facultad de Química. La narración se desarrolla desde el inicio de sus visiones, a los once años, hasta su vida universitaria. Desde su niñez despierta el rechazo y las burlas de estudiantes y conocidos por sus relatos extraños y momentos de trance, vivencias desagradables que lo obligan a mantener en secreto el don de la clarividencia hasta que entra al doctorado. Allí conoce a otros cuatro jóvenes que estudian en el mismo programa académico; juntos, se convierten en un inseparable y talentoso quinteto. También nace el amor por Sue, quien forma parte de la pandilla.

La acción de esta historia, escrita por Edwin Colón Pagán, gira en torno al desarrollo personal de Reed, en el contexto de sucesos históricos y de relevancia para la vida en Puerto Rico, que aparecen en sus visiones y afectan al personaje central: el pronóstico de la caída del gobernador del país, el terrible sismo en la zona suroeste de la isla y la pandemia, entre otros eventos importantes.

De forma creativa, en la presentación de la trama, el autor utiliza de escenario el último juego de baloncesto, decisivo en el campeonato nacional puertorriqueño del verano del 2019. Logra mostrar —de forma explícita en algunos momentos y en otros, de manera alegórica— las semejanzas de la vida de los personajes con este deporte.

Ser testigos de su maduración mediante el tercer ojo del protagonista resulta excitante. El fin último de «Las visiones de Reed» es llevarnos a meditar sobre cuestiones existenciales, sobre el sentido de la vida y la autorreflexión. En especial, sobre asuntos tan medulares como la sexualidad y las relaciones entre los jóvenes; el maltrato hacia la mujer; los inconfesados sentimientos homosexuales y amorosos; la bisexualidad y el respeto a la diversidad. Esta novela nos ayuda a entender que la importancia de vivir en honestidad y de acuerdo con lo que somos es la clave para aprender a lidiar con nuestras incertidumbres.

Diseño de portada y de colección
Fiesky Rivas

Ilustraciones
Fiesky Rivas

Corrección ortotipográfica y de estilo
Elizabeth Scott

Lectura de manuscrito y asesoría en la redacción
Elizabeth Scott

Maquetación y libro electrónico
Carlos Papaqui

Diseño de mockups
Julio Aguiar

Project Management
Mayté Guzmán

Prólogo y edición
Carla Paola Reyes

Editorial
Salto al reverso

Primera edición (2021)
Edición impresa


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Próxima presentación del libro «Las visiones de Reed»


Me confundió el nombre con otra


El_Beso_(Pinacoteca_de_Brera,_Milán,_1859)

por Reynaldo R. Alegría

Entonces vivía en un caserío con mi familia.  Un lugar lleno de pobres muy pobres, abundante droga, mucha droga, y donde la traición se pagaba con la vida, toda la vida.

Aquel joven prometía, andaba en un BMW negro usado que hacía muy bien el cuento, trabajaba con el partido político en el poder, universitario destacado que, al ritmo que se movía, debería convertirse en prominente abogado y algún día gobernar al país.  Cuando vino a visitarme al caserío creo que no se percató de que entraba al mismo infierno.  Le hice lasagna, solo para él pues la plata que me dio mi madre no daba para más; los demás (mis padres, mi hermano y yo) comimos lo de siempre, arroz blanco, habichuelas rojas y carne guisada con papas, alegando que les encantaba la lasagna pero eran alérgicos a la pasta.  Creo que mi madre estaba más emocionada que yo, me veía saliendo del oscuro caserío vestida de puro blanco y llevándomela a ella a vivir conmigo al lugar decente que yo me merecía.

No era que, precisamente, me volviera loca aquel hombre, pero cuando fuimos a su apartamento plantado en el área de San Patricio, entonces un sector repleto de familias acomodadas y acaudaladas y algunos jóvenes wannabe, como él, en realidad estaba lista para rendirme a sus deseos.  El hombre tenía labia y si al final del día verbo mata carita y dinero mata verbo, me sentía que estaba donde debía.

Creo que él lo tenía todo programado, bueno eso es obvio.  Al llegar el aire acondicionado central del apartamento mantenía el espacio deliciosamente fresco.  Una botella de vino rojo sobre la mesa, con algo de quesos y un disco de vinilo de Lucecita Benítez dando vueltas bajo una aguja de diamante sobre un plato Technics que se escuchaba como si estuvieras sentada en el foso del teatro de El Conservatorio de música escuchando la Orquesta Sinfónica del país, construían el perfecto ambiente para la seducción.  Bailamos en el centro de la sala.  A la tercera canción, creo que el tiempo también lo tenía medido, comenzó a besarme y acariciarme.

