Sonido de vacaciones


​A mi espalda se oye rodar una maleta sobre el pavimento irregular

troco-troco-troco-troco-tro

Y en mi cara se dibuja, espontánea,
una sonrisa.

Que suene, que suene,
aunque le estallen las ruedas
por fin empiezan hoy
las vacaciones de primavera.

Merche | La ilusión de todos los días

Abandonada a tu suerte


Abandonada a tu suerte

Queridos amigos, como cada año ya saben que me tomo vacaciones de las redes sociales, estaré de regreso el día 1° de enero del 2015 con nuevos proyectos 😀 Felices fiestas.

Jugando a la vida (Parte II)


Una vez estando ahí… multiplicamos las ocasiones y nuestra estancia resultó en varios días de vecinos de un excelente changarro de tablas de surf que poseía, dirigía y producía un chileno que tenía una novia preciosa y hacía todo el ruido posible desde temprano por la mañana, no sin disculparse de igual manera cada amanecer bajo la misma vibración de sierra y madera; combinación que despertaba la resaca de los mezcales que habíamos ingerido la noche anterior mientras rondábamos con exceso las calles y <<el andador>>, irrumpíamos en los antros, discos, bares, cantinas y mi borrachera era tal, que las grandes luces se hacían pequeñas y todas tenía un halo amarillo alrededor aunque la luz fuera azul o blanca. Extrañaba el día, la noche me mareaba de más. Habíamos de regresar no muy tarde para pernoctar y descansar con el propósito de levantarnos a buen tiempo de ir por el Nigromante Negro y el gran tenochca Sorrui que llegaban prestos, tres días después de nuestro arribo a enmendar la plana, multiplicar las necesidades y unirse en las gracias y desgracias del ‘survival’ al que jugamos con astucia y mucha diversión. En fin la llegada de ambos personajes se las presento en la escena siguiente… Mientras tanto en Puerto Escondido, amanecía, llegaban los autobuses y en ellos, despertando, dos viajeros con ansias de mar y otros varios, bajaban y quedaban en la espera de quienes, borrachos como mezcales de botella tapada con plástico y liga -que daba pie a nuevos descubrimientos bacteriológicos de corta vida debido a lo corrioso del alipús-, habían quedado de ‘-llegar temprano, chido, sin pedos, no hay falla-’. 

Así pasaron dos horas en que aquel par de mezcales dormían hasta que la resaca llego a la cabeza y la memoria lastimó la sien y la voz de alarma porque –güey, la alarma no sonó. ¡Ya es bien tarde…!- Así acomodándose las babas y las chinguinas, dos crudas realidades corrían por el resto de la comitiva que no buscaba anillos, ni oro, ni gloria; sólo palabras, frases imperdonables, escenas imperdibles, como el fútbol de coladeritas y el trazo que dibujaban con el balón sobre la loza de cemento, aquel par de americanistas, en el estacionamiento de la terminal del Puerto Escondido. El marcador corona que brillaba por su ausencia no reflejaba marcador alguno, pensamos que sería tan sólo un interescuadras… Así pues ya la afición y los equipos se hicieron uno y regresamos a beber unas extrañas hierbas en infusiones a la orilla del mar, que nos recomendaron unos brujos que ahí vivían. La pálida visitó al mago, pero después de dormirla rompió su muro para convertirse así en el Nigromante Negro. El gran tenochca Sorriu igualmente expresaba atinadamente la ironía de nuestras experiencias crepusculares. Mientras, todo esto acontecía, trataba de sonar un instrumento que <<sólo ‘aquel de un ojo’ conocía>>. Mostraba su completa incapacidad para hacer sonar el instrumento, todas tardes y las noches. ¡Ay, pobres Azucenas que ahí habitaban y calentaban las sopas instantáneas del Nigromante Negro! Devoraba esas sopas una tras otra, aún están en proceso digestivo; y, cada tarde se repetía nuestro ritual a la orilla del mar, perdiendo la mitad de nuestras pertenencias en manos de pequeños seres parecidos a los duendes llenos de labiosa ingenuidad pero enteros de astucia callejera, que llegaban al momento del crepúsculo. Nuestras palabras se repetían como los minutos y <<cada minuto que pasaba estábamos más… >> -dos Carta blancas, de ahí de la hielera de unicel-, por favor que la historia no termina por ahora, ni terminará aún después… Estos seres representaban la fragmentación de uno; otro, que llegaría a visitar al Nigromante Negro. Este ser que llegó a la comitiva nos provocaba espanto y aversión y nos preocupaba la salud del Nigromante Negro, aunque he de decir que, esos berrinches que hacía el ser oscuro, eran muy oportunos cuando se trataba de estar comiendo, porque, cuando vivíamos la escases nos veíamos obligados a dejar pasar un rato de berrinche y ver si no regresaban al plato y, si no era así, el plato era de la comunidad, aunque eso fue más bien en los días subsecuentes y ya serán narradas esas escenas con la gracia que me permitan las memorias y la supuesta habilidad de mi enfermizo verbo y mi pluma… Los días se oscurecían en algunos momentos de hechicería brujeril pero se renovaron cuando una banda de seres con automotores, irrumpieron la casa de las Azucenas, conquistaron las habitaciones contiguas y se declararon nuestros buenos vecinos. Tardamos unas horas en acomodar las hamacas y las cervezas. De un momento a otro, nuestro pequeño clan de cuatro viajeros y un malviaje, se había unificado en paz y con el propósito de una prosperidad alentadora con la tribu de 5 pelafustanes, ‘el mojarras’ y una doncella que había escapado del yugo de la torre de su castillo en el Pedregal del imperio Tenochca. Comenzaron así las prácticas del viejo comercio, por supuesto los trueques y un funcionamiento social en paz y adecuado. Fue una tarde donde descansábamos del arduo día de sol y mar, mar y sol, cuando un par de princesas europeas de nacionalidad inglesa irrumpieron en nuestro pedazo de tierra ocupado por un mundo de hamacas…

