Se adelantó el tiempo y un año ha transcurrido desde aquel momento. Sujetó los cordones de sus botas, preparado para enfrentarse al mundo, equipado tan solo con un suspiro gastado y un montón de pensamientos despeinados; era momento de volver a comenzar. No entendía muy bien aún las noches, mucho menos aquellas de brindis y abrazos de ocasión; esas donde algunos seres son queridos solo por obligación.
La euforia le parecía la burla cruel de un ciclo sin sentido, donde la repetición era un mandatorio indiscutible y el desconsuelo tomaba de nuevo su lugar, un lunes a las ocho. Pero antes, mucho antes de que todo eso le agobiase, quiso salir y respirar eso que tantos llamaban un comienzo nuevo, aun cuando la constancia sea imperante y las mentiras propias se disfracen de buenas intenciones. Lo que ayer adornaba el parque en alusión a la armonía, hoy es basura hueca e irrecuperable; incluso las personas se habían vuelto desechables.
Decidió entonces dar vuelta a las miradas, transitar el mundo con fe de erratas y saber que nada llegaría por el milagro de la cordura, que seguir ausente no era tan sano a veces, aunque algunas noches se vuelva necesario. Siguió caminando y siguió mirando. Siguió observando como el viento estaba indeciso de su curso por lo que no se sintió tan único. Lanzó monedas a los mendigos, ellos seguían siempre en el mismo sitio, incluso aquel que una vez fue su amigo, un guerrero de batallas perdidas que soñaba siempre con el saxofón y un blues enardecido; le miró como anunciándole que aún no todo estaba perdido. Irónico o no, fue el más sincero de sus alivios.
Le extrañaba mucho la vida, tal y como la veía. Le parecían tan absurdas las mentiras, pero aun así las vestía como ecos que halagaban el éxito en ojos de terceros, como una fábula de Esopo sin ética ni moraleja, solo con el único designio de ser otra farsa escueta. Sentóse entonces en la misma banca, con las mismas manos y las mismas piernas, con su frente baja y una historia a cuestas, dióse cuenta de que el tiempo pasa y los sentidos se quedan, que el olvido a veces es solo un arma que apuñala la propia espalda. Sacó de su bolsillo una hoja, manchada y arrugada por la lucha de las palabras allí plasmadas; una oda a la inexactitud, al exilio de lo representativo, al enojo de lo pasivo. Un soneto claro y confundido, el suicidio ordinario a lo común, el antídoto de sus castigos.
Un feliz año nuevo en mi piano sin usardar final a mis teoríaspara decidir cuándo partiríaencontrar una excusa para volver a comenzar.Redimir ideas locas como río que llega al marsin falacias ni fantasíasel don de hallar mi propia melodíaaprendiendo otra vez a caminar.Encontrar permanencia en lo ocasionalel lugar donde no hay vacíosy toca la orquesta de mi olvido.Escuchar renunciar a lo moralla paz de un silencio sin hastíoel adagio de un adiós concedido.

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