Espeto


Alguien lanzó un arpón en el río. En ese preciso momento, yo me encontraba nadando por allí, de manera que una sardina y yo, quedamos ensartados en el acto. Aprovechando la ocasión para hacer amistades nuevas, yo estaba muy parlanchín, ella en cambio, estaba demasiado inquieta. No dejaba de darme coletazos en la barriga, aunque después se tranquilizó. Que quede claro que en ningún momento lo tomé como una señal de flirteo. Simplemente, no sabía cómo ayudarla. Los psicólogos afirman que, en situaciones de estrés, es importante sentarse a reflexionar, antes de perder los estribos. Pero no lo teníamos fácil para sentarnos. A decir verdad, yo no quería sentarme, es más, no quería separarme de su lado. Para mí, ella era la sardina más encantadora de mundo. Admito que fue amor a primera vista. Literalmente, como dicen ustedes, fue un flechazo el que nos unió para siempre en un delicioso espeto.

Sardinas vivas


 

Existen esos sacahumos
en fachadas distintas,
que parecen valientes
soldados vietnamitas
aislados,
y todo ese tipo
de antenas puntiagudas
con forma de insecto.

Como está comprobada
la presencia entre nosotros,
de esas festivas sillas negras
que se doblan,
como en un sobre gigante,
o la de aquellos sigilosos
semáforos pequeños
para los linces enanos.

En algún lugar
deben estar
todas las colas
de lagarto.

Estar sin duda están,
o han estado,
pero deben andar
allá con todas esas llaves,
ceniceros y bolígrafos
que desaparecieron.

Y andábamos sin acordarnos
de esas cosas que se fueron a olvidar,
los clavos, las macetas,
el punto y final.

 

– Enrique Urbano.