La avioneta blanca


A veces me pregunto por qué no puedo.

Esa avioneta ya ha pasado dos veces por ese mismo cielo

o soy yo que me repito, me rebobino y me repito

en esta nada que no huele.

Vuelve a pasar la avioneta: es blanca y vuela bajo.

Vuela al oeste,  vuela al atardecer, aunque es mañana.

Vuela una paloma y se asoma al alero.

Por qué querrá estar aquí.

Pasa la avioneta blanca otra vez.

Creo que hace círculos.

Los buitres también hacen círculos buscando carroña.

Quizás soy yo que me estoy pudriendo.

La paloma ha encontrado una pareja: zurean —creo

que se dice así— y bailan también en círculos.

Pasa la avioneta blanca otra vez, esta vez

vuela más bajo.

Querrá aterrizar o morir o ya

habrá visto a su presa.

A veces me pregunto por qué no puedo.

Pasa la avioneta blanca otra vez.

Vuela al oeste.

Es casi un punto brillante entre las nubes negras

como una estrella fugaz.

¿Quién se queda el Starbucks?


Quédate el gato, que nunca lo quise,

me llevo a mis tías que no te quisieron,

toma las copas de nuestro quinto aniversario,

yo me quedaré la almohada que dice «Tquiero».

Quédate con la misa de domingos,

yo iré por las tardes de los sábados.

Para ti, los cines en miércoles,

para mí, los bares de lunes.

Aprópiate las noches de juegos de jueves,

y haz lo que quieras los martes y viernes.

Ve a misa los sábados o bebe los lunes,

pero no te presentes en Starbucks jamás.

Toma en tus manos la ciudad,

quédate todos los cuartos de hotel,

rompe el cronograma,

mata la rutina que nos mató,

quédate todo lo que vos querás.

pero deja para mí el Starbucks por favor.

No te acerques nunca jamás,

es mío, por Dios, solo mío ese lugar.

no llegues a pedir ni para llevar,

que Starbucks es mío por derecho de antiguedad.

Último día


Fotografía por Crissanta.

Recuerdo el último día,
el que viví sin pensar que lo sería,
el de la vida «normal»,
el de la rutina y la prisa.

Despertar, desayunar,
correr de aquí para allá,
dejando cosas listas,
manejar,
compartir la ubicación
en el celular
(siempre es la misma ya).

Recuerdo llegar y saludar,
las sonrisas,
las mismas bromas compartidas,
la piezas de piano,
que mi maestra escogía,
sonando como un fondo a las voces
de nuestras risas
(y no distorsionadas
desde un mal auricular).

También los saludos
de aquellas que se iban,
y vestirse de prisa
alrededor de las demás.
«¿Cómo está tu hijo?».
«Salúdame a tu mamá».

Extraño de aquel día
moverme con libertad
saltar, preparar, girar,
grand battement a la segunda,
una pirueta en arabesque
(y no siempre passé, passé, passé).

Recuerdo volver a casa
siempre sintiendo tardanza,
correr, manejar, acelerar,
la llanta ponchada esa vez;
la mujer de la gasolinera
intentando inflarla,
diciéndome luego:
«Corra a casa»
(hablándome sin máscara
a una distancia insana).

Entrar a casa
sin descalzarme en la entrada,
sin lavarme como infectada,
dar un beso en la boca,
acariciar a mi perra
y cargar a mi hijo
sin cambiarme la ropa.

Atesoro de aquel día
una extraña salida,
un festejo con cena,
una velada divertida.

Recuerdo el patio con bar,
la gente compartiendo mesas,
el mesero que rió de mi broma
sobre mi tarro de cerveza,
mis ganas de regresar
al mundo de las personas
tras mi propia cuarentena
de la reciente maternidad.

Atesoro el tiempo de la cena,
mi trastabillar en tacones
con solo una copa de más,
la gente en la mesa cercana,
el personal del lugar
escupiendo felicitaciones
sobre el postre en nuestra mesa.

