Libres de la huella humana


Hace un par de años que la joven pareja se había instalado en aquel pueblo. Estaban agradecidos por la oportunidad de encontrar una vivienda lejos de la gran ciudad, pues aquella urbe contaminada y aglomerada, es como un agujero negro que absorbe día a día la vitalidad de cualquiera. No es casual que se le conozca como «Botxo», que significa literalmente, agujero. Su círculo de conocidos les preguntaba a menudo, si volverían a instalarse en el Botxo, y la respuesta era rotunda: no.

Aquel pueblo es pequeño, su población ronda las tres mil personas, y está dividido en dos por una carretera secundaria que conduce a la capital. Un puente de cemento, une ambas partes del pueblo. A menudo, desde las alturas suele haber algo que llama la atención, ya sea algún monte nevado en la lejanía, durante el invierno, la paleta multicolor de los árboles en el otoño, o un «resol» intenso y cegador en el verano. Pero la espesura de sus bosques, pocas veces había sido tan «hipnotizante», como aquel día. Esta región está flanqueada por bosques de coníferas y otros árboles destinados a la industria mueblera, que se elevan en los montes de los alrededores. Una fina capa de nubes fue la responsable de que la tenue luz de ese día de primavera, contrastara lo suficiente como para resaltar las diversas tonalidades de verde de aquellos árboles, que la polución esconde el resto de los días.

Mientras el paisaje regalaba estas imágenes a los oriundos de aquel lugar, la joven pareja discernía qué ruta seguirían para ir a recolectar fresas, cerezas y algún otro fruto silvestre del monte.

A medida que ascendían por una vereda solitaria, se escuchó un fuerte estallido, como si se tratase de una explosión, procedente del pueblo. Desde donde estaban pudieron ver elevarse la columna de humo. Pensaron en regresar para saber qué había ocurrido, pero decidieron continuar su ruta.

Unos instantes después, otro estallido les paralizó de inmediato. La tensión fue evidente y la pareja se miró estupefacta. Se dijeron que debían volver, pero sentían mucho miedo. Quizás un tercer estallido les haría correr despavoridos hacia cualquier parte.

Algo estaba claro en aquel desafortunado incidente. No eran los taladores, ni tampoco un anuncio de tormenta. Aquel ruido atronador, era claramente una explosión, aunque no se sabía de qué. Recordaron cómo, hace un par de meses, fue incendiada la cabina de un tráiler en el polígono industrial situado frente a su casa. El vehículo explotó y la onda expansiva retumbó en las ventanas de todo el barrio.   

Y pensar que habían llegado hasta allí con la intención de evadirse de la contaminación y el ruido de la ciudad, para estar en un lugar tranquilo, libres de la huella humana.

Autista


Una cabeza rodó por la colina
¿Será la mía? ¿Será la mía?
Cayó a los pies de las nuevas crianzas
¿el fin de mis días?

Siempre pensé en todo y en nada a la vez.
Siempre quise ser insigne sin pecar de absurdo
excluirme de la tempestad y su frenesí,
hacían temblar mi voz.
El silencio obsesionó mi casta de observador
me llenó de ruido los adentros y de dudas los cimientos,
la sed no pausó mi cauce, seguí corriendo
aun cuando ya no fuese necesario.

Escribí ciento tres cartas y no las envié. Me rehusé de inmediato.
Extenue quedó mi voluntad ante sus saberes,
miradas inequívocas, anacrónica sumisión.

Dos pasos más hacia la cima
¿Dará alegría? ¿Dará alegría?
Llegando a la parte más llena y más vacía
¿sobreviviría?

Cánticos y poetas, insonoras eran mis palabras,
en tierras donde se cuantifica lo vivido
yo no tenía siquiera para pagar mi fianza.
Fui un preso en las afueras del mundo
sin necesidad de abrir mis alas.
Juntos mantuve mis pies,
les enseñé que el suelo era una trampa
los aires albergaban en mis sueños la esperanza.

Clávese en mi sien la espina, fruto y lastre, paloma blanca,
comprendiendo los olvidos: creyente.
Madre hay una. Mis manos sanan.

Jugar dormido y soñar despierto
¿Habrá ironía? ¿Habrá ironía?
Ser quien quiero y quien detesto
¿me mataría? ¿Quién lo diría?

Ruido


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LosgrillosLasranas

LosmirlosYotros

pájaros

que no conozco

pero escucho

entre los árboles elrío-lashojas

y confundo conmigo.

Descubren mi ignorancia

de mí en mí o de mí y el mundo. No sé.

Y entiendo

por qué “reconocer”

es un palídromo. Y entiendo por

qué Empieza y acabA

to

do -o casi todo-

igual.

Es como volver-a-vivir-lo-vivido:

un déjà vu, o que los gestos de Davia

se parezcan tanto

al abuelo (que no conoció). No sé.

Vivir/ morir/amor se confunden

con el ruido ahora:

Se acercan

al galope

Vivir/ morir/amor

los cascos de unas yeguas por el camino

se acercan

tiran de un carro

al galope.

Se acercan.

Se acercan…

 

Amor

 

solo

queda

amor.

 

Golpeteos


Me despertó un ruido a mitad de la noche.

Era un ruido como el golpear de un puño en un pedazo de vidrio. Un golpeteo desesperado, como cuando se toca a la puerta, como si alguien me estuviera pidiendo que le dejara pasar.

Pensando que habría alguien en la ventana me levanté y me asomé al patio.

No había nadie.

Intenté relajarme; «quizá lo has imaginado» me dije. Cuando al fin me relajé y pude irme a la cama lo volví a escuchar… y se me puso la piel de gallina.

El ruido venía del espejo.