Me imaginé viviendo en aquel apartamento, durmiendo con aire acondicionado todos los días, comiendo lasagna cuando quisiera tras declararme curada a las alergias a las pastas.  Me llevó hasta un sofá desde el cual, a través de las cortinas que daban al balcón, se podían apreciar las luces de la noche en otros edificios y al tiempo que le hacía el amor a mi oreja izquierda me susurró algunas de esas cosas muy bonitas que dicen los hombres cuando te quieren coger.  Fue entonces cuando me dijo:

—Me encantas, Manuela.

—¡Hijo de la gran puta, Manuela tu madre que yo me llamo Silvia!

Le levanté urgente, di un volte face con actitud de reina de belleza, cogí mi cartera y mientras sentía la humedad bailoteando entre mis piernas arranqué y me fui a las mismas pailas del infierno con un coraje que me duró par de meses, hasta que conocí a otro riquitillo wannabe en la barra de Loíza Street Station, lugar de moda entonces.

Aunque he tenido tiempo de arrepentirme de no haberme tirado a aquel espécimen, lo cierto es que el honor y la dignidad, como dijo don Pedro, no están en el mercado a ningún precio.  Además, con el tiempo una aprende.  ¡Vamos, que cualquiera se confunde!  La clave, dice una amiga, es llamar a todos los amantes por el mismo nombre.

—¿Cómo está mi papurri hoy?

—¿Papurri?  ¿Y ese nombre?

—Especialmente para ti, papurrito lindo…

Foto: El Beso, Francesco Hayez, Pinacoteca de Brera, Milán, 1859: https://commons.wikimedia.org/wiki/File%3AEl_Beso_(Pinacoteca_de_Brera%2C_Mil%C3%A1n%2C_1859).jpg

Encuentros furtivos


The_Great_Ocean_Road_at_Night_(494349686)

por Reynaldo R. Alegría

Se acercaba la fecha del 38vo. Festival de Apoyo a Claridad y Maya recordó a Tommy.  Se habían criado juntos en el mismo pueblo.  Habían asistido a la misma escuela superior pública del barrio en donde se conocieron.  Disfrutaron del amor, el alcohol, la lectura, la polémica y el sexo juntos por primera vez.  Y se graduaron con calificaciones excepcionales que le permitieron entrar a la mejor de las universidades del país, la UPR en Río Piedras.

Ambos tenían sembrada por sus padres la semilla del servicio al país y el fervor por la doctrina y la política, por las cosas del gobierno y los asuntos del Estado.  Maya provenía de una familia que abogada por la independencia para el país y se acostumbró desde niña a protestar, a alzar su voz y al riesgo.  La familia de Tommy era una de servidores públicos favorecedores del partido de gobierno, una organización política que pululaba entre una izquierda petulante y una derecha fatigada por el gobierno ineficiente y la falta de visión.

Ya en la universidad, lo que parecía ser una diferencia graciosa se tornó en un abismo insuperable y fue Maya quien bajo argumentos filosóficos fundamentados en la lucha de clases, el materialismo histórico, la dictadura del proletariado y su más reciente lectura del Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (que según ella, lo dramatizaba a la perfección), decidió terminar con Tommy.  Y aunque él siempre tuvo planes para cuando eso pasara, pérdidas son pérdidas y mucho le dolió.  Entonces el tajo se hizo más grande que la profundidad de los mares.  Maya se fue una temporada a Cuba con un amigo de la universidad y de allá regresó otra.  Pasaron los años.

Para los años ochenta, el Festival de Apoyo a Claridad se había convertido en el evento público musical donde los graduados de la universidad se reencontraban como en una reunión de exalumnos.  Los ochentas eran ajenos a los festivales modernos donde se cobra entrada y los tragos cuestan caros.  Además, una fiesta popular con un público más culto, hacía del evento lúdico uno esperado.

Maya recordó la última vez que se encontró con Tommy en Claridad.  Hacía años que no se veían.  Pero allí, entre los quioscos de frituras, artesanías y libros apareció él junto a un amigo.  Entonces el Festival, que se organiza para apoyar un periódico de izquierda hoy venido menos, se celebraba en los terrenos del Escambrón, frente al Atlántico.  Entre el bullicio, el viento nocturno y el salitre, Tommy paseaba contento mientras se tomaba su trago burgués de siempre un Black Label a las rocas, pero con poco hielo.  En minutos, en segundos, atraídos por la fuerza imantada que siempre los atrajo se fueron a caminar hasta llegar a la playa, tomados de la mano, como cuando lo hacían en la escuela.  Se pusieron al día.  Ella sola, después de su fracaso con el amor falso en Cuba.  El casado y feliz y padre de dos.

