Pestañas postizas. Plumas. Champagne


ElviraMartosCircoBurlesque

Un par de veces al mes trabajo en un restaurante que hace espectáculos de burlesque y de circo.

Me gustan los colores, las luces que se encienden y desfallecen dramáticamente, las espadas que son engullidas, las contorsiones, ElviraMartosCircolos saltos, las piruetas y piruletas; las chisteras de doble fondo.

Algunas horas antes de abrir, los protagonistas empiezan a llegar y a preparar sus actuaciones con naturalidad y minuciosidad de neurocirujano. Pestañas postizas. Plumas. Brillos. Pajaritas. Y yo me quedo embobada y con la sensación de estar en un lugar y momento donde se permite a cada cual ser quien realmente es. Los disfraces dejan de enmascarar, más bien son capaces finalmente de desnudar a sus dueños. Dejados en campo abierto sin trinchera. Fuertes en su absoluta vulnerabilidad.

Un payaso

Un mago

Una confusa contorsionista

Un saltarín sin red

O simplemente una mujer por fin.

Y acaba el espectáculo, y la gente aplaude, y cae confeti, y ellos sonríen y vuelven a cambiarse. De la misma y solemne manera. Se quitan tacones y narices falsas y se ponen abrigos largos y bufandas. Se disfrazan esta vez de gente gris y ordinaria, y se entremezclan con el resto de nosotros, en el metro, en el supermercado, en el cine.

Menos Felipe, que se deja sus pestañas postizas y un poco de purpurina en el pelo. Mujer valiente.

ElviraMartosCircoElla

Diálogo interno de Caitlin Jenner


Él piensa que lo ofendí,
Yo pienso que me ofendió,
Él piensa que lo engañé,
Yo pienso que me engañó,
El piensa que toda la vida le mentí,
Yo pienso que toda la vida me mintió,
Él piensa que me cansé de él,
Yo pienso que se cansó de mí,
Él piensa que lo abandoné,
Yo pienso que él me abandonó,

Ambos dejamos de soñar, de reir, de necesitarnos…
y decidimos olvidar,
Separarnos

Se rompió el hilo conector
de un cuerpo ajeno
con su alma sedienta de libertad

Un quizás o un para siempre.

Lamento


Puñaladas en mi pecho como a la Dolorosa. No entiendo. No comprendo. Es un dolor que jamás había sentido, aunque sé que el dolor de la muerte es mucho peor. La cuna está rota. No hay nada que pueda hacer más que llorar. No puedo cuantificar el nivel de mi desesperación. Ni siquiera en el sueño encuentro descanso. Recopilo todas mis creencias y las pongo juntas a batallar contra el peligro que acecha a mi carne. Oro. Medito. Envío luz violeta al rescate, para que trasmute cualquier cosa que esté interfiriendo con la vida de mi niño. Enciendo velas. Rezo al Niño Divino y a la Virgen de la Guadalupe. Mando a mi Ángel de la Guarda.

Me siento impotente. No estaba preparada para este evento. Me dieron un batazo del que no me he podido reponer. Es la complejidad del asunto. No soy tan moderna como creí y la revelación de mis prejuicios me avergüenza.

—Mamá, mi esposa es transgénero.

—¿Qué quieres decir? ¿Ella era un niño que se cambió a niña?

—No, mamá. Ella quiere ser varón.

—Pero, hace solo tres meses que se casaron. ¿Tú lo sabías?

—Sí.

—¿Y eso en qué te convierte? ¿Eres homosexual? Creo que ya lo sabía.

—Mamá, recuerdas un día en el que acariciabas los rizos de mi pelo y de la manera más dulce que pudiste, me preguntaste, «Hijo, ¿eres maricón?». ¡Ja! Creo que esa es la experiencia más graciosa de mi vida…

—Sí, lo recuerdo… Entonces me dijiste que no.

—Es que no soy homosexual, mamá. Soy una mujer en el cuerpo de un hombre.