«JASPER. The Summer Solstice at Stonehenge. A Cotswold Story» — R. J. Quilantan


«JASPER: The Summer Solstice at Stonehenge. A Cotswold Story» — R. J. Quilantan

ENGLISH EDITION

Jasper, the rabbit of Cirencester, attends Stonehenge’s annual summer solstice festivities with his family and friends. During the ceremony, he finds out through an evil omen that his long lost brother, William, is in London with Alistair, the malicious falcon. The omen also shows the inevitable bombing of London and the destruction that is to come. Jasper decides to embark on a rescue mission with his friends Collin and Eileen to bring William back home before it’s too late. On this perilous journey, Jasper will see for the first-time life outside the countryside, and he will realize that he is not only rescuing his brother but Maeve, one of the last druids.

The magic of the fantasy genre is intertwined stupendously with the tough background of the Second World War in this novel written by R. J. Quilantan. Through a fluid narrative, the author shows us colourful landscapes, ancient practices, and exciting mishaps as the three rabbits advance on a journey that will take them directly to the center of danger. Quilantan opens the doors of imagination to show us the fantastic world presented in JASPER – The Summer Solstice at Stonehenge. A Cotswold Story, by allowing us to know its adorable characters in depth and get involved in their experiences.

ABOUT THE AUTHOR

R.J. Quilantan was born to Mexican parents in Milan, Italy, in 1990. He was brought up in a diplomatic family where he has had the opportunity to live and travel to different countries and learn about different cultures around the world.

From Milan to San Antonio, Texas, to Hong Kong, and from consulates to state universities to non–profits he has worked in both the private and public sectors.

He showed interest in expressing his creativity by making illustrations and music at a young age. He would later be involved in working in several short films and writing scripts as a hobby where he would discover the art of storytelling. Cinema being one of his many passions, he visualises his writing as if it was a film.

His stories are influenced by real-life experiences, world travels, movies, other literary works, and his imagination. Quilantan wants to convey to his readers the emotions he has felt, the wonders he has seen, and the adventures he has been on. The influence of this novel comes from his experiences in the United Kingdom, specifically in southern England. Quilantan currently lives in Vancouver, Canada, where he continues to be influenced by life.

Author
R. J. Quilantan

Cover Art
Faörie

Collection Design
Carlos Papaqui

Foreword
Carla Paola Reyes

Proofreading
Nicholas Carter

Promotional materials
Mayté Guzmán

Community Management
Donovan Rocester

Editing
Carla Paola Reyes / Carlos Papaqui

Publisher
Editorial Salto al reverso

Print and digital version (2022)

ISBN

979-8986242002 (Bibliomanager)
979-8986242026 (Ingram)
979-8822117198 (Amazon paperback)
979-8824730814 (Amazon hardcover)


PRINT EDITION

Available in:

Paperback

Amazon.com

Amazon.es

Hardcover

Amazon.com

Amazon.es

DIGITAL EDITION

Available in:

Book launch

Available on bookstores:

Mexico

Librerías Gandhi

Librerías Gonvill

Mercado Libre

Spain

Casa del libro

Agapea

Argentina

Mandrake Libros

Cúspide 

Colombia

Librería de la U 

Peru

Mercado Libre

Canada

McNallyRobinson

32 Books & Gallery

Tanner’s Books

Blackbondbooks

Whistlerbooks

UK

Book Depository

Blackwell’s

AbeBooks

USA

Barnes & Noble

Walmart.com

Books-A-Million

Hudson Booksellers

Australia

Booktopia

Germany

Hugendubel

Thalia

Comparte esta entrada como: bit.ly/jaspernovel

Book launch of «JASPER: The Summer Solstice at Stonehenge. A Cotswold Story,» by R. J. Quilantan


En el Jardín de las Adelfas


Tiempo atrás, el lirio blanco se balanceaba
entre las zarzas. En el Jardín de las Adelfas
entre nardos y azucenas, bailaban rosas,
claveles, celindas, pensamientos, narcisos
y cardos. Dos pasos errantes destrozaron
gran parte de sus ramas mas el lirio se
recompuso. Llenaba su pequeña corola de
agua, allí vendrían los gorriones a beber
llevándose las perlas de su cabeza entre
sus piquitos dorados. Sus maltratadas hojitas
no servían para lucirse, aunque taparan a las
hormigas de las lluvias más violentas. Las hormigas
agradecidas, regalaban a su tronco una lluvia de
cosquillitas de cerezas.Tiempo atrás, al lirio
blanco lo quisieron cortar para ponerlo en un
jarrón de cristal. Prefirió hacerse invisible
haciéndose una lamparita para todos los insectos
voladores y hormigas que ansiasen verlo brillar.

