Los perdedores
no ganan honores;
ganan jirones en la piel
para quien pregunte
por sus perdones
que solo a ellos les corresponde.
Todo tan relativo
que mientras para el resto pierden;
para ellos ganan a veces.
Los perdedores
no ganan honores;
ganan jirones en la piel
para quien pregunte
por sus perdones
que solo a ellos les corresponde.
Todo tan relativo
que mientras para el resto pierden;
para ellos ganan a veces.
No huyo de mí
pero tampoco quiero encontrarme
Mis grietas son mías
aunque por ellas no sea yo el único que cae.
Soy causa
origen
persona
de cada una de ellas.
Creo terremotos
decepciones;
creo catástrofes naturales y artificiales.
Creo en mí
y en ti.
Soy yo, aunque no lo parezca.
Me mantengo en mí
mientras te dejo elegir.
Porque me apetece todo
aunque no piense nada.
Soy yo, aunque no lo parezca.
El amor, el odio
la tristeza, el podio
es todo lo mismo
es dejar de ser lo que uno es todos los días
es ser un poquito más feliz
un poquito más triste
ahí sí, justo ahí, perfecto.
Es callar a la bestia. Es engaño.
Un día todos, cansados, se fueron. Incontable fue la gente que se quedó encerrada y llegó tarde al trabajo, lo que supuso un golpe brutal a la economía. La bolsa cayó en picado. Infinitas doñas se quedaron sin su psicólogo low cost, la inseguridad tuvo picos históricos; nadie estaba dispuesto a salir de su casa por miedo a que lo roben. Así se generó una sociedad ermitaña y aislada. Cada uno en su hogar, protegiendo lo suyo. Y así seguimos. Y así nos fue.
El mundo simplemente no estaba preparado para el día del portero.
Él corre. Conociendo su crimen, corre. Lo vemos como si fuera una hormiga colorada, gracias a su gorro rojo, distintivo hermosamente idiota si una piensa rapiñar a una señora matándola de un culetazo.
En fin, lo vemos. Vemos como corre y sale a una calle chica. Lo vemos dudar. ¿Izquierda o derecha? ¿Realmente importa? Él no tiene ni idea, pero nosotros sabemos que sí. Vemos que por la izquierda, en menos de veinte segundos, llegarán los policías. También vemos que si él elige la derecha y sube por el tejado de esa casa azul, logrará escapar.
Lo vemos tomando la izquierda, chocando directamente con los policías. Lo vemos arrodillarse y tirar su arma.
Por último vemos al policía enfrente de él. Lo vemos desenfundar su arma y apuntar. Este es el momento en el que decidimos dejar de ver. Este es el momento donde no quieren que veamos.
Siempre me gustó la teoría del caos. No por su lado científico, el cual no logro terminar de comprender, sino por su forma poética.
«El aleteo de una mariposa en no sé dónde puede causar un huracán en no sé dónde, pero más lejos». Siempre el mismo ejemplo. Siempre. Pero, qué desperdicio, che, pudiendo decir: «Las pisadas de un trabajador en Frankfurt pueden hacer caer el pote de dulce de leche de mi mesada», ¿en serio nos vamos a quedar con la mariposa? Estética nomás, pero qué importante que es la estética hoy. Basta con mirar a los costados. Lamentablemente la mayor arma de muchas mujeres no es sus cerebros ni aptitudes, son sus tetas (o culo, dependiendo de la preferencia del consumidor y la/el/los consumidos). Y eso a la sociedad no le preocupa. Es muchísimo más importante concentrarse en la teoría del caos, o en cómo si hacemos zoom (palabra insertada artificialmente en nuestro idioma, el cual tampoco nos preocupa, pero es que se dice así, qué le vas a hacer, es que aumento queda tan feo…), a la foto de un muñequito se repite el mismo patrón hasta el infinito.
«Solo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana» – Einstein (o no sé si es Einstein, en realidad lo leí en internet, pero qué importa si al fin al cabo está por ahí, y por lo tanto alguien tiene que haberlo escrito). No sé si el universo es infinito. Infinitas son las excusas, infinitas son las miradas para otro lado, e infinitas son las razones que tengo para escribir esto y no algo como: «El sol brilla y los pájaros cantan, otro día feliz en el mundo».
Una voz habla,
una ola rompe
y mi mano derecha flota
entre la línea marina de mis pensamientos
y la lignina de mis hojas.
Extraigo el néctar de cada verso
—miel a mis labios—
aguardo en mi colmena
sin ser reina,
esperando por un poco de trabajo.
Mi mano se posa en el pétalo abierto,
escucho el rugir del mar
y la voz —esa voz— tararea el canto.
Nace otro poema —Versus.
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