Mientras el sol se pone
la mariposa baila
con sus vestiduras turquesas.
El viento anticipa
su siguiente movimiento
y el tiempo pasa
sobre la fragilidad
de la belleza.
Mientras el sol se pone
la mariposa baila
con sus vestiduras turquesas.
El viento anticipa
su siguiente movimiento
y el tiempo pasa
sobre la fragilidad
de la belleza.
Quiero reír.
Quiero que la gente ría.
Quiero que no haya casas sin gente ni gente sin casa.
Quiero que desaparezcan la envidia, la ambición y la codicia; qué palabras tan feas.
Quiero vivir en el Valle de Pineta.
Quiero vivir.
Quiero que la gente viva.
Quiero que los poderosos se vuelvan débiles.
Quiero que nadie se crea mejor que nadie.
Quiero que la gente quiera compartir.
Quiero amar.
Quiero que la gente ame; a otra gente, a su gato, a su pueblo o a la tortilla de patatas.
Quiero que las armas se transformen en pan.
Quiero que los fascistas se transformen en gusanos (lo que sería mejorar en cuanto a forma de vida).
Quiero que todos seamos feministas.
Quiero que se acabe el cuento del «crecimiento sostenible»; la única salida es el decrecimiento.
Quiero que desaparezca el dinero.
Quiero bailar.
Quiero abrazar y que me abracen.
Quiero que las lágrimas sean de alegría.
Quiero escuchar.
Quiero que los explotadores tengan que sobrevivir con el salario mínimo.
Quiero que salga de su zona de confort quien quiera, y quien no, que se quede en ella.
Quiero ser empático con quien merezca que lo sea.
Quiero que no haya que ganarse el pan con el sudor de la frente.
Quiero vivir del cuento.
Quiero escribir tan bien como Miguel Delibes, John Steinbeck y Ursula K. Le Guin.
Quiero leer La princesa prometida otras cinco veces.
Quiero aburrirme por puro gusto.
Quiero pasar más tiempo con mis amigos.
Quiero filosofar sobre la vida tomando cervezas.
Quiero a mi hijo, a mis padres y a mi hermano.
Quiero cantar Bohemian Rhapsody en Wembley.
Quiero viajar a Islandia y a Groenlandia.
Quiero tocar la guitarra tan bien como en mis sueños.
Quiero seguir siendo joven.
Quiero sentir mariposas en el estómago, porque, aunque sea un lugar común, cada aleteo es único.
Quiero que ninguna cosa valga más que la vida.
Quiero que la gente tenga ilusión.
Quiero vestir de verde y tener esperanza.
Quiero conservar el pelo.
Quiero que el glaciar de Monte Perdido no desaparezca.
Quiero ver lobos en libertad y que nadie quiera matarlos.
Como cantan M Clan, «quédate a dormir, es todo lo que quiero en esta vida insana».
Quiero que quieras querer.
Siempre traicionando, como decía Milan Kundera, traicionando por el gusto de la sorpresa y la digestión. Pregunta: ¿Y qué habrá después? ¿Qué habrá cuando ya no puedas más hacer lo que querías hacer? ¿Encontraré allí la lección? O por no encontrarla, por no mirarla con otros ojos, siempre se repite y por eso siempre quiero ser lo mismo o se aparece en mí siempre el mismo sueño? ¿Gustar y ser van de la mano?
¿Eres porque te gusta o te gusta ser tú?
¿Me gusta antes de mí o después? ¿Quién va primero? La palabra, el viento o el pensamiento? ¿Puedo cambiar si el pensamiento ya se hizo palabra?
Al final soy canto, que no cantante, no soy ni cara ni cruz, solo depende del momento. No opino siempre igual, porque no paro de pensar. Igual eso quiero yo, cambiar porque todo cambia, y seguir cambiando, ¿hasta cuándo? ¿Hasta que nada cambié? ¿Cuándo dejará todo de cambiar? ¿Habrá un límite? A veces, intento dejar de pensar para mantener, y entonces todo cambia, y aquello que era malo y quiso ser bueno se volvió más malo, todo para justificar que es malo y aunque no lo quiera, lo quería.
