
Somos el agua y el fuego,
la playa y la montaña.
Un barco y un velero,
el viento y la calma…
somos noche y también mañana.
A veces la piedra
de quien escondió la mano,
otras, la lengua mordida
que duerme en la boca.
También los brazos abrazados.
Hace tiempo que no soy
ni Ying ni Yang,
tampoco rojo o azul.
No me escondo detrás de banderas
porque me quitan mucha luz.
Aprendí que un día malo
es un peldaño doble,
una tarde de agosto en Sevilla.
Nada que el tiempo no resuelva
con horas y solo en una vida.
Aprendí que el dulce empalaga,
que la sal equilibra el cuerpo,
aunque suba la tensión,
y que la ensalada con aceite y vinagre
sienta mucho mejor.
Porque un día malo es el alba
de un día inolvidable.
El impuesto a la felicidad
que pagamos a plazos,
y otros, con intereses.
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