Insomnio incómodo


Un vacío silencioso
estampa una madrugada
el retrato de una reflexión
pensamientos sentidos
que a la nada llevan
y de la nada vienen


Insomnio controlado
por una mente mentirosa
—o ingeniosa—
depende quién la mire
insomnio relajado

mientras latente
a la espalda
está esperando la agonía
de sentirse cansado
una vez más

Todo está al mínimo
nada es lo que era
nunca nada fue nada

Viviendo a la espera
de esa agonía
cayendo en pesadillas
y sueños
con sabor a caramelo
agridulce
sabiendo que cualquier cosa
es mejor
que estar despierto
o mejor dicho.

Cualquier cosa es mejor
que ser consciente
que mandar sobre ti mismo
que ver el tiempo correr
y saber que existe el aburrimiento

Descalza


Imagen: Ava Sol

Cuando sobra la piel,

no hay caricia que se ajuste a un alma rota.

Atada por el yugo entre mis pies

lloraban mis sueños, para morir después.

Donde ayer se apagaron las estrellas,

hoy me bordan las flores de tus labios.

Vuelo ligera, como nube arropada por el viento,

entre tus brazos.

Camino descalza, siguiendo el ritmo agitado de tu cuerpo.

Me visto de ti, enredada entre tu pelo alborotado.

Sacio tu sed, habitando el espacio sagrado donde bailo…

Un invento de los sueños


Vuelve a ocurrir.
El temblor se apodera
de las paredes de la habitación.
Vuelve a ocurrir.
Como aquel día
que dejaste tu ropa sobre la cama.
Mientras pasaban las horas
crecían mi anhelo
y aquellas prendas de algodón.
Iban ganando grosor por minutos,
como ya soñó Buñuel. Vuelve a ocurrir.
Y aunque nunca cargue con estas paredes
o estas paredes carguen con tu nombre. Siempre queda
un resquicio de ti en mis sueños. Te reconozco
como un invento que no llego a advertir bien en ellos.

Compañera, un paso más en el camino…


Entre generosidad plena se conjugan la vida y el amor,
con una calidez combativa que alimenta las emociones y los afectos,
pues de alegrías y de tristezas se allanan las páginas de nuestra historia.

No hay actitud más gratificante, ni acto más recíproco
que tu afable bondad cuidándome cotidiana y prolijamente,
en mis horas de grandeza, pero aún más en mis horas de embargo y desolación.

Desde mis insipientes y llanas letras
hasta mis más grandilocuentes y expresivas intervenciones,
ahí has estado y estás vos, corrigiendo palmo a palmo mis errores,
pero, sobre todo, rescatando infaliblemente mis virtudes.

No puedo decir que la vida me ha dado todo lo que yo quiero,
pero cuando vos llegaste a mi vida, comprendí que la vida te da lo que necesitas.
Sí, me dio a vos. Compensando esa necesidad afable, para aplacar mis derrotas,
pero con las certezas oportunas, para levantarme y alentarme en cada caída.

Es por ello que, en todo momento, en todo pensamiento, en cada instante
de mi fugaz vida, desde que estás a mi lado, la vida se vive mejor.
Y no porque la sagacidad y la ternura con la que me miran tus ojos
me enamoren diariamente de vos, no. Menos aún, por la vehemencia
con la que tu deslumbrante sonrisa, tan desfachatada y descaradamente
me apaciguan en cada momento de desasosiego y desesperación, no, qué va…

Tampoco por la insensata lujuria que me provoca tu exquisita figura
trastocando milímetro a milímetro, cada espacio de mi piel, no, qué va…
Menos aún, porque la tibieza de tu cuerpo y tus caricias melosas que arremeten,
cada vez que les da su regalada gana, contra mí y contra mi libido, no.
Tampoco, porque la exuberancia tu cuerpo sea el antídoto perfecto
que desencadena nuestros combates de piel con piel y pura miel, no, para nada.

Por ello, debo recalcar que, en todo momento, en todo pensamiento,
en cada instante de mi fugaz vida, desde que estás a mi lado, la vida se vive mejor.
Porque simple y sencillamente, tu compañía, tu ser, tu sonrisa, tus labios,
tus ojos, tu sexo, tus olores, tus sabores, tus rabietas y tus locuras,
han sido los componentes necesarios y plenipotenciarios
para caminar junto a mis sueños y locuras.

Componentes que hoy, más que antes, se convierten
en una amalgama perfecta y predilecta, mi compañera,
para dar un paso más en el camino de la vida,
de nuestra vida y nuestro amor…

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«Felicidad», fotografía por Mirosh Cevallos.