Todo depende al final, todo se enreda y se desenreda, todo es «bueno» y «malo»; puede que al mismo tiempo aunque cada vez salga una parte diferente. Cambiar, que no llevar la contraria, o como dije, puede que en la superficie parezca una cosa y en las raíces, otra diferente.
Al final no sé si hay objetivo o solo camino, o si el camino es el objetivo, o si lo que no paramos de hacer, todo aquello que queremos desaprender, todo aquello que creemos no nos gusta de nosotros y tratando de transformarlo lo reivindicamos aún más; todo eso no sé si es lo real, lo que realmente es nuestro y debemos guardar y sonreírle, en vez de castigarlo, porque nada es bueno ni malo, nada del todo, todo es parcial, no siempre se puede ser justo y equitativo a la vez.
Nada depende de nada, entonces todo da igual.
Todo depende de todo, entonces nada da igual.
De amor solo me creo aquello que escucho y luego puedo cantar, recitar o hablarlo con mi espejo, entonces, ese reflejo parcial y único se convierte en un amor parcialmente puro e imperfecto y a eso me aferro a mi vida con amor propio y con el del resto cuando lo siento verdadero en mi niño interno.
Muchas veces me pregunté
si realmente llegaría
algo que me sacaría
del espacio al que me adapté
—al que luego incluso me até—.
Después de tanto, dudaba
llegar a ser desarmada
de las capas que vestía
aun cuando me entristecía
la soledad que implicaba.
Estaba atenta y decía
«vida, te invito a sorprender»
pero al ver aquello pender
de un hilo: mi valentía,
mi ilusión se reducía.
Y seguía el descontento
con intento tras intento
en los que el patrón repetía…
Algo adentro se sentía
sin ser visible el obtento.
Tanto se movió, de a poco,
hasta que al fin llegó el día
en que yo me lanzaría
sin temores ni sofoco,
sin pensar «¿si me equivoco?»
Cuando me dejé sorprender
no quise más detener
la fuerza con que vivía,
familiar a la que veía
en Lucas y su radiante ser.
¿Y si en lugar de acelerar,
de dudar, de exasperarnos,
de engañar y autoengañarnos,
nos permitimos explorar
y con nuestro ser conectar?
¿Y si en vez de limitarnos
y, a veces, aferrarnos
a expectativas sin cesar
y la disrupción evitar,
decidimos arriesgarnos?
Porque eso de complicarnos,
de hacernos esperar
y nuestros sueños aplazar
más allá de relegarnos,
de nuestra esencia alejarnos,
tal vez se puede mejorar
al optar por simplificar
y transparentes mostrarnos.
No es fácil sincerarnos,
pero mucha paz nos va a dar…
Tal vez ayude recordar
que «perfectxs» procurarnos
para salir y lanzarnos
equivale a supeditar
nuestra decisión de comprar
a una lotería ganarnos;
incluso, tras enterarnos,
de que en cuotas nos va a llegar
—cada instante, al respirar—.
¿Tiene sentido privarnos?
Confieso que tengo días
en los que me pongo esquiva
aunque mi intuición se aviva.
Reducen mis energías
y, pese a las alegrías
que recibiré al compartir,
me es más fácil reducir
aquellas interacciones
que dan las conversaciones
en las que he de intervenir.
Es que al ser introvertida
me resulta atractivo
escuchar, en rol pasivo,
lo que el hablante convida…
¡es seguro salvavida!
Mas esa actitud impide
e incluso hace que olvide
que, según la perspectiva,
es grande o chica la oliva:
¡y así el miedo que se mide!
Como un viaje me enseñara,
el compartir nuestra historia
—esa pérdida o victoria—
sería puente y no mampara
si la escucha acompañara.
Y así, tras el grande cielo
que nos envuelve en el vuelo
veríamos también el ave,
que dice: «nada es tan grave».
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