
por Reynaldo R. Alegría
Cuando por fin me quedé solo decidí reflexionar sobre las cosas sencillas de la vida. Esas cosas inocuas, insulsas, insípidas. Me acosté en la víspera de mi cumpleaños número 40 contento de mi alegría, feliz por mi aceptación existencial, algo a lo que me exhortó hacer mi terapista con todas las ganas, sin nada de tedio.
Me quedé pensando.
La primera noche que dormí con Marcela en su casa se levantó a las 4:38 de la mañana, apagó el acondicionar del aire y se volvió a meter en la cama. Siendo pleno verano y acostumbrado como estaba a la deliciosa temperatura baja que produce tan ingeniosa máquina, tuve que sufrir callado lo que a todas luces era la peor de las afrentas a un oso polar.
Con el tiempo se aprende a diferenciar la rutina de las costumbres y las costumbres de las manías. Con el tiempo aprendí que Marcela tenía una rutina, convertida en costumbre y transformada en manía, de apagar de madrugada la mágica maquinita que ponía frío el aire caliente. La ejecución de su manía guardó relación con nuestro desempeño amoroso. A principio ella toleró el frío por el amor que me profesaba, luego clamó por el más básico acto de austeridad y conservación energética. Y el resto es historia.
Inés tenía un vaso al lado de la nevera en el que, a partir de las ocho de la noche, se servía agua hasta que se acostaba. La graciosa rutina de ver la cocina recogida y limpia y en medio de aquella soledad de vajillas, cubiertos, platas y vidrios, aquel austero vasito, se fue transformando en una intolerable manía, causa de las más serias discusiones.
Maury tomaba el cepillo de dientes como un cirujano al escalpelo, lo ponía sobre el borde del lavamanos y apretaba el tubo de la pasta desde el extremo final hacia el principio con una cautela absoluta sobre las cerdas, buscando que no quedara espacio vacío o exceso visible.
Ya que estamos de acuerdo en que el ser humano no tiene instintos puedes entender que al principio, cuando vas conociendo a una persona, esos hábitos que parecen no razonados son graciosos. Pero cuando el acto pulula entre la tradición y la extravagancia, ya requiere tolerancia; y cuando el capricho solo parece explicarlo la locura, entonces el amor es quien lo aceptará sin debate.
Me quedé dormido.
El domingo, 8 de febrero de 2015, me desperté a las 4:38 de la mañana, apagué el acondicionador de aire y me volví a meter en la cama por un par de horas. Cuando me salí de la cama me cepillé los dientes, después de haber puesto pasta dental sobre cada cerda del cepillo con mucho cuidado; luego tomé un poco de agua en el vasito que dejé al lado de la nevera la noche anterior. Continué mi reflexión, a mis 40 quiero disfrutar de las cosas sencillas de la vida.
Foto: Toothpasteonbrush por Thegreenj
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...
Debe estar conectado para enviar un comentario.