Extraño la vuelta a casa
mirando las luces de la ciudad,
y el ruido del fin de semana
(pero este silencio lo amo más).

Recuerdo el último día
que sé que no volverá.
Añoro el último momento
antes del aislamiento,
antes de la reclusión impuesta,
previo al temor, la ansiedad,
la muerte y la enfermedad.

Pero también amo la calma,
la vida en casa,
la distancia social.

El hastío condensado


Los techos han ennegrecido del hastío condensado del ambiente, un vapor negruzco acumulándose en los ángulos de las paredes, contra las esquinas y detrás de las estanterías, un recordatorio del pésimo presente, de Foscolo y Leopardi sin filigranas, aburrido y lóbrego, solemne como el romanticismo pero sin la fe en épocas de gloria. Irrelevante, inapelable e inevitable, crujiente como los muelles de la butaca en la salita, donde al abuelo se le resquebrajan la piel y la lengua, por donde escapan los recuerdos y las palabras inconexas, siempre te querré, Federica. La abuela le seca el sudor de la frente con un pañuelo de tela en verano y le acerca la butaca a la ventana de la salita, aunque el aire no entra y se consume y se sofoca con el vapor que respiran. Luego llora porque no se llama Federica y se seca las lágrimas con el mismo pañuelo blanco, pensando que quizá sí se llama Federica porque la anciana que la observa desde el espejo no puede ser la muchacha que aparece en las fotos metidas en la caja de galletas dentro de la cómoda.

En la casa de abajo, en la ventana de la cocina, el hombre espera a la mujer y al hijo con el cigarro en los pulmones y el coñac en el hígado y un guiso en la mesa que se enfría. Al hombre la rutina lo aplasta, lo estampa contra el suelo poco a poco, lo aprisiona y lo atenaza, lo encarcela en un submundo paralelo en el que siente las sonrisas como las sentiría un ciego, un pozo en el que araña las piedras musgosas con la misma esperanza del gorrión atrapado entre las fauces del gato. El hombre cree que se lo merece, que es lo justo, que así es la vida y la vida pasa con sus años y sus meses y sus días, no piensa en ataúdes ni en lombrices, pero imagina personas y lugares que nunca conocerá. Aun así se resigna, cree que se lo merece, que es lo justo, que así es la vida y no piensa que lo mismo pensaba el abuelo antes de que fuera la edad y no la rutina la que lo aplastara, lo estampara contra el suelo poco a poco, lo aprisionara y lo atenazara, lo encarcelara en un submundo paralelo en el que no existen las sonrisas. Se dice que no está solo, que su mujer y su hijo lo quieren y que los tendrá ahí y al mismo tiempo imagina los nudos que le haría a la soga sobre la viga en la buharda. Mientras, todo apesta a café y a papel de periódico sobre un hule lleno de migas, a asfalto y a tráfico, a monotonía, al ruido de los zapatos exhaustos sobre las aceras repletas de colillas, a la chispa del mechero quemando sus bronquios, a tos y a radiografía en el hospital, a vapor negruzco condensándose en el techo del comedor y extendiendo sus tentáculos para absorberlo igual que va devorando todas las noches el aire que aspiran.

La mujer se asfixia cada vez que mete la llave en la cerradura, está harta de guisos enfriados, de ronquidos y de vueltas en la cama, de insomnios y lumbagos, de arrugas como testigos de que la vida pasa con sus años y sus meses y sus días y le gustaría tanto estar en otro lugar. Está harta de envejecer y no sabe de otra forma de remediarlo que evitar mirar demasiado el vapor negruzco y marcharse, coger la puerta y largarse a tomar viento, olvidar y ser olvidada, aun por las malas. Cuando vuelven del colegio pasan por el puente sobre el río y siempre se detienen a mirar a los patos, a las garzas y a los pececitos que nadan contracorriente. En ocasiones, una gaviota perdida planea sobre el torrente antes de dar la vuelta y volver a la sal. En esas ocasiones, la mujer observa el ave con las pupilas rebosantes, con la sonrisa en la cara, hasta que el niño le tira del brazo y se pierden en las calles como la gaviota en el mar y la alegría en la corriente entre los pececitos.

