Carta a una adolescente


Dona i Ocell. Joan Miró

Recuerdo, hace doce años, pasar toda una tarde atesorando un secreto gigantesco. Horas después, el secreto dejó de ser secreto, y lo supo todo el mundo porque te habías convertido en una bella y nutrida realidad. El plan de trabajo no era sencillo: darte calor, protegerte del sol y alimentarte. Los días pasaron borrachos de la velocidad del alma. Nada de lo que había hecho yo anteriormente se podía comparar, ni en extensión ni en importancia, a ti. 

Han pasado doce años.

Ahora has eclosionado; ahora eres una persona con la que me río, discuto y comparto y tú me alimentas, me das calor, me proteges del sol.

Egod-19


Hoy el cubo apesta,
el agua rebosa
llena de ego,                                                                                                                          de engaño,                                                                                                                         son el centro de atención.

Ni las lágrimas
limpian mi alma…
fruncen el ceño,
erosionan mis arrugas
quienes dan por hecho
que no verán                                                                                                                     un mundo mejor.

Deseo mascarillas
para el egoísmo.
Deseo «Haters»
del Egod-19.

Desnudo


Desnudo (vídeo)

El otro día me desnudé en el balcón,
a los ojos de un gato cojo
que se relamía viejas heridas.

Empecé con la chaqueta,
aparentemente tan fría
como el calor que guarda dentro.
Seguí con las gafas
pues para ver a las estrellas
sobran dioptrías…

Me dejé la camisa abierta
por si asustaban las cicatrices.
El pantalón no soportó la situación,
cayó, la arena en los bolsillos
hizo acto de presencia.

De aquellos castillos
son estas almenas…

Solo me quedaban un par de zapatos
con tapas recién cambiadas,
con algo de tacón
pues me gusta vivir en las alturas
y bailar haciendo mucho ruido.

Me desnudé por si no hubiera
una segunda vez.
Prefiero pasar frío
que calentarme y después tiritar
de nuevo.

No quería que me viera nadie
porque no hay mejor secreto
que el que guarda un corazón.

Canción dormida


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Imagen: Mathew Schwartz

Me enredo en el murmullo de tu vida

desde la vacuidad de este espacio lejano,

lleno de ti.

Llueve sobre el lienzo azul de tus ojos,

el silencio de un amor imaginado.

Frágil, la vida es el cristal que me detiene,

que hiere sin tocarnos.

En medio de mil mares que nos rugen,

ahogo mis días sin calor,

y escribo en el exilio de este cielo

sin estrellas, la nota de tu voz.

Amar a lo invisible es mi condena,

pero hallo en el fuego de este caos

un grito de esperanza,

el beso que sacia cualquier pena.

Tú, letra arrugada en mi alma escondida,

la luna en mi ventana,

y el baile que llora suspendido

en el sueño que robó mis madrugadas.

Tú, secreto guardado entre mis ropas,

la música que mueve mis sentidos,

y el reloj atrapado en la canción

del tiempo adormecido que no fuimos.

Ni idea


Una marabunta de yoquesés

—o era una manada de nosecómos—

me azota me araña (duro duro)

me ladra verdades prehistóricas no contadas;

y no hay una bendita cripta donde beber silencios burbujeantes de alquimista-pirata,

no existe un búnker que guillotine enigmas con paredes uránicas:

me obsesiona ese secreto

del nudo-locura

del rostro de la puerta

de la tumba

del

faraón.

 

Ni idea, ni idea, ni idea

se taladraba en mi se(c)so:

todos abrían en canal mi bazo azul

y se desparramaron los infinitos;

el misterio se carcajeó y parió

rinocerontes vestidos de princesas

que no tenían

(tampoco)

ni idea.