Ahora, treinta años después, cuando trabajaba para el Gobierno Municipal de la Capital y pensaba en los años que le faltaban para el retiro y poder cobrar el Seguro Social, ella recordaba aquel encuentro furtivo.  Le gustaba recordar cómo al llegar al agua Tommy la abrazó por la cintura como su aún fuera suya, acomodó su cara sobre su pecho y oliendo con gusto su perfume la fue inundando de besos suaves en el cuello.  Erotizada, sus labios buscaron los de él y se gozaron como el primer día.  Ahora que se acercaba la fecha, ella siempre se acordada de él, deseando algún encuentro furtivo.

Foto: The Great Ocean Road at Night, por edwin.11, via Wikimedia Commons

Archivo de amantes


Arcordeon File

por Reynaldo R. Alegría

Tenía 14 años cuando escribió su primer poema. Eran unos versos muy cursis que provenían de un desengaño liviano con sus amigos de la escuela. Años después, sentado en la barra del Patio de Sam, escribía versos en una servilleta de cocktail y le era imposible olvidar cada palabra escrita en sus primeros versos. Un poema escrito en una servilleta —aunque no fuera un buen poema— siempre emocionaba a una mujer. Pero la desolación y la amargura no ayudaban mucho al esfuerzo creativo. Debía sentirse muy triste o muy alegre para escribir, enamorado o con el corazón partido, no había puntos medios. Con poco más del doble de la edad, ahora presumía con su amigo Tom —quien era igual de presumido— de haber tenido sobre 100 amantes. Sin deseos de muchas alegrías o sin ganas de grandes tristezas, decidieron hacer un listado de todas sus amantes. Los fríos Manhattans y la helada soledad contribuían a hacer del evento uno de divertida y embriagante prepotencia entre amigos.

Cuando una semana más tarde encontró la servilleta con 73 nombres en uno de los bolsillos de su saco, le pareció necesario conservar y completar la lista. El esfuerzo requirió dar aviso a la memoria del pasado y acudir a la pequeña valija comprada a un anticuario de la ciudad vieja, tapizada en piel marrón en el exterior y forrada en el interior con terciopelo arrugado azul, en la que guardaba recuerdos tangibles. Fue necesario organizar aquel cúmulo de historias de amor, amarguras y sexo.

Tomó un archivo viejo de cartón marca Wilson Jones tipo acordeón de los que tienen pestañas con las letras del abecedario organizados en 21 bolsillos, cada uno para una letra excepto la I que estaba junto a la J; la P que estaba junto a la Q; la U que estaba junto a la V y la X, Y y Z que estaban juntas. Sacó lo que tenía adentro, que eran manuales y garantías vencidas de electrodomésticos inservibles e inexistentes, y organizó sus recuerdos. Con calma, como cuando se extingue el viento, como suspendiendo en el tiempo la tranquilidad, queriendo destilar por el corazón cada gota de sangre de amor que hubo sentido alguna vez por cada una de ellas; y fue clasificando en carpetas individuales —rotuladas con las iniciales del nombre y apellido— los recuerdos precisos, tocables.

El listado, ahora con 114 nombres, estaba depositado en el primero de los bolsillos bajo la letra A. A partir de ahí, se sucedían 42 carpetas de recuerdos inmarcesibles. En la carpeta con las iniciales CN estaba guardado el diario del romance juvenil que ambos sostuvieron y que ella le regaló cuando huyó al extranjero para alcanzar los más divinos sueños. MR tenía, entre otros, una foto enmarcada que ella alguna vez pretendió que él pusiera en el escritorio de su oficina. En MT estaba un pañuelo con el que ella se había limpiado sus sensuales intimidades en la primera cita. La carpeta de NE guardaba el patrón de la camisa con estampados hawaianos que ella cosió para que ambos se vistieran iguales para ir a la iglesia. En TG guardaba las más eróticas cartas escritas con la más dulce caligrafía y una serie de postales hechas por ella en una impresora tipo dot matriz en las que resaltaba su culto al falo. Bajo VB depositó las sosas postales en las que ella solía escribir y repetir mensajes innecesarios al final de unos versos, también innecesarios, impresos en la tarjeta.

