Valiosa


Marissa era virgen. Miraba en el espejo cómo había cambiado su cuerpo y disfrutaba de su apariencia. Sus senos habían crecido hermosos, grandes y redondos. Sus caderas curvas, sensuales. Se daba cuenta de que era muy valiosa y que si encontraba al hombre correcto, él pagaría lo que fuera por el corcho que tenía entre sus piernas.

Imagen: pixabay.comyoung-girl-531252_960_720

Las verdades de hojalata


«Una imagen vale más que mil palabras» y otras mentiras según el cristal que te pongan al frente.

No se trata del formato, sino de aquel motivo que lo construyó. Por delante y desde atrás, hay palabras que rodean a la imagen que tanto asombro produce en tu mente. Pero es así como deseamos buscar una razón para justificar lo impresionante de las realidades que a diario nos orbitan.

¡Estamos locos!, jodidamente abstractos en el espacio. Al mismo tiempo nos proyectamos concretos en un específico punto y lugar, en conjunto con otros propios similares nos debatimos la propiedad de las verdades pero nadie acepta el peso de sus mentiras.

Nuestros pensamientos surgen de bonitos lugares – inocentes acciones – innata curiosidad. Y aunque todo puede brotar de la naturaleza pura, no justifica que cada fortaleza de hierro (u otra materia) logre sostenerse firme frente a la corrupción de la maldad intangible.

Es bondad lo que se aspira, y aunque mucho terror se respira el añoro por memorias felices son las postales que llevas enmarcadas en tu armadura de hojalata, aquellas bellezas pegadas con certeza sobre la corteza de tu corazón, serán plenas por largo tiempo y un gran símbolo de admiración. Sonríe y cúbrete con la verdad porque es el único manto que te protegerá.

 

 

 

 

 

 

 

Rompiéndome


—Lo he estado pensando por mucho tiempo. El tiempo de mirarte directo a los ojos, exhalar un aire diferente, acelerar la velocidad con que este motor late y acariciar un poco la libertad que me he negado por mucho tiempo, ese tiempo, ha llegado.

»Si el miedo fuese una condición agradable ten por seguro que no haría esto. No me tomaría la molestia de pararme frente a ti y confrontarte. Aceptaría una vida fría y llena de incertidumbre. Me cubriría de dudas, me alimentaría de inseguridad, observaría todo a mi alrededor con ojos de desconfianza y hasta soñaría con el fracaso. ¿Lo puedes imaginar? ¿Soñar y no lograr volar? ¡Es ridículo! Se supone que en tus sueños todo es posible. Ganar es una opción en tus sueños. Ganar cuando sueñas es sencillamente magnífico, ¿cierto? Se siente bien. ¡Oh, claro que sí! Hasta tú lo sabes, se te nota en esa sonrisa que me dejas ver. Pero a partir de hoy, en este momento, tú y yo dejaremos de vernos.

»¡Ay por favor! No me veas con esos ojos que cuestionan lo que hago, como si me dijeran que no reflejo la seguridad que se necesita para hacerlo. Sé que estoy empezando a hacer todo diferente, me puedo dar el privilegio de estar nervioso.

»¿Eh? ¿Te estás riendo? ¿Te estás burlando de mí? No lo compliques más. Déjame. Para. ¡Ya para! ¡YA CÁLLATE!

Me quedé en silencio, con la mirada hacia abajo. Pequeños bultitos brillantes de color rojo carmesí comenzaban a salpicar aleatoriamente el piso. Los veía caer, óvulos perfectos, impactando el suelo en cámara lenta y salpicando débilmente mis zapatos. Me sentía mejor. Realmente me sentía mejor que nunca. Pensé que era una satisfacción producto del trance en el que me encontraba pero, incluso en el momento en el que comencé a sentir ese incómodo dolor en mi mano derecha, nunca dejé de sentirme tan bien.

Levanté mi mirada y no vi a nadie. Su figura había desaparecido.

Agrietado e inservible, le di la espalda al espejo que recién había golpeado. Unos nudillos abiertos y un camino marcado detrás de mí no me detuvieron. Sólo caminé a hacer lo que debía hacer.