
(Los capítulos anteriores los puedes leer aquí)
La tarde avanza perezosa, anestesiada por el calor sofocante, como anestesiado está el ánimo de Luis, quien se siente perdido y estúpido. Tras el episodio junto a la jovencita, subió al coche con la intención de conducir hasta el Albayzín, pero antes de meter la llave en el contacto lo asaltaron las dudas. «¿Qué vas a hacer? ¿Ir preguntando por ella puerta a puerta?» Así que, pasados un par de minutos, volvía a bajarse, esperando ver llegar a los padres de Sara, aunque sin tener nada claro que hablar con ellos fuera una buena idea.
Una hora después nadie que tenga posibilidades razonables de ser madre o padre de una veinteañera ha entrado aún en el portal y Luis, agobiado, cada vez está más convencido de que está viviendo el momento más absurdo de su vida. Arrastrando los pies, se dirige a la fuente del parque para beber y refrescarse. A pesar de haberse mantenido a la sombra de los plátanos, nota todo el cuerpo pegajoso por el sudor, lo que contribuye a aumentar la sensación de incomodidad que ya hace rato que se ha apoderado de él.
El surtidor gotea, cosa que evita que se seque el pequeño charco donde un grupo de palomas se refresca. «No siempre entiendo que sucede conmigo… Zarandeándome voy hasta que caigo… terriblemente borracho» No sabe por qué ha acudido a su mente ‘Flor venenosa’, la vieja canción de Héroes del silencio, pero es la espoleta que lo hace reaccionar. «Desde luego que no lo entiendo, nadie puede entender qué sucede conmigo… A lo mejor si estuviera borracho todo sería más fácil… Pues mira, seguramente no des con Sara, pero ya que estás en Granada, por lo menos disfruta de las cañas con tapita incluida».
Luis mete la cabeza debajo del chorro tibio de la fuente y cuando se incorpora se sacude como lo haría un perro. El remojón consigue sacarlo de la modorra, y ahora, con una misión clara —ponerse tibio de cerveza bien fría—, vuelve a subir al coche. Antes de arrancar, saca el móvil para consultar las posibilidades de aparcamiento en el centro de la ciudad, y al tenerlo en las manos lo asaltan de nuevo los insidiosos ojos verdes que dos días atrás le robaron la capacidad de actuar de forma racional. «Prueba otra vez», se dice. «Alguna vez tendrá que contestar».
En ese momento, a unos veinte minutos a pie de la plaza, Sara deja que el chorro de la ducha, golpeándole en la cara, pruebe a arrancarle tantas sensaciones indeseables. Sin suerte. En su habitación, el móvil vuelve a sonar.
—Te llaman otra vez —anuncia Tere, quien, al no obtener respuesta, chasquea la lengua con fastidio y se dirige al baño—. Te llaman otra vez —insiste, tras empujar la puerta.
Pero Sara no oye nada más que el repiqueteo del agua contra su rostro.
—¡Sara!
Lo normal habría sido que Tere se olvidara del asunto y regresara a lo suyo, pero no puede evitar sentirse molesta por el comportamiento taciturno y ausente de su amiga; es como si a Sara le importunara que ella esté en su casa. Una cabeza chorreante aparece por fin de detrás de la cortina de la ducha.
—¿Qué pasa? ¿Por qué gritas?
—Porque era eso o cortarte el agua. —Hace una pausa. Sopesa si decirle lo que realmente le apetece o dejarlo correr. Opta por lo primero—. No sé si te das cuenta de que desde que has llegado no me has hecho ni puto caso… Sí, no me mires con esa cara. Una tiene su corazoncito y me toca los ovarios que después de dos meses sin vernos ni siquiera me hayas dedicado dos segundos de atención.
Sara la mira con cara de circunstancias, consciente de que tiene razón, pero no sabe qué decir. Un silencio incómodo se adueña de la escena, hasta que Tere decide retirarse. Sara se queda mirando cómo cierra la puerta, y en el momento en que ésta completa su recorrido, reacciona.
—Lo siento —balbucea.
La puerta vuelve a abrirse.
—¿Cómo dices?
—Que lo siento. Que tienes razón. He pasado de ti olímpicamente. Estoy hecha un lío tremendo y no sé ni lo que hago.
La expresión desolada de la cara que sigue asomada por el hueco de la cortina ablanda el corazón de la ofendida, cuya expresión de fastidio muta en comprensiva ternura.
—Vale. Acaba de ducharte y hablamos en torno a una botella de vino. —Vuelve a hacer amago de desaparecer, y entonces recuerda el motivo de la visita—. Por cierto, te han estado llamando al móvil.
«Luis». El corazón se adelanta al cerebro. Cierra los ojos y suspira. Un segundo después los vuelve a abrir y se encuentra con la mirada suspicaz de su amiga. Sara carraspea.
—Gracias, luego miro quién es.
Inmediatamente desaparece tras la cortina y vuelve a abrir el grifo.
—Creo que la charla va a ser interesante —murmura Tere mientras entorna la puerta.