Con el tiempo, cuando entendió que lo que hacía no era distinto a lo que hacían algunas de sus antiguas amantes, aprendió a no sentirse mal con su secreto; decidió esconderlo menos en su oficina y disfrutar cuando alguna de sus secretarias hurgaba en su sigilo. Lo que alguna vez pareció una vergonzosa acumulación de conquistas sin razón, oportunamente se convirtió en una rica fuente de memorias vivas, razón de alegrías y tristezas, de versos y poemas, archivo de amantes.

Puerto Rico en Nueva York


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Por Reynaldo R. Alegría

Venían de todos lugares, llegaron temprano, a pie y en patines, en bicicletas y motoras, en guaguas y en trenes, también en aviones.  Y tan pronto pisaban la más famosa avenida de la más famosa de las ciudades del mundo, todos pertenecían al mismo sitio.  En la Quinta Avenida de Nueva York no hay más bandera que no sea la de Puerto Rico; no hay más partidos que no sea nuestra Isla, ni otra consigna que no sea “soy boricua”, ni hay tampoco lugar de residencia, excepto que no sea la del pueblo que te vio nacer a ti o a los tuyos y al que algún día, quizá, regresarás.

En la Quinta Avenida nadie dice por qué se fue de Puerto Rico, o por qué no vuelve, o cuándo vuelve, o si nunca volverá.  Allí todos son puertorriqueños.  Y puertorriqueños libres y orgullosos de ser puertorriqueños.  Pues este el día en que todos pueden gritar con fuerza y confianza que son de Puerto Rico y gritarlo entre los tuyos sin que nadie te mire de otra forma que no sea la correcta, como puertorriqueño.

Cuando eres puertorriqueño y vives en Puerto Rico te puede costar trabajo entender por qué los millones de hermanos que se fueron de la isla tienen tanto interés en lo que pasa en nuestra vida, que hasta si pudieran, votarían en nuestras elecciones.  Cuando no has estado allí, y no has visto a millones de personas juntas enarbolando nuestra bandera y gritando a coro muchas veces (en realidad todas las veces) “soy boricua”, quizá no puedas entender por qué, a pesar de que se fueron, cada vez que hablan por teléfono contigo te preguntan de inmediato: ¿cómo está la isla?, como queriendo con ello que le contemos todo, o casi todo, “que no es lo mismo, pero es igual”.

Nueva York es el umbral por el cual atravesaron casi todos los puertorriqueños que llegaron a los Estados Unidos.  Este es el punto de partida para una vida distinta, aspiracionalmente distinta.  Los puertorriqueños que han ido a vivir allí, o los que nacieron allí de padres puertorriqueños, no tuvieron que cruzar ilegalmente fronteras, ni tuvieron que esconderse de cazadores de migrantes ilegales que como nosotros, también buscaban una mejor vida.  Los nuestros entraron allí sin pasaporte, dispuestos a trabajar duro y a vivir una vida decente y decorosa.  Quizá por eso, los nuestros no miran la Estatua de la Libertad como la miran otros.  Quizá por eso, el gigantesco y famoso rostro femenino francés campestre que recibe al migrante con promesas de libertad, es menos pertinente a nosotros que la promesa de ocupar físicamente la Quinta Avenida y pintarla con los colores de nuestra bandera.

Quizá a nosotros, los que vivimos en la isla, nos cuesta trabajo entender por qué un nacido y criado allí y tataranieto de un puertorriqueño, insiste en decir que es puertorriqueño.  Pero tendrías que estar allí, y ver a millones de puertorriqueños reunidos festejando a sus personalidades del arte y la política, vitoreando a Miguel Cotto, delirando por Ricky Martin, respetando a Nydia Velázquez y José Serrano, sus políticos puertorriqueños electos, y saludando con respecto al Gobernador, para entender por qué en realidad no pueden decir que son de allí, sino de su entrañable y adorado Puedrto Rico.

Este año se celebran 57 años del Desfile de Puerto Rico en Nueva York.  Cincuenta y siete años de marchas, cincuenta y siete años de luchas, cincuenta y siete años de conquistas que no tienen vuelta atrás, cincuenta y siete años de la nación de Puerto Rico en Nueva York.  Cincuenta y siete años en los que le hemos dado al mundo grandes artistas, músicos, cantantes, pintores, poetas, ingenieros, médicos, abogados, cocineros, cantineros, porteadores de periódico, y todos ellos, de alguna forma, atravesaron el umbral de Nueva York.

Cuando regrese a Puerto Rico le contaré a mis hijos Sebastián y Lorenzo lo que he visto en Nueva York, y sé que se lo diré con las ganas y el orgullo que se los digo a ustedes y aprovecharé para recitarle, una vez más, los famosos versos de Juan Antonio Corretjer, y decirle con mi corazón “que yo sería borincano aunque naciera en la Luna”.

 

Foto tomada por Brian de Hoboken, New Jersey, EEUU, el 10 de junio de 2007. 

Nota: Publicado en El Nuevo Día en junio de 2007 con motivo del 50 aniversario del Desfile Nacional de Puerto Rico en Nueva York, editado con motivo de la edición número 57 del desfile.

 

El jaque de la Reina – Borrador Carta 7


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22 de diciembre de 2013

San Juan, Puerto Rico

 Cariño mío –

Los labios se me han quemado al leer tu carta.

Con imaginar que en tan solo cinco días estarás en mis brazos, la antorcha del recuerdo de tus besos se convierte en brasa que me consume con placer y delirio.  Desde que lo supe he alucinado con la felicidad.  Tu invitación a encontrarnos en ese especial lugar, me transportó a momentos gloriosos de gran alegría.

La tuya es seducción a escaparme del agobio.  ¿Acaso terrible agobio para escaparme de la seducción?

Si entendiéramos menos.  Si la razón no nublara nuestro espíritu.  Si fuera menos nuestra sabiduría.  Si fuéramos mucho más imperfectos.  Si fuéramos más felices.

Es tan efímero el amor.  Infractor de normas.  Pasajero frecuente que apenas se detiene en los puertos.  De equipaje liviano.  Escuálido.  Placer breve.  De corta duración.  Quizá por eso me perturba con tanta angustia este sentimiento.  Me ofusca.  Me seduce.  Me engaña.  Me deslumbra.  Me hace creer que es posible.

No dejo de preguntarme a quién le contaremos nuestra historia.  A quién le diré que solo he sido un traficante de plumas y tintas robadas.  A quién le admitirás que he sido yo quien ha inspirado tus versos.  Todo este tiempo cavilando con planes.  Convencido, involuntariamente, que el mejor plan es no tener ninguno.  A quién le diremos que nos hemos visto.  Que nos reímos tanto cuando lo hacemos.

Anoche soñé con nuestro encuentro.  Aunque hasta los pétalos tienen sueños.  Te veía en todo lo que miraba.  Te oía en todo lo que escuchaba. Te olía en todo lo que oliera.  Esta mañana al despertarme te he respirado.  Como si en mí habitaras dentro.

Esta incertidumbre permanente me deshace.  Me inutiliza.  Nos malgasta. Me destruye admitir que toda recompensa tuvo sacrificio, aunque no todo sacrificio tenga recompensa.  Quiero que seamos felices.  Unos días, unas horas, unos minutos.  Aunque este deseado encuentro solo sea frugal alimento para lo nuestro.

No te vayas nunca.  No permitas que me vaya.  ¡No me dejes sólo con los recuerdos de tus besos!  Tomémonos una foto juntos.  Me lo has pedido tanto.  Te juro que lo haremos.

Ya hice todos los arreglos.  Allí estaré.  En el mismo lugar donde, como me dijiste aquella noche, la Reina le dio jaque al Rey en tan solo dos jugadas.

P. D.:  El 22 de diciembre de 1895 en el Chimney Hall de la Ciudad de Nueva York, Juan de Mata Terreforte, veterano del Grito de Lares, le presentó nuestra actual bandera a un grupo de 59 exiliados puertorriqueños que componían la Sección Puertorriqueña del Partido Revolucionario Cubano.

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La anterior es la 7ma de una serie de cartas que se encuentran en los siguientes enlaces:

Anoche te extrañé más que nunca – Carta 1

http://reynaldoalegria.wordpress.com/2013/11/10/anoche-te-extrane-mas-que-nunca/

Yo también te extraño – Carta 2

http://reynaldoalegria.wordpress.com/2013/11/17/yo-tambien-te-extrano/

Saboreo acariciar tu rostro – Carta 3

http://reynaldoalegria.wordpress.com/2013/11/24/siento-que-lo-hacemos-cuando-te-leo/

Soy la que más te ha amado – Carta 4

http://reynaldoalegria.wordpress.com/2013/12/01/soy-la-que-mas-te-ha-amado/

Déjame amarte como tú me amas – Carta 5

http://reynaldoalegria.wordpress.com/2013/12/08/dejame-amarte-como-tu-me-amas-carta-5/

Soy tuya – Carta 6

http://reynaldoalegria.wordpress.com/2013/12/15/soy-tuya-carta-6/