«Escapando del recuerdo», ya a la venta


«Escapando del recuerdo», novela por Benjamín Recacha García editada por Salto al reverso, ya está a la venta.

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Escapando del recuerdo - Benjamín Recacha García ‘Escapando del recuerdo’, editorial Salto al reverso. Diseño: Fiesky Rivas.

Este martes, 17 de abril, he recibido en casa los ejemplares de la primera edición de mi quinta novela: Escapando del recuerdo. Os podéis imaginar la ilusión que me hace. Aunque uno ya acumula cierta experiencia y, por tanto, sabe que no puede esperar una avalancha de peticiones, siempre tiene la ilusión de que la novedad despierte el interés de un buen número de lectores. El hecho de que el lanzamiento del libro prácticamente coincida con la celebración de Sant Jordi, el día grande del mercado editorial en Catalunya, hace aumentar esa sensación tan efervescente que se tiene en la víspera de las ocasiones especiales.

Además, por primera vez viviré la feria del libro desde el corazón de la Rambla de Barcelona gracias a la PAE – Plataforma de Adictos a la Escritura. Contaremos con una parada, la 146…

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Persiguiendo un sueño


Escribí el siguiente relato para participar en un concurso literario relacionado con la celebración de Sant Jordi (23 de abril), el día en que libros y rosas toman las calles de Catalunya, la tierra donde vivo. Como no ha sido seleccionado me ha parecido una buena idea compartirlo aquí, para quien quiera leerlo. Espero que os guste.

El escritor no acababa de acostumbrarse a celebrar Sant Jordi sentado delante de una pantalla. Echaba de menos charlar con los lectores, con aquellas personas que sonreían de forma sincera al leer las agradecidas palabras que les acababa de dedicar en la primera página del libro que habían adquirido. Echaba de menos el gran ambiente festivo que se respiraba cada 23 de abril en las calles. Por un día la cultura era la reina indiscutible. La gente salía para dejarse atrapar por las incontables palabras que se escapaban de tantas páginas que ansiaban ser leídas.

Pero las cosas habían cambiado. Ya no estaban permitidas las aglomeraciones, ni siquiera en días tan políticamente inofensivos como aquél. La maldita seguridad, la defensa de la democracia, la obsesiva garantía de preservación del Estado de derecho había llevado a las instituciones a prohibir las concentraciones en el espacio público. “Nos contraria profundamente tener que tomar una medida tan drástica, pero en vistas de la creciente violencia que caracteriza a las últimas movilizaciones ciudadanas, no nos queda otro remedio. Es la única manera de garantizar el respeto a la democracia, a las instituciones democráticas y a los representantes legítimos del Estado de derecho”. “¿Nos está diciendo que no permitirán ningún tipo de actividad multitudinaria en la vía pública?” “Exactamente. La única excepción serán los actos en campaña electoral, que previamente habrán de ser autorizados”. “¿Y qué pasa con los acontecimientos deportivos?” “Puesto que se desarrollan en el interior de recintos, en principio, salvo que la autoridad competente establezca lo contrario, podrán continuar desarrollándose con normalidad. Es decir, seguirá habiendo liga de fútbol”.

El gobierno consideró que las ferias callejeras con motivo del Día del Libro podían ser aprovechadas por “los elementos subversivos, enemigos del Estado de derecho”, para atentar contra la legitimidad democrática, por lo que no le quedó más remedio que prohibirlas.

Y ahí estaba el escritor, firmando ebooks por Internet. Desde luego, la interacción con los lectores no se había perdido, sino todo lo contrario: no daba abasto para contestar todos los mensajes que recibía, pero no podía evitarlo… echaba de menos la sensación del bolígrafo entre los dedos, su recorrido por el papel mientras con la otra mano aguantaba la portada abierta, el olor a nuevo de los libros, las sonrisas, los “gracias”, los apretones de manos y las palmadas en el hombro al reencontrarse con viejos amigos, el transitar incansable de los viandantes, armados con rosas de todos los tamaños y colores, que hacían posible una combinación maravillosa, única en aquel día: libros y flores; amor y cultura.

Aunque fuera un espejismo, un oasis en medio del desierto de la desesperanza en que se había transformado la sociedad a velocidad de vértigo, era su espejismo, el de libreros y escritores. Tenían derecho a disfrutar de su particular sueño de Cenicienta, un día al menos. Los 364 restantes ya eran suficientemente grises como para renunciar a la única nota de color del año.

Aquella mañana había perdido la cuenta de los e-mails, whatsapps, tuits y mensajes de Facebook que le habían enviado con rosas virtuales y lemas literarios. Debía estar agradecido, sin duda. Sabía que era un privilegiado. ¿Cuántos escritores acabarían el día sin haber firmado un solo ebook, sin un solo mensaje de ánimo? Era un privilegiado, un autor de éxito con miles de ventas aseguradas con sólo poner su nombre en un manuscrito.