Derecho a vivir una vida patética


Vive una vida patética.

Toma mucho tiempo
llegar a la certeza
del fracaso, de los descalabros
de los sueños y las frustraciones
por aquellas cosas que no intentaste;
adelantándote al revés.

Vive tu patetismo.

Cuánto te costaron armar
todas las excusas o cómo
el tiempo te acorrala cada día.

Vive una vida corriente,
por muy patética que sea.

El camino invisible


 

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Foto por @joebeck

 

Los años, trazos abiertos en el límite del cielo,

flores dormidas que desprenden aromas

y se encierran en frascos de efímera ilusión.

El amanecer, sueño que se extiende eternamente

hasta donde los ojos se cansan de ver,

boceto de un rostro pálido, sin sonrisa ni voz.

La luz, falsa esperanza que me ciega,

que no me reconoce y congela mis recuerdos

pintados al carbón, entre sombras y grises.

La lluvia, reflejo roto sobre los besos húmedos,

frágil deseo que nubla el lejano horizonte

y se desvanece en la huella de la vida que no vuelve.

El otoño, espiral que agitas mi alma a voluntad,

soplando las líneas torpes que se escriben

en el mapa de este camino invisible.

Nur C. Mallart

Una vida en el calendario


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Foto por @manuelmeurisse

 

Septiembre siempre había marcado en su calendario el inicio de nuevos hábitos, proyectos e ideas. Sara vivía a contracorriente; a diferencia de la mayoría, para ella el año nuevo solo representaba una oportunidad más para agradecer y seguir respirando, pero no perdía el tiempo en “escribir listas interminables de propósitos inútiles”. Y septiembre sí, ese era su mes, la brisa otoñal tocaba la puerta y ella siempre se dejaba envolver por esa tan ansiada sensación de total renovación y sueños que perseguir.

Sin embargo, este septiembre deseó borrarlo del tiempo, creyó que no podría continuar con su vida. Manu, su mejor amigo, había muerto en un accidente de moto dos meses atrás. En unos días hubiera cumplido 36 años y Sara estaría preparando alguna sorpresa como había ido siendo habitual los últimos tres años. Se adoraban, y Sara sabía que él sentía por ella algo más que una amistad, tenía el presentimiento de que, en algún momento, él se lo confesaría, aunque, conociéndolo, le hubiera costado un mundo, porque era de los que temía abrir demasiado el corazón a riesgo de perder lo que más amaba. Pero Manu era valiente, era mucho Manu.

A muchos les hubiera parecido una locura, ¡eran tan distintos! Probablemente le hubieran dicho a Manu que ni se le ocurriera abrir la boca, que para qué romper una amistad tan fuerte, que mejor marcara un poco de distancia con ella para que se “desenganchara”, que se fijara en otras mujeres, que estaba equivocado, que una amistad de tanto tiempo seguro carecería de pasión, que si el panorama era demasiado negro o demasiado blanco, que si bla, bla, bla… Y Manu se hubiera reído interiormente porque al final no hubiera escuchado a nadie, y Sara… Sara le hubiera dicho que sí.

Se habían conocido en la universidad y desde entonces se habían vuelto inseparables. Manu estudió Filosofía y Letras, Sara se especializó en Biomedicina. Uno hablaba del lenguaje infinito de las estrellas mientras que la otra trataba de traducir y cuestionarlo todo. A pesar de algunas diferencias, existía un respeto y una profunda admiración mutua por el conocimiento y la manera que tenía cada quien de entender la vida.

La vida. Sara dejó de encontrarle sentido a esa palabra, olvidó su propósito; cualquier sueño que albergara su triste corazón se desdibujó por completo, el brote de una ilusión se quebraba al segundo, dejándose arrastrar hacia el más profundo de los abismos. Esos últimos meses se había pasado gran parte del tiempo encerrada en el pequeño mundo que constituían su casa y Luna, una pequeña fox terrier color negro. Había adelgazado casi seis quilos y el pelo se le caía con cada intento de cepillado.

No tenía lágrimas, había bloqueado toda emoción fuera positiva o negativa, no quería sentir, no quería llorar, ni mucho menos reír. Había decidido ignorar septiembre, cancelando casi todos los compromisos sociales y laborales. Se lo podía permitir, pues trabajaba por proyectos en una empresa internacional y ella escogía tipo de trabajo y tiempos de entrega. Por lo demás, estaba harta de los discursos de “Ánimo, el tiempo lo cura todo”, “No puedes seguir así”, “Vamos, Sara, haz un esfuerzo”, “Manu no quisiera verte así”, “Salgamos aunque sea a dar una vuelta”… Sara aprendió a zanjar los juicios y opiniones con un seco e iracundo “Déjame en paz”.

