La muerte galopa deprisa,
dolorosa sorpresa en el pasillo del portal,
en un atestado supermercado
o llena de música en un teatro.
Es la sucia cortina que rasgada cae,
puñal que penetra altivo en los pulmones;
y en sueños balbucea
nuestro nombre para ahogarnos
en una neumonía eterna.
Pero los ángeles llegan
entre ambulancias, luces y sirenas,
para intentar apartar su guadaña
de una danza rápida y desnuda.