Consultó el contador on line… 3.400 ejemplares vendidos en tres horas sólo de su última novela, a los que había que añadir el goteo incesante de descargas de las nueve anteriores. En la editorial estarían frotándose las manos. Después de todo, no era tan mal negocio celebrar el Día del Libro por Internet. Desde luego, el ahorro logístico era incuestionable, y a la gente, acostumbrada a realizar ya cualquier gestión de forma virtual, no parecía importarle la pérdida de una tradición más, aunque fuera una de las más apreciadas. Además, así podían comprar los libros desde cualquier lugar, sin agobios, sin la presión de haber dejado el compromiso para el último momento. Incluso los raros que aún buscaban libros físicos podían encargarlos desde su móvil y, más inaudito aún, todavía quedaba alguna librería que sobrevivía a duras penas, con todas las esperanzas depositadas en aquel día en el que, gracias a los más nostálgicos, efectuaba el 99% de las ventas anuales.

El escritor apartó un momento la vista de la pantalla y la fijó en la caja que descansaba, olvidada desde hacía años, junto al escritorio. Contenía varios ejemplares de su primera novela. Él mismo la publicó. Cien libros que consiguió distribuir con mucho esfuerzo por algunas librerías y vender a amigos y familiares. No todos, ahí mismo tenía la prueba. Se levantó de la silla y abrió la caja. Tres, cuatro, seis, ocho, diez, doce, quince… Quedaban veinte. Persiguiendo un sueño… Prácticamente había olvidado el proceso que le llevó a escribirlo. Pero sí, ahora recordaba que no siempre había sido un escritor de éxito. Le vinieron a la memoria los años que pasó de editorial en editorial, recibiendo indiferencia como respuesta más habitual; la decisión de embarcarse en la aventura por su cuenta, la resolución de seguir adelante, de no renunciar a perseguir su sueño.

Todo aquello su mente lo había arrinconado. La visión de aquellos libros, el aroma de sus páginas al empezar a pasarlas, le hizo rememorar el cosquilleo en el estómago, la increíble sensación de alegría que le producía haber vendido algún ejemplar. Recordó las primeras firmas, aquellas dedicatorias que pensaba y repensaba palabra por palabra para que fueran únicas como muestra de agradecimiento hacia quien había elegido su novela de entre los miles de títulos disponibles. Aquello lo hacía sentir muy especial, un privilegiado, aunque en un sentido mucho más romántico que el actual.

De repente sintió que tenía que hacer algo, que no podía resignarse a la comodidad, al acatamiento de leyes represivas y absurdas, aunque a él le fuera bien. Aquello no era Sant Jordi. Levantó la caja y la dejó sobre la mesa. Echó una ojeada a la habitación en busca de más libros. En los estantes de la librería había ejemplares de todas sus novelas. Los cogió y los metió en otra caja. Ahora el problema sería transportarlo todo él solo. Haría varios viajes. Buscó la mesa plegable que debía tener guardada en alguna parte. La encontró junto a un par de sillas de camping. Cogió una. Se armó con un bolígrafo y empezó a sentir el cosquilleo en el estómago. Se asomó a la ventana del comedor y echó un vistazo a la plaza. Serviría.

Faltaba un detalle. Rezó por que alguna gitana mantuviera la tradición de vender rosas en Sant Jordi. No las tenía todas consigo, teniendo en cuenta la creciente presencia policial en las calles, que en los últimos años asfixiaba cualquier actividad que saliera de los cauces oficiales. De todas formas, bajó a la calle. A las malas, recurriría a una floristería legalmente establecida. Empezó a andar a paso rápido… et violà, en la esquina de un parque encontró a una mujer con un cubo de rosas rojas. Las compró todas y la gitana respondió con bendiciones para toda la vida.

Dejó el cubo con las flores en la plaza de al lado de su casa y regresó a la portería, donde aguardaban las cajas, la mesa y la silla. En un par de viajes consiguió transportarlo todo. Abrió la mesa y la silla, colocó los libros y se sentó a esperar hojeando aquella primera novela, dejándose acariciar por el agradable sol primaveral. Sus mejores recuerdos de Sant Jordi tenían mucho que ver con aquel sol que parecía celebrar la diada junto a las miles de personas que salían a la calle.

—¿Cuánto cuesta?

El escritor, atrapado en la lectura, no se había dado cuenta de la llegada de aquel muchacho, de unos veinte años, que sostenía un ejemplar de Persiguiendo un sueño. Lo miró con una sonrisa de oreja a oreja, cogió una rosa, y respondió:

—Es gratis.