Una fría tarde de sábado, Sara salió a pasear a Luna, sintió el impulso de caminar hasta el muelle. Necesitaba respirar aire fresco. El mar siempre había sido su gran aliado en momentos bajos, Manu le había enseñado a observarlo bajo otra perspectiva. Recordó esa ocasión, fue el octubre del año pasado, cuando Manu la invitó a un improvisado picnic bajo el cielo del atardecer con fogata incluida. Justo ahí, en la playa más cercana al muelle.

El mar tiene magia, ¿no crees? dijo Manu.

Si tú lo dices… contestó Sara sin apartar la vista del libro que leía.

¿Oye, sabelotodo, no te genera curiosidad observar la naturaleza? Esconde increíbles mensajes dijo Manu entusiasmado, mientras respiraba la suave brisa marítima.

Está bien contestó Sara con fastidio, cerrando su libro—. Vamos, dime, ¿qué te dice el mar hoy?

Está bravo, mmm… Es una metáfora sobre las tribulaciones de la vida. Cuando los problemas llegan, lo hacen con toda la intensidad, ¿cierto? Igual que este oleaje, ¿lo ves?

contestó ella esbozando una media sonrisa—, es un modo de verlo, desde luego.

Sin embargo siguió Manu—, muy probablemente mañana el mar esté en calma. Digamos que se habrá llevado todos los problemas con él y el sol brillará de nuevo. Como la vida misma, que es tan cíclica…

Estás muy inspirado hoy, Manu. Deberías escribir sobre eso. 

La vida es una inspiración, el mar me dice que pase lo que pase no dejes de vivirla porque continuará. Todo llega y todo pasa. Fluye… 

La vida es bella, es lo que quieres decir, ¿no?  —Sara se recostó sobre su toalla. Observó los cálidos colores del cielo. 

Exacto, siempre lo es, por el simple hecho de estar aquí. Y el mejor tributo que podemos hacer es aprovecharla al máximo, porque es un regalo, igual que tu amistad. Se acercó a Sara, le acarició una mejilla.

Se miraron fijamente unos segundos, hasta que Manu por fin rompió el silencio.

Prométeme que siempre tendrás el propósito de ser feliz. —Sus ojos tenían un brillo especial aquella tarde.

¿Y si no lo hago? —respondió Sara divertida.

Pues una parte de mí estará muy triste. Significará que no entendiste nada y que, además, eres una burra, ¡ja,ja,ja! contestó Manu arrojándole un trozo de manzana.    

—Lo prometo entonces, pero el único burro aquí eres tú, ¡menuda tontería filosófica traes hoy, señor Sócrates! Basta ya, déjame leer tranquila.

—¡Vas a ver lo que es bueno! —Manu empezó a hacerle cosquillas.

El eco de aquellas risas parecía escucharse de nuevo, en ese sábado de septiembre en el que Sara, por primera vez en varias semanas, dejó caer unas lágrimas. Aquel recuerdo la regresó de nuevo a una inusitada paz, a una sensación de calidez y protección.

La vida. La vida estaba ahí para ella, no estaba escrita en ningún calendario, no podía contenerse ni detenerse en una sola estación. Sara tenía que seguir, tenía que VIVIR, por Manu, y sobre todo por ella. Se valía gritar y estar triste, porque de eso se trataba, de sentirse viva, agitada, y luego tranquila, como el mar.

Manu exprimió todo el jugo de la vida, y le enseñó a Sara a permanecer atenta y a apreciar cada detalle por pequeño que fuera. Él, y ese amor que compartieron en silencio, vivirían tatuados por siempre en el alma de Sara. Su repentina muerte merecía ese homenaje.

La noche caía lentamente; Sara bajó a la playa, se quitó los zapatos, sus pies descalzos sintieron la arena fría y se estremeció. Luna corría hacia el agua, ajena al espectáculo que ofrecía el paisaje otoñal. Sara la observó, sonriendo. Contempló la tímida luz de las estrellas que buscaba asomarse entre los nubarrones. En aquel instante comenzó a comprender ese lenguaje del que Manu le habló tantas veces, el lenguaje del olor a la inminente lluvia, el lenguaje de esa vida que siempre se acaba manifestando, sin tregua, a pesar del viento gélido, a través de la espesa negrura.

 Nur C. Mallart

Inspirando Letras y Vidas