por Reynaldo R. Alegría
Mis queridos hijos Sebastián y Lorenzo:
Soy un padre muy feliz.
Pertenezco a una generación de hombres que son muy felices con su paternidad plena y que ejercen con gusto y gran amor la responsabilidad en la crianza de los hijos. Como padre le sirvo a la vida de ustedes.
La paternidad, si tú quieres y lo decides, te hace sabio y feliz. Pero solamente si tú lo escoges. El mero nacimiento de ustedes no me habría hecho tan feliz si no hubiera asumido también las obligaciones y responsabilidades de mi paternidad. Criarlos a ustedes, encargarme de ustedes, darles de comer, bañarlos, vestirlos, peinarlos, dormirlos, velarlos en el parque, enseñarles a montar bicicleta, ayudarlos con las tareas escolares, ayudarlos a escoger una universidad, eso es lo que me ha dado felicidad.
Por eso siempre me escuchan decir que desde que nacieron no puedo recordar un solo día en que el de ayer haya sido mejor que el de hoy. Porque es que de verdad, cada día con ustedes ha sido mejor.
Les escribo esta carta porque creo que ya ustedes pueden entender claramente lo que es sentirse feliz y porque ya ustedes han visto muchos modelos de paternidad. Y es importante que sepan que la sola paternidad no te hace feliz. En realidad la felicidad es el resultado de una paternidad responsable.
Puedes llegar a ser padre de muchas maneras. Pero más allá de las tantas versiones y razones de paternidad, deben saber que ser padre siempre, siempre, siempre, es el resultado de un acto volitivo. Ser papá es un acto que surge de tu propia y única voluntad. Yo decidí ser papá. Y quiero que sepan que soy muy feliz.
Con el divorcio se aprenden muchas cosas. Puedes haber sido profesor de Derecho de Familia y llevar 20 años de tu vida profesional como abogado dedicado a esa práctica, pero tienes que haberte divorciado, ser parte de esa estadística demoledora del 60% de intentos fracasados (muchos de ellos muy felices y llenos de amor como el mío), para aprender que es la paternidad responsable lo que te hace feliz.
Con el divorcio aprendí que el Día de Navidad es el día que uno escoja y que los cumpleaños se celebran cuando te venga en gana o cuando tengas dinero para hacer esa fiesta especial de la que están antojados. Pero también aprendí, mis queridos hijos, que Día de los Padres es todos los días.
En mi carácter personal ser padre me da una ventaja sobre quien no lo es, pero sería muy injusto decir que la paternidad es una necesidad humana fundamental. No lo es. Mis tres queridos hermanos: Tío Carlos, Tío Ricardo y Tío Rafael, han sido tres grandes padres para ustedes. La paternidad te da la oportunidad para hacer lo que tienes que hacer para con la sociedad. No todo el mundo nació para ser padre. Nadie debe decidir ser padre pensando que la paternidad le dará la felicidad que no tiene. Los hijos no salvan los matrimonios ni las relaciones de pareja. Es la responsabilidad en el descargo de la paternidad y la maternidad la que te hace feliz. Soy feliz porque soy responsable con ustedes. Parece una contradicción, pero ser un papá responsable es lo que me hace feliz.
Con el tiempo, si les toca ser padres, se darán cuenta que uno repite las mismas cosas que aprendió de sus padres. Posiblemente no hay nada bueno que haya hecho con ustedes que no estuviera inspirado en mis padres. Desde ir temprano los sábados a la Plaza del Mercado a comprar verduras, vegetales y pollo fresco para hacerles el potaje con el que los alimentaría desde que nacieron, tomarles una foto con el uniforme nuevo el primer día de clases, visitar la escuela a menudo para hablar con sus maestros, amanecerme esperándolos en lo que llegan de una fiesta, hasta hacer los grandes sacrificios personales y económicos que requieren una educación de primera como la que ustedes han tenido.
¿Pero saben qué cosa me hace muy feliz? Que ustedes nunca me hayan exigido que sea un mejor padre. Eso me lo gané cada día que decidí quedarme en la casa en vez de irme de fiesta. Cada vez que me amanecí con uno de ustedes enfermo en el hospital. Cada vez que tomé la decisión de ser responsable. Por eso es que siento tanta felicidad cuando puedo contarle a mis amigos que ustedes nunca me hicieron una escena en el supermercado antojados de alguna golosina, que nunca han peleado físicamente con nadie ni entre ustedes, que son respetuosos, bondadosos, cariñosos, amigables, sociables.
No quiero terminar esta carta sin contarles un secreto muy íntimo para mi felicidad. ¿Saben qué hago cuando estoy triste? Pienso en ustedes. Me los imagino en los momentos en que han alcanzado metas, premios, graduaciones, fiestas. Me acuesto tratando de imaginar el futuro de ustedes; sus trabajos, sus parejas, sus estudios, sus viajes, sus hijos. Imagino que los toco en la cabeza. Que los miro a sus ojos verdes. Que les acaricio el pelo. Que les pongo la mano en el hombro derecho como suelo hacer y que los llamo “hijos”, como me gusta. Que les doy un beso. Y me duermo feliz imaginándolos, porque soy un padre muy feliz.