Desayuno con vistas


Desayuno con vistas, Serie collage Bali

Por una hoja de té


Té, Trabajo, Cosecha, Producir

Bebida bondadosa

pero también codiciada,

para ricos reservada,

con los pobres generosa.

Era el té de la discordia

un milenario secreto

celosamente guardado

a lo largo de la historia.

Aquel imperio engreído

se afanó en atesorarle,

y la herencia milenaria

a Oriente pudo arrebatarle.

El negocio ya apuntaba

al control de la cosecha,

la apuesta ya estaba hecha

a ver quién se aventuraba.

El oro líquido con opio

se pagó a los productores,

así esta adormidera

multiplicó consumidores.

Por una hoja de té

se engendraron odios

que parieron guerras,

esclavitud y miseria.

Por una hoja de té

se derramó el orgullo

en vajillas industriales

que de porcelana no eran.

Lubricante de obreros

lo llamaron

por todo lo que lograron

con su efecto estimulante.

Y esta bebida

aún siglos más tarde

seguirá siendo testigo

de pactos color de humo

como ilusiones.

Fotografía: Pxphere (CCO)

Es una calle


Estambul Té

Es una calle pequeña entre dos avenidas. No tendrá más de 60 pasos —cortos— de largo aunque es ancha; lo suficiente para tener en el centro un jardín con dos filas de prunos a los lados. Han florecido. Es una calle pequeña teñida de rosa entre dos avenidas. Al final de ella, hay un hombre de unos «cuarenta y» cortando una ramita repleta de flores; lo hace con las manos y con delicadeza. Cuando lo consigue, se la da a su hija que debe de ser quien se lo ha pedido porque no alcanza; nada más dársela, sonríe y se la acerca a la nariz para olerla. Toda la calle huele así. Después, se van andando despacio por la calle rosa agarrados; el, a su hija y ella, a su ramita. Mientras, un mirlo oculto sobre un pruno canta. El mirlo y el pruno. El mirlo y el pruno. Canta. SUCEDE, como diría Pablo Neruda en el primer verso de un poema. Todo esto sucede en la esquina de una calle pequeña mientras tomo un té de jazmín al sol en la terraza de un bar. Es un momento sencillo y hermoso —pienso—, mientras remuevo el azúcar haciendo sonar el vaso como una campanilla. Pero no quiero pensar más; porque si pienso más la melancolía me arrebata el corazón, porque sé que pronto caerá el sol entre los edificios y el frío vendrá con las sombras; que las flores se marchitarán dando paso a las hojas; que el mirlo se callará para ir a picotear la tierra en busca de alguna lombriz; y el hombre de «cuarenta y» ya no tocará más —delicadamente— una rama porque su hija, su niña, se ha hecho mayor tan pronto. Por eso no quiero pensar más; solo quiero sentir el calor del sol en la piel mientras se mezclan los olores de la calle pequeña y el jazmín —mientras— pasa la gente, —mientras— el té se enfría. Ahora.