El niño no conoce otra cosa que las sonrisas y es incapaz de alzar la vista hacia el hastío condensado en el techo de la casa. No podrá verlo hasta que no tenga ocho años y su madre se haya marchado con muchos gritos espontáneos y una maleta preparada. Después ya no podrá ver otra cosa, hasta que se vaya desportillando en una butaca en la salita, se le vayan marchitando las manos de pianista y el vapor le vaya cerrando los párpados hasta que no haya más sonrisas que la de su propia calavera.

Barriobajeros


ElviraMartos

ElviraMartos

ElviraMartos
Darlinghurst Road, Kings Cross, Sydney

Pentágono


Suenan las campanas del receso. Los adultos salen a jugar a que no son de carne y hueso, haciendo malabares se dedican al consumo de los males cotidianos mientras charlan sobre el sube y baja de las bondades que desean perseguir. Mientras las oficinas se vacían, los cafés y restaurantes se llenan de «buena vida», esa en la que llueven hojas verdes y artificiales. Los hombres aspiran deseos carnales por expectativas audiovisuales de mentira y las mujeres suspiran por caballeros de sangre colorada, pieles plateadas y valores de fantasía.

Luces de neón en pleno día, brillando sobre los trabajadores que no están acostumbrados a la luz en el cielo, son unos topos que trabajan de sol a sol pero nunca bajo la iluminación del mismo. El techo les mantiene el pensamiento «raso» y sencillo,  están condicionados a mente cerrada y no ven más allá de lo literal y uniforme. Una sociedad de individuos conformes que marchan cada día con el clandestino propósito de repetir la misma historia del ayer. Caminando de frente sin ver a los lados ni ser errantes; los nuevos que fallan se van al matadero o mínimo se llevan un castigo severo. «Nos equivocamos para aprender« – La nueva crítica no lo procesa, si una vida se equivoca el mundo la rechaza.

Juegan a las apuestas, ¿qué carrera en el mundo académico es más complicada?¿acaso los retos del conocimiento están sujetos a una sola forma de entendimiento? Estallan conflictos, las inteligencias variadas que representan no quieren coexistir en un mismo punto; colisionan. No se cansan de jugar a las disputas de poder. Forman entre todos un pentágono, cubriendo una estrella de David que simboliza el hechizo que divide a los adultos de los niños, haciéndolos creer que son una conciencia separada, evolucionada.

Todos los días durante 9 horas precisas los adultos salen de casa y se ponen sus trajes de hojalata, pretender ser máquinas sin sentimientos, robots sin inteligencia artificial condicionados a canjear dinero por talento. Y al final del día vuelven a su estado natural, pero están tan alterados que ya no saben a qué mundo pertenecen. ¿Son robots o seres de carne y hueso?

A diario


06:30 am – Las ventanas de la casa se abren lentamente. El aire fresco danza por la sala con toda la libertad de un invitado de honor y hace su recorrido matutino de frescura, nos ofrece su saludo y con un gentil abrazo se despide.

07:00 am – Alguien se precipita a la cocina y  se dedica a prepararte el desayuno. Conjuga las bebidas, distribuye cafeína, alisa las tortillas; hace malabares con las frutas, corta las trufas y la lechuga, y bendice cada ingrediente con zumo de limón. Hay una dedicatoria en la elaboración. El sentimiento predomina en la receta.

El aroma a uvas frescas es una melosa curiosidad, bienvenida es en su intangible materia y dulce es el despertar cuando el olfato es bendecido con honores prematuros.