Nacimiento de la diosa Soledad


Condenada al desconsuelo

se esconde en la oscuridad.

Sin proporcionalidad

amó y tanto retó al cielo,

y tanto, tanto amó al fuego

—guardó luz en su interior.

Ardiendo desde su flor

germinó el desasosiego.

Una puerta llena de polvo 


Ayer me quedé mirando una puerta llena de polvo y me acordé de ti.

No me malinterpretes, la puerta estaba abierta pero al verla imaginé dejarla olvidada mientras ella allí seguía desapercibida entre todas las demás.

Además, todo aquel polvo que la recubría parecía mantenerla en una burbuja de resinas enigmáticas: perfumada y purificadora.

Lo noté porque me dieron ganas de rozarla mientras la atravesaba.

Se quedó a dos segundos de mi piel. Los mismos que necesitaba para dejar de pensar en ti mientras caminaba atravesando el mercado. De repente, lleno de gente. Árboles en mi camino.

Ayer me quedé mirando una puerta llena de polvo, fueron sólo dos segundos.

Al borde


El día había estado inestable durante horas. Desde aquella punta de La Catedral, en Paracas, la mujer andina sentada con su sombrero mirando al horizonte de espaldas. El grajeo de una bandada de gaviotas me distrajo de las ensoñaciones más dulces para con aquella indígena peruana. Imaginé cosas que mi abuela me contó, de esas que su abuela le había contado. Pero noté romperse algo dentro de mí, cuando no entendía nada de lo que me contaban. No me identificaba con nada de aquello. Hasta aquel instante, de espaldas a aquellas piedras. Vi el paralelismo, y me reí. Solté una carcajada al encontrar los parecidos entre mi situación ante aquella figura y mi situación ante el mundo.

El guía que nos llevó hasta allí el día anterior nos aseguró que estaba prohibido traspasar ciertos límites. Estábamos sobre una zona donde los desprendimientos de tierra se producían de forma constante; era peligroso y por eso estaba cercado, limitado y vigilado. Nos especificó que estábamos caminando sobre sedimentos marinos de millones de años. Lo recuerdo porque me sentí así, como uno de ellos. Me habían arrastrado diversas corrientes, a lo largo de la vida, de un lado para otro, y me habían depositado donde todo fluía.

Eché un vistazo al grupo que me acompañaba en la visita con el guía. Una chica, con gafas de sol y pelo negro recogido en un moño, tenía frío. Parecía cansada y aburrida; estaba sentada en una de las piedras más llanas de la explanada donde estábamos. Se limitaba a mirar de un lado a otro y a sonreír de vez en cuando. Con las manos entre las piernas, se encogía cuando alguno de los compañeros hacía una nueva pregunta al guía. Un chico con camiseta azul y cámara fotográfica en mano se acercó a la valla de madera e hizo un par de fotos dirigiendo el objetivo a donde el guía explicaba que se situaban las Placas de Nazca. El guía, indumentado con una gorra y chalequillo a juego, movía las manos, en ese momento, haciendo balanza. Como si las placas tectónicas estuviesen en su poder.

—Los temblores y sismos son muy comunes en la zona —dijo rotundamente. Y, finalmente, cruzó las manos y dejó de distraerme con su manoteo. Nos avisó que si hacíamos fotos desde allí las vistas serían muy bonitas. Algo que era mucho más que evidente.

Otra carcajada al recordarlo. Me espabilé, y tambaleé un poco, cuando un par de gotas me golpearon en la cara. El oleaje rompía, agresivamente, contra las piedras. Había atravesado todo aquello para llegar al borde de aquella punta. Quería tocar el final de aquella Catedral. Había estado de cuclillas todo este tiempo, mientras recordaba y me reía. Me puse de pie, de puntillas, y saqué el móvil del bolsillo. Tecleé el número de mi abuela y apareció el nombre de Nana en la pantalla. Era el momento, y estaba preparada para hacerlo: pulsé el botón de la llamada.

—Nana, hola. Bien. No. Nada. Te llamo para decirte que te quiero. No. ¿La verdad? —contesté, tragándome las palabras, las lágrimas y la risa nerviosa—. Podría mentirte y decir que estoy al borde de un acantilado, a punto de saltar, pero no haré eso, Nana. No. Sabes que eres lo más importante del mundo para mí. No lo olvides. Nana, hace tiempo que dejé de divertirme aquí. Ya hemos hablado muchas veces, pero este camino sigue siendo un túnel negro, Nana. No. No hay ninguna luz al final. No la veo. Bueno, te miento. Ahora sí la veo, Nana. Te quiero.