Jugando a la vida (Parte I)


A diez años… La llegada fue caótica y nebulosa, además decisiva –jugaríamos al ‘survival’ compraríamos el boleto de regreso para 21 días después de ese día en que habíamos llegado; además, sépase que aquí se habla de un presupuesto inestable y escaso de una condición estudiantil hambrienta de mundo. Así empezaba el juego. Otros amigos llegarían días después, se alivianaría el asunto económico dado que viviríamos como gitanos en las playas de Oaxaca. Amanecía en un Puerto Escondido, que ya no tan escondido, seguía estando en el mismo lugar, al que alguna vez, antiguamente, acudieron las primeras generaciones a cometer actos vivenciales de horrendas habladurías pero con esa blanca lucidez de libertad sesentera. Bien pues, ahí estábamos un gran amigo y un servidor, con dos boletos de camión fechados para dentro de 21 días… Jugando al ‘survival’ y cargando una despensa para tres semanas de latas de atún y sardinas, tortillas, nutelas, sopas instantáneas, galletas, pan -“cuidado con el pan” (es imposible, siempre se aplasta el pan)- que guardábamos en una hielera que cargábamos, junto con la tienda de campaña y las maletas con todas nuestras fuerzas bajo un sol que no se movía, no había una sola nube, y nos apuntaba sin piedad.
Yo perdía la paciencia y mi carnal relajaba las cuestiones con actitud empírica y aparentemente con muchos fundamentos; y, como buen descendiente árabe, que se le nota en los rasgos de las cejas prominentes y la nariz, valga la redundancia redundante, arábiga, se refería y centraba sus poderosas razones, sabiamente, en los asuntos económicos y nuestras limitadas posibilidades. Así, seguimos, hasta que llegó el momento de pensar en el campamento que idealmente iba a ser instalado con una tienda de campaña gigante, -heroicamente conseguí la tienda con una gran amiga y su querida familia-; al abrir la tienda cayose como pilar de un edificio un temblor, la puerta de la tienda; acto seguido, la levantamos queriendo imaginar que la vida era una ilusión y que tan sólo era el sierre abierto de la puerta… y aunque, efectivamente, la vida es una ilusión, esta vez nos la jugó de tal manera, que nos percatamos, ciertamente, que la tienda no servía, se había rasgado en algún paseo de su existencia. Una barricada de sillas mesas y una que otra chunche más, como toallas y bolsas de dormir, torre de cosas como pierdas,  cual tótem, fue lo que interpusimos entre la puerta y la entrada al tesoro que guardábamos en la tienda. Nos fuimos, derechito a caminar al cerro, es muy agradable ver el mar desde la altura de los cerros distantes, donde vive mucha gente y cuántos secretos de ellos, de otras vidas, se van al mar… Al regreso de una larga travesía ritual desde la altura y cantando los corridos pertinentes con nuestro cuate el Dayvis, una banda de malviajozos -desafortunadamente nunca faltan- irrumpieron en el campamento donde degustábamos de unas cuantas, muy agradables, cervezas; festejando la llegada y rogando por nuestra supervivencia del futuro. Nuestra mudanza fue inminente, por la mañana mientras la banda de malviajozos dormía, nosotros escapamos. Guardamos todo sigilosamente y emprendimos la fuga. Necesitábamos seguridá, de otra manera, no es conveniente… Tuvimos el tino de instalarnos en el palacio real más barato de la zona rockanrrolera de Zicatela y, una vez, ahí….