07:30 am – Te seducen las cobijas con secuelas tentativas del sueño, accionas vueltas en la cama en modo de protesta, resistes la ternura de lo cotidiano y finalizas dando un brinco con el pie izquierdo de la cama. Retrocedes, porque no es un buen augurio en el ritual de lo mundano, corriges el primer paso y precipitas tu coraza hacia el palacio de tu higiene.

Es un placer levantarse, pero que dolor es desperezarse. ¿Como lo hace el perezoso? (siendo una criatura definida por el subtítulo de la vagancia), para buscar alimento, asearse y dar un paseo por el bosque cada día de su vida. Es un misterio, su matutino ascenso. Y es un milagro, mi despertar sin recaída al descenso.

08:00 am -Me precipito a la cocina en búsqueda de afecto, verdadera atención y delicioso alimento. No soy persona de lujos o exigencias subrayadas solo quiero lo sencillo que a mi paladar consiente. Llegas al epicentro de la gloriosa fantasía pero no hay nadie alrededor que te brinde tal alegoría. El despertar del sueño a la vida, comienza.

10:30 am – Un corazón esperanzado por buenas noticias, sensaciones bonitas y piel que eriza. Finalmente recae en que la vida no es sencilla, el proyector se estropea y la realidad vuelve a las cornisas de mi rostro.

Me levanto tarde, las obligaciones se acumulan. El dolor en la espalda por malas posturas afecta el estiramiento de mi despertar, los músculos se tensan y la consciencia se tarda en llegar a la cabeza.

11:20 am –  El calor que el sol ejerce sobre el techo y las paredes hacen más desesperante las situaciones simples con las que tengo que lidiar en casa. El desayuno no está listo y se queman las esquinas del pan, ¡debo irme! y las cosas están saliendo mal.

04:03 pm – Una taza de café ha llegado a mi escritorio, un tono obscuro que evidencia su potencia y subraya su aroma, me crea fantasías del sabor. La tarde no ha subido la temperatura, el trabajo ha sido ameno y las personas no me ponen cara dura, extraña amabilidad. Mis cejas se levantan en sospecha.

04:18 pm – Ceso la preocupación constante y me dejo llevar por los ritmos alucinantes de guitarras que bendicen mis oídos, la emisora de turno está en fuego y no es casualidad que hoy es intermedio del fin de semana. Lo divino se acerca con el cierre de turno, la labor se pausa y me voy a casa o sin rumbo.

05:30 pm – Cruzo avenida con un amigo, hablamos de la vida y de lo mal que nos ha ido. Caminamos al bar y apostamos por cartas, bendecimos la vida por la fortuna de lo sencillo. Una mujer me sonríe y me mira con antojos, ideas se forman en mi cabeza y la personalidad se me sonroja, se acerca con determinación inesperadamente y me saluda por mi nombre y me entrega mi billetera… que se me había caído en el camino.

Hablamos por media hora y me encuentro animado, mi amigo se nos une y carcajadas nos echamos.

¿06:80? pm – Borroso. Mi ebriedad me miente y distorsiona los inventos del hombre. Los conceptos de lo mundano y pesimista se alejan de mi cabeza, sin desearlo doy vueltas y vueltas. Me pierdo en el sueño venidero, que apresuradamente se forma.

08:00 pm – Me precipito a la cama, antes me miro al espejo y exclamo: «estoy feliz, hoy no fue un mal día… de hecho fue fantástico y no me hundí en mi melancolía. La vida es preciosa y a diario las vivencias se distribuyen. Cada una tiene un espacio».

08:07 pm – Mis párpados caen con una lentitud increíble, son signos de un buen sueño, de que esta noche sí descansaré. Veamos qué pasa, si la vida me sonreirá o solo me saludará a través de la fantasía. Buenas noches le doy a todo lo que me acompaña y ejecuto un suspiro final con el pensamiento preciso de que los ciclos se repiten y mi vida es un segundo de historia.