Sentado al volante de su hirviente coche, Luis vuelve a dejar que se agoten los tonos de llamada sin obtener respuesta. La frente y el cuello están de nuevo perlados de sudor y otra vez nota las gotas que se deslizan por su piel. Tiene el teléfono entre las manos y la vista clavada en la pantalla, ahora apagada. Apoya los antebrazos en el volante, y aunque está muy caliente, no los aparta.
«No quiere saber nada de ti. ¿Acaso necesitas más pruebas? Olvídala como te dijo ella misma y continúa con tu vida… ¿Otra más a olvidar? A este ritmo bato algún récord… Qué coño, le mando un mensaje, que sepa que he venido y luego lo borre y bloquee mi número si quiere… Estás muy tonto… Sí, vale. Le envío el mensaje y luego a tapear».
…………………………
La brisa suave procedente de Sierra Nevada consigue refrescar el ambiente por primera vez en muchos días.
—Oh, qué bien —proclama Tere desde el sofá, mientras intenta sacar el corcho a una botella de vino tinto de la Contraviesa—. Hoy por fin el aire que sale del ventilador no achicharra.
Sara sonríe asomada a la ventana, desde donde contempla la luna sobre la Alhambra.
—Podría pasarme la vida así, sin más preocupación que admirar este paisaje.
—Toma, y quién no. De todas formas, acabarías aburriéndote.
—No sé…
Tere descorcha finalmente la botella y sirve dos generosas copas.
—¿Vienes aquí o vamos a charlar asomadas a la ventana?
Sara suspira y se da media vuelta.
—Ya voy, no permitiré que acabes con los nachos tú sola.
Cuando se sienta junto a ella, Tere le extiende la copa con la mano izquierda mientras con la derecha sostiene la suya.
—Por nosotras. Es poco original, lo sé, pero me encanta poder seguir diciéndolo, después de tantos años… aunque a veces me entren ganas de tirarte el vino por la cabeza.
—Perdona, de verdad. Soy un desastre de amiga.
Se quedan mirando con la complicidad de quienes han compartido todos los momentos significativos de la vida y tienen la convicción de que compartirán muchos más. En el portátil suena lo último de Lori Meyers. Sara sonríe al recordar el concierto, pocos días antes de marcharse. Sus amigas la obsequiaron con una fiesta de despedida memorable.
—Por nosotras —repite Sara. Chocan las copas y beben hasta dejarlas vacías.
—Te gané, como siempre —anuncia Tere, risueña, y se seca los labios con el dorso de la mano. Acto seguido sirve la segunda ronda.
—Cómo vas a perder, si eres una esponja —A Sara le reconforta el calor que le deja el vino en su recorrido desde el paladar hasta el estómago—. Está muy bueno. —Coge un nacho pringado de queso cheddar y se lo lleva a la boca.
—¿A que sí? Es de la bodega de los padres de Merche. Poco después de que te fueras trajo algunas botellas. Son de la primera cosecha. Estaba muy emocionada.
—No me extraña, es para estarlo, con todo lo que han luchado por hacer realidad el sueño de la bodega.
—Sí, me encanta esa tía, y si quieres que te diga la verdad… —Tere se interrumpe para masticar unos nachos—, la envidio, porque ella también ha hecho mucho por que se cumpliera ese sueño. Me flipa la gente que es capaz de marcarse un objetivo y no parar hasta lograrlo.
—Y a mí…
—Por Merche, y por toda la gente que lucha por hacer realidad sus sueños.
Las dos amigas vuelven a brindar. Tere deja la copa vacía de nuevo. Sara se conforma con un par de tragos.
—A este ritmo vas a tener que llamarla de urgencia para que traiga más botellas.
Tere ríe con ganas.
—Ya estoy pedo, así que es el momento de empezar el interrogatorio.
—Bueno, bueno… Yo empiezo a notar el puntillo, pero aún controlo, así que primero cerremos el asunto Merche. ¿Vuelve pronto?
—Qué va. Se queda con sus padres hasta que acabe la vendimia, en octubre… —Calla de pronto, y acto seguido se le ilumina el rostro, en el que la combinación de vino y calor le ha encendido las mejillas— ¡Oye, vámonos con ella!
—Confirmado: estás borracha.
—Anda, calla. —Tere deja su copa en la mesita y le quita a Sara la suya con la intención de hacer lo mismo, pero antes, y tras dudar un instante, da cuenta del contenido. Sara suelta una carcajada. Tere le toma las manos—. Escucha. Yo me iba a ir unos días igualmente. Lo acordamos antes de que se marchara. La llamo y cuando le diga que tú también te vienes dará saltos de alegría. Será genial, las tres juntas zanganeando por la Alpujarra.
Tere la abraza. Está entusiasmada, y consigue contagiarla, aunque trate de resistirse.
—Ay, no sé…
—Va, va, déjate de memeces. —Rellena las copas, y deja la botella vacía en el suelo—. Ahora sí, ¿quién es el tío que te llama? Porque es un tío, ¿verdad